Me estoy haciendo mayor, es así. No hay vuelta de hoja. Alea jacta est y todas esas cosas, ya sabéis. Resulta que una noche te acuestas con una gracia y un desparpajo que no se pueden aguantar y, al día siguiente, mirándote al espejo y, tras pasar unos segundos intentando recordar quién demonios es ese que te está mirando, descubres que has perdido la jovialidad, la empatía y ese pasotismo que solo la inconsciencia juvenil proporciona y decides que, a partir de hoy mismo, se acabaron las sonrisas forzadas, las frases hechas, las buenas palabras cuando no caben y el conformismo que, unido a alguna que otra canita (no las que se van al aire sino las que empiezan a aflorar en el descuidado mentón matutino) son muestra más que suficiente de que una nueva etapa comienza. Ya no aguanto nada ni a nadie que no me guste y, encima, me voy a asegurar de que se entere.
No me gusta la prensa deportiva española. Incluso diría más: detesto la prensa deportiva española. Detesto esa parte del periodismo servil y sectario que, en los últimos años se está instalando en nuestra vida, en nuestro entorno, intentando moldear nuestra opinión, crispando….haciendo héroes momentáneos a villanos perennes, desgañitándose en un plató de televisión cual niño de San Ildefonso en Navidad o poniendo fotos del entrenador del moda, a modo de santero trasnochado, en su reducida mesa televisiva.
La prensa actual convierte villanos perennes en héroes momentáneos
En solo 30 minutos, Luka Modric ha sido elevado al nivel de mito
El pasado martes pudimos asistir, en cuerpo presente o en espíritu, a unos de esos encuentros de fútbol que solo la Champions League puede ofrecer. Un Manchester United-Real Madrid es un partido superlativo, solo reservado a los mejores y que permanecerá presente en la memoria del aficionado, partidista o neutral, por muchos años que pasen. Vicisitudes del encuentro aparte y dejando fuera las reflexiones de lo que el partido en sí nos ofreció no puedo ni quiero dejar pasar la oportunidad de agradecer a esa prensa sectarista que descubriera para el fútbol mundial, para la historia y para la memoria del aficionado de a pié, la figura de un futbolista que, en solo treinta minutos de juego ha sido elevado al nivel de mito, digno ocupante, a modo de miembro de la Real Academia de las Artes Escénicas, del séptimo lugar en mi escala Beatle de los mejores jugadores de la historia, a saber: Di Stefano, Pelé, Cruyff, Maradona, Best, Leighton Baines (lo siento, me encantan sus patillas) y…Luka Modrić.
Cuatro temporadas muy apreciables en el Tottenham y treinta millones de euros de traspaso solo le habían servido a Luka Modrić para ocupar un lugar tangencial en el galáctico banquillo blanco, contando sus apariciones por minutos y pasar, con más pena que gloria, casi de puntillas, por las agudas columnas de los cronistas depòrtivos. Ese croata menudito que vivió la Guerra de los Balcanes en primera persona y que un día aterrizó en White Hart Lane para gloria de los ojos, las palmas y las gargantas de los aficionados Spurs pasó del bombo mediático de su fichaje por el glamuroso equipo madrileño al olvido, a la crítica velada y a la crítica a secas por los mismos que, por treinta minutos en el teatro de los sueños, lo convierten hoy (veremos hasta cuando) en el portador de la inhiesta (no es un juego de palabras) enseña merengue. Será lo que tiene las grandes faenas toreras en las plazas europeas de tronío, digo yo.
La prensa deportiva patria nos bombardea con su clase, inteligencia, regate, disparo y gol, su pleno en pases enviados. Es más: fueron 37 minutos perfectos, a saber: 35 pases, todos bien, tres recuperaciones, cuatro regates, un gol, una asistencia…¡y hasta una bicicleta! La prensa española nos deleita hoy con coloridos gráficos de sus remates, centros al área y los nombres y fotografías, tamaño carné, de los afortunados destinatarios y receptores de los certeros flechazos del croata, a modo de Cupido balcánico, robando los corazones de los más apasionados columnistas, vestidos con casaca merengue, traje y corbata imparcial en el vestuario.
Las viejas glorias reclaman su presencia, lo ven futuro líder de las hordas del club de Concha Espina y los tabloides nos piden que elijamos el mejor de los cañonazos del croata, casi todos como Spur, todo sea dicho de paso. Treinta minutos ya justifican su fichaje, escriben otros….gloria y honor de la Villa y Corte.
La prensa nos deleita con coloridos gráficos de todas sus acciones
Modric ya hacía las delicias de los fans de los Spurs hace años
Luka Modrić ya era un buen futbolista antes de que los sesudos redactores deportivos elevaran su nivel de pelotero a la categoría de arte. Un jugador con criterio, elegante, el amigo de todos como antes lo había sido el gran Osvaldo Ardiles, ex del Tottenham también, siempre ofreciéndose, tocando, participando, ganando partidos ya antes de la noche de Old Trafford. Eso sí, en un club con menos aspiraciones que el Real Madrid, menos sometido al foco de la mal llamada opinión pública, más mundano. Del pueblo para el pueblo y tal. Modrić ya hacía las delicias de la gente en Londres hace tiempo. No siempre, claro está, porque en White Hart Lane el croata era humano y se equivocaba, como todos. Treinta minutos en el teatro de los sueños le han convertido en el ídolo de la semana merengue a la espera de otra gesta que, si no llega, ya la harán llegar y que tendrá, a buen seguro, otro divino protagonista.
Es el signo de los tiempos. Ya lo decía Prince hace años, antes de que le diera la pájara (digo yo que sería la de los cuarenta) y decidiera que era un buen momento para empezar a llamarse «el artista anteriormente conocido como Prince». Esas cosas que tiene los artistas, será. Ese signo de los tiempos que nos ha llevado desde las tardes de fútbol pegados a la radio, goles en La Condomina y Brandy Soberano, que era cosa de hombres, a los mitos y héroes del presente, creados por periodistas sensacionalistas muy cercanos a aquellos chupópteros y abrazafarolas que nos desenmascaraba, hace ya demasiado tiempo, con nocturnidad y alevosía, un profesional al que le daba igual narrar en directo, a pie de carretera la Vuelta a España, poner a caldo a Pablo Porta o echarle una bronca en directo a uno de sus colaboradores por extenderse demasiado en la narración de un gol, en pleno espacio de minuto y resultado.
Probablemente aquel periodismo no era mejor del que ahora tenemos como, tened por seguro, Modrić no era mejor futbolista el martes pasado que hace quince días. Solo es el signo de los tiempos en donde todo es blanco o negro, arriba o abajo, sin matices, en guerra con el color.
Hace tiempo que ese tipo que me mira desde el espejo decidió que no iba a aguantar nada ni a nadie que no le gustara y, encima, se iba a asegurar de que el afortunado portador de su ira se enterara. No me gusta la prensa deportiva, no me gusta la radio deportiva y no me gusta la televisión deportiva que se hace en España. Pero lo que menos me gusta es que los mismos que otorgan hoy a Luka Modrić condición divina y sobrehumana tras treinta minutos de gloria (quince más de los que reclamaba Andy Warhol) una tarde cualquiera en Old Traford, le patearán el trasero hasta hacerle caer de su etéreo pedestal una noche cualquiera, tras una decepción mayúscula de su equipo en un campo de serie media cualquiera.
Y, si no, al tiempo.