Quico Muñoz

Fundar al rival

El origen de las rivalidades en el fútbol es diverso: la cercanía entre ambos clubes, la lucha por los mismos objetivos, motivos políticos o sociales, etc. Algunas incluso tienen su origen en la fundación del rival. 

 
Si hay algo que llama la atención a cualquier observador externo del fútbol inglés es el hecho de que la pertenencia a un lugar o clase social marca el equipo al que sigues. Hablamos de un país donde los aficionados no se limitan a seguir a los mejores, sino que equipos menores también reciben un gran apoyo. Por tanto, no es extraño encontrar en divisiones inferiores aficiones y entradas a estadios que harían palidecer a muchos equipos de los primeros niveles de las ligas continentales.
 
Este sentimiento de pertenencia lleva a que el contacto entre aficiones sea mayor y que las rivalidades sean superiores a las que podemos encontrar en otros lugares. Mientras que en otros países estas rivalidades suelen circunscribirse a una rivalidad puramente local entre equipos de la misma ciudad y a rivalidades “históricas” entre los equipos grandes, en Inglaterra no ocurre así. Otros hechos como la cercanía geográfica, rivalidades económicas entre ciudades, una serie de encuentros a lo largo de la historia o simplemente cuestiones políticas son factores en la aparición de dichas rivalidades. Además, estas enemistades suelen mantenerse en el tiempo aun no habiendo enfrentamientos directos entre ambos equipos al estar en niveles diferentes de la pirámide de ligas, como ocurre en el derbi del East End londinense entre el West Ham y el Millwall.
 
Muchas de estas rivalidades tienen sus raíces en la fundación de los clubes. El mejor ejemplo de esto sería precisamente ese último derbi. Tanto West Ham como Millwall fueron fundados por empresas que mantenían una rivalidad comercial que se trasladó al deporte. Esta relación entre fundación y rivalidad alcanza cotas mayores en los casos de Everton y Liverpool o Fulham y Chelsea, ya que estos enfrentamientos van más allá de la cercanía geográfica. Estamos hablando, como más de uno habrá adivinado por el título, de cómo las acciones de un equipo acabaron generando la fundación del que sería a partir de entonces su rival.
 
Si hablamos del derbi de Merseyside debemos remontarnos a finales del siglo XIX, concretamente a 1892. En aquel entonces, el único equipo de la ciudad era el Everton, que ya contaba con catorce años de historia y una liga en sus vitrinas, y que disputaba sus partidos en el campo de Anfield Road, propiedad del presidente del equipo, John Houlding, propietario de una fábrica de cervezas. Houlding buscó rentabilizar el éxito del Everton aumentando el alquiler que pagaban los Toffees de 100 a 250 libras anuales, lo que hizo que la junta directiva del club lo cesara como presidente y abandonara Anfield Road.
 
Sin campo donde jugar, el Everton marcó un hito en la historia del fútbol al construir al otro lado de Stanley Park (a menos de una milla de Anfield Road) el estadio de Goodison Park, el primero creado explícitamente para el fútbol. Compuesto y sin equipo, Houlding tuvo que buscar una solución que le permitiera sacarle réditos a Anfield Road y, ni corto ni perezoso, fundó un nuevo club al que trató de llamar Everton, pero la federación inglesa le impidió inscribirlo con ese nombre, por lo que acabó por llamarle Liverpool Football Club. Empezaba así la historia de un derbi que, pese a su accidentado nacimiento, ha acabado por convertirse en uno de los más pacíficos y tranquilos de Inglaterra. No por casualidad es conocido también como «el derbi de la amistad».
 
El caso de Fulham y Chelsea tiene cierta similitud con el derbi de Merseyside, aunque debido al desarrollo tardío del futbol en el sur de Inglaterra se produjo años más tarde. A principios del siglo XX, el fútbol empezaba a profesionalizarse en Londres y el Fulham, el equipo más antiguo de la ciudad, se había convertido en uno de los más importantes de la Southern League junto al Tottenham, aunque lejos aún del Arsenal, el equipo más grande de Londres y que ya militaba en la Football League. Esta importancia no pasó desapercibida para nadie y, como era de esperar, alguien trató de hacer negocio con ella.
 
Gus Mears era un empresario londinense que junto a su hermano había adquirido en el barrio de Fulham un viejo estadio de atletismo llamado Stamford Bridge y su idea era convertirlo en un estadio de fútbol de gran nivel y alquilárselo al Fulham, que por aquel entonces ya jugaba en Craven Cottage. Sobre el papel, todas las piezas del rompecabezas encajaban: la importancia del Fulham iba en aumento y su estadio presentaba multitud de problemas, habiendo sido cerrado incluso por el ayuntamiento. Pero los Hermanos Mears llegaron tarde con su oferta. Poco tiempo antes, la directiva del Fulham había llegado a un acuerdo con el arquitecto escoces Archibald Leitch (que había diseñado Ibrox Park o el propio Anfield entre otros estadios) para construir la mítica grada de ladrillo rojo del estadio, conocida hoy como Johnny Haynes Stand, por 15.000 libras, un record para la época.
 
Con la inversión ya realizada, la directiva del Fulham se negó a trasladarse a Stamford Bridge y los hermanos Mears se vieron abocados a perder su inversión. ¿La solución? La esperada: fundar un equipo de fútbol que ocupara el estadio. El problema era que en Fulham ya había un equipo, así que, pese a estar radicado en dicho barrio londinense, los hermanos optaron por ponerle el nombre del barrio vecino de Chelsea y así atraer seguidores. ¿El resultado? Un éxito. Aunque no consiguió entrar en la Southern League porque Fulham y Tottenham vetaron su entrada, sí que consiguió hacerlo en la Football League, que no quería perderse la posibilidad de tener un estadio como Stamford Bridge. Con esto, el Chelsea consiguió colocarse como segundo equipo de Londres tras el Arsenal y empezó una rivalidad contra el Fulham que, pese a la diferencia de categorías durante muchos años, llega hasta el día hoy.
 

 

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Quico Muñoz