Juan Antonio Parejo

Ferguson y los calamares del Manzanares

 
Hasta hace no demasiado, creíamos que si una de las delicatessen típicas de Madrid era el bocata de calamares debía ser porque estos cefalópodos se criaban en las ricas aguas del siempre menguante y no menos literario río Manzanares, frontera de guerra y refugio de enamorados. Sí, sin lugar a dudas, debían de nacer ya con su forma esférica, listos para la freidora, su rebozadura y ale, entre pan y pan y para adentro. Huelga decir que, a fuerza de consumirlos con la correspondiente caña, lo más probable es que crecieran en piscifactorías de cerveza. O de eso llegamos a convencernos.

 
Y resulta que no, que no venían de Madrid. No sabemos si los traen de Ondárroa, Barbate, Badajoz o Bratislava, pero en efecto, el calamar no es madrileño.
 

Ferguson llegó a creer también en los calamares del Manzanares

La lección de Sir Alex fue la periferización del juego del United

¿Y a santo de qué escribimos esto? Durante un tiempo, no demasiado lejano, Ferguson también pareció creer de alguna manera en los calamares del río Manzanares. Dicho de otra forma: llegó a imaginar el fútbol sin casi centrocampistas. ¿Quién estuvo más cerca de la locura? Retrotraigámonos hasta el Manchester United-Sunderland del pasado noviembre y encontraremos a Wayne Rooney… ¡junto a Fletcher!.
 
Curioso, si repasamos que en mayo el Barça le había ganado la final de Champions más desigual de los últimos años, sustentado especialmente en un rombo Busquets-Xavi-Iniesta-Messi que en ningún momento pareció que podrían parar ni los kilómetros que pudiese recorrer Park. Y resulta que en la final de 2009, nos topamos con una situación calcada: Anderson-Carrick-Giggs-Park totalmente desbordados. Ambas finales se terminaron por cocinar en la total superioridad blaugrana en la medular.
 
Más allá de los méritos del mejor equipo que probablemente vayamos a ver nunca, ¿cuál fue la lección extraída por Sir Alex tras la derrota ante el Barça? Por momentos, la radicalización de su mensaje, una especie de “periferización” del juego del Manchester United, acentuada por la lesión del prometedor Cleverley y la escasa dimensión de algunos centrocampistas de la plantilla. A saber, completo dominio de las áreas, transiciones rápidas, extremos veloces y fútbol de vértigo. ¿Simple? Más que el mecanismo de una palanca, la desnaturalización del juego. Claro que Von Trier llegó a rodar alguna película con Nicole Kidman y sin decorados. Pero hablamos del núcleo del juego, donde un equipo pesa, no un simple matiz adicional (nótese que los matices adicionales para Von Trier muy probablemente no entren en los mismos criterios que los del espectador, como dan fe sus grabaciones cámara en mano).
 
De Park, ya lo sabemos todo. Incansable, polivalente y bregador, útil para cualquier equipo competitivo. Ryan Giggs, toda una institución (desde aquí realizamos una reverencia ante él) y un ejemplo, jugador inteligente y profesional donde los haya, que conserva intacta su zurda y su depurada técnica. Jugador de los que además, sabe leer el fútbol. ¿Ambos son aptos para timonear al United? En partidos de primerísimo nivel, de Park podríamos decir rotundamente que no. De Giggs, con matices, probablemente tampoco. Aunque luego engancha un balón en la banda izquierda de Stamford Bridge, ridiculiza a Bosingwa, le da el gol a Rooney y nos hace sentir que volvemos a tener catorce años.
 

A Maradona le sucedió lo mismo y se llevó 4 goles de Alemania

Y redescubrió a Carrick, el único que no naufragó en la final de Roma

Si lo comparamos con la élite europea, podríamos mantener que el United quizá no ha tenido un centro del campo excesivamente brillante desde aquel Beckham-Scholes-Keane-Giggs del triplete, encomendándose en gran parte a delanteros como Ronaldo, Van Nistelrooy o Rooney, o espectaculares nóminas de defensas. Pero Sir Alex fue más allá y en efecto, se creyó que los calamares venían del Manzanares. Maradona también lo pensó en el Mundial de Sudáfrica y se llevó la mayor bofetada de su vida en forma de cuatro goles alemanes. Curiosamente cuando el fútbol evoluciona hacia derroteros distintos, Ferguson pareció decidirse por echarse al monte.
 
Un 2-6 en Old Trafford contra el Manchester City, la eliminación en Champions y una serie de derrotas en Navidad (Newcastle y muy especialmente Blackburn) muy probablemente le empujaron a pensar que en los calamares no habitan en agua dulce ni en la cerveza. Y de repente, redescubrió a Michael Carrick, que agonizaba desperdiciado en el banco.
 
Michael Carrick, aquel que fue el único centrocampista que pareció no naufragar en la final de Roma, mediocentro típico de salida de balón y apoyo en corto, no exento de buen desplazamiento en largo. Y para desmentir a todos esos yihadistas del fútbol físico, con más quite que el resto de medios de su equipo.
 
Y justo en el partido contra el Manchester City de FA Cup, le cayó un regalo del cielo: Paul Scholes, del que nunca nos cansaremos de decir que nos parece el mejor centrocampista británico de los últimos veinte años. Y sí, hemos visto mucho a Lampard y a Gerrard, pero el pelirrojo es, sintiéndolo mucho queridos lectores, una de nuestras mayores debilidades, aunque ya esté de vuelta. Para no repetirnos, pueden leer cinco líneas de nuestro último post. Resumiendo, un 30 % de lo que fue Scholes equivale a la inspiración divina de Fletcher y Anderson.
 
Llegados a estas alturas de temporada y aunque ya exiliado de la Champions League y de la FA Cup, el Manchester parece revitalizado si lo comparamos con su situación hace un mes, especialmente tras la depresión post-Champions y de Navidad. Todo apunta a que su mano a mano con los citizens se tendrá que resolver en las últimas jornadas.
 
Nunca un acontecimiento histórico se debió a una sola causa. Decir que las barricadas de París de aquel mayo del 68 se debieron a que hijos de papá se cansaron de llegar pronto a casa sería tan banal como simple. Sin embargo, dejando al Barrio Latino y volviendo a Manchester, podemos decir que Ferguson bajó de la montaña, después eso sí, de haberse llevado unos cuantos cantazos en la cabeza y comenzó a creer que, tal y cómo parecía, los calamares vienen del mar, se cortan en círculos y se ponen en el bocadillo con un poco de limón y preferentemente, una cerveza. Tras ello, Carrick se convirtió en el centro de gravedad del equipo, que pareció hacerse fuerte desde la medular. El resto de esta pequeña historia está por escribir.
 

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Juan Antonio Parejo