Un bras d’honneur de Wayne Rooney
N’est pas une peluche de Mickey
Happy mondays au Bataclan
Un thé dansant
Un témoignage de l’abbé Pierre
N’est pas une soirée infirmière
Cette photo de toi à Berlin
Bah ! C’est pas rien
(Vincent Delerm, Un tacle de Patrick Vieira n’est pas une truite en chocolat, 2008)
Vincent Delerm publicó su primer álbum en 2002. Por aquel entonces, yo vivía en París y su música festiva, minimalista, despreocupada, me enganchó desde la primera nota. Sus canciones hablan de fútbol, de cine, de literatura, de las pequeñas cosas de las que está formada la vida. Por eso, al año siguiente, cuando me enteré de que tocaba en el Bataclan, una sala mítica de la capital francesa que todavía no había tenido ocasión de visitar, no dudé un instante. Los recientes eventos de París me han hecho recordar con tristeza aquella querida visita.
El Bataclan es una sala de espectáculos especial. Desde que su hall, su encanto, formado a partes iguales por su peculiar diseño y su historia, te envuelve. Construido a mediados del siglo XIX por el ecléctico arquitecto Charles Duval, exhibía originalmente un techo en forma de pagoda china que posteriormente desaparecería. A lo largo de sus 150 años de historia, la sala ha conocido infinidad de altibajos, fue café, cine y teatro hasta acabar como sala de conciertos. Y finalmente, escenario de un vil ataque terrorista.
Como también lo podría haber sido el Stade de France, otro lugar que he tenido ocasión de frecuentar desde su inauguración con motivo del Mundial de 1998. No es casualidad que los terroristas hayan atacado estos escenarios. Son lugares donde se celebra la vida. El fútbol y la música son actividades que nos conectan con el otro, con nuestro yo interior, que festejan la alegría de vivir.
El pasado y el presente nos recuerdan la potencia del fútbol como nexo de unión
Nos conecta con la vida, con el otro, con aquello que nos hace humanos
Ante la barbarie, el fútbol tiene mucho que ofrecer. Recuerdo en momentos así la tregua de Navidad de 1914, durante la Primera Guerra Mundial. Aunque en los últimos años se ha sobrevalorado la dimensión e importancia de aquel episodio, las pruebas demuestran que se produjo. Y que el fútbol fue un elemento crucial. El lugarteniente alemán Kurt Zehmisch, que luchó en la Primera Guerra Mundial y falleció en la siguiente, así lo plasmó en su diario, que su hijo halló en un ático en 1999, más de 50 años después: «Un par de británicos trajeron un balón de sus trincheras y comenzó un partido. Qué fantásticamente maravilloso y extraño. Los oficiales ingleses también lo sintieron así… que gracias al fútbol y la Navidad, el deleite del amor, enemigos a muerte se convirtieron en amigos por unos instantes”.
Tras el partido entre Francia y Alemania del pasado viernes, la expedición germana decidió permanecer en el estadio hasta que pudieran embarcar hacia Frankfurt la mañana siguiente. En muestra de solidaridad, los jugadores franceses decidieron permanecer en el estadio hasta que los alemanes se fueran. Así que unos y otros pasaron la noche en colchones improvisados en los vestuarios.
Ese es el poder del fútbol. Nos acerca al otro. Este martes, los aficionados ingleses que acudan a Wembley para presenciar el amistoso entre Inglaterra y Francia cantarán “La Marsellesa” como muestra de apoyo a sus congéneres. A tal efecto, la letra se mostrará en las pantallas de Wembley y los periódicos ingleses la han publicado en sus páginas de deportes.
Tras los ataques, la celebración del partido quedó en entredicho. La federación inglesa se puso a las órdenes de sus homólogos al otro lado del Canal. Con buen tino, los franceses decidieron seguir adelante. El día que nos arrebaten el fútbol, o la música, aquello que nos hace humanos, nos habrán derrotado. No lo permitamos.