Este verano hemos asistido hasta ahora a tres grandes competiciones internacionales. La primera, el Campeonato de Europa sub-21, que se celebró en Dinamarca y concluyó con la victoria de la selección española. La segunda ha sido la Copa del Mundo femenina, organizada brillantemente por Alemania y de la que se proclamó vencedera sorprendentemente Japón. La tercera es la Copa América, que se está celebrando estos días en Argentina.
Estos tres torneos han tenido una cosa en común: la elevada cantidad de partidos que han tenido que recurrir a la prórroga para dilucidar al vencedor. En el Campeonato de Europa sub-21, ambas semifinales se decidieron en la prórroga. En la Copa del Mundo femenina, se acrecentó esta tendencia a recurrir al tiempo añadido. De los cuatro partidos de cuartos de final, tres de ellos tuvieron que recurrir a la prórroga, y dos de ellos acabaron en penaltis. Aunque las semifinales se resolvieron dentro del tiempo reglamentario, la final de nuevo acabó en la prórroga y el campeón se decidió en los penaltis. Finalmente, en lo que llevamos de Copa América, se está repitiendo el mismo patrón. Tres de los cuatro partidos de cuartos de final recurrieron a la prórroga y dos de ellos llegaron hasta los penaltis.
Últimamente hemos asistido a un exceso de prórrogas
La prórroga es casi tan antigua como el fútbol
La prórroga es prácticamente tan antigua como el propio fútbol. En el siglo XIX, cada equipo jugaba con su propio conjunto de normas, hasta que comenzaron a disputarse partidos entre ellos y tuvo que emprenderse un esfuerzo de unificación de las normas. Como base, se utilizaron las reglas de Cambridge, que no preveían un tiempo adicional en caso de empate. Fueron otro conjunto de reglas, las de Sheffield, las que introdujeron ese concepto, que ha proporcionado grandes momentos de la historia del fútbol, en especial en las Copas del Mundo.
Sin embargo, la prórroga ha sufrido en las últimas décadas varios intentos ignominiosos para acabar con ella, con nombres tan poco acertados como su propio concepto. Me refieron en concreto al lamentable invento del «gol de oro» y el «gol de plata». Su objetivo era fomentar el fútbol ofensivo. Se suponía que los equipos iban a lanzarse alegremente contra la portería rival en busca del gol de la victoria. La realidad fue que los equipos se centraron en defender con precaución para evitar encajar el gol de la derrota. Afortunadamente, fueron desterrados de la práctica futbolística esperemos que para siempre.
La prórroga nos ha regalado grandes momentos. Tal vez la más recordada por aquellos que nacimos en los años 60 y 70 fue la que protagonizaron Francia y Alemania Occidental (la mítica R.F.A.) en semifinales de la Copa del Mundo de España 82. Aquel partido, que se jugó en el Estadio Sánchez Pizjuán de Sevilla, enfrentó dos estilos diametralmente opuestos. Por un lado, el rigor alemán, caracterizado por sus excelentes cualidades físicas y una fuerza mental a prueba de bomba. Por el otro, los franceses, que desbordaban imaginación y espontaneidad, una especie de brasileños a la europea. Pero en aquel entonces no era más que un equipo prometedor que no confiaba suficientemente en sus posibilidades.
Desde el principio, los alemanes presionaron a sus rivales, capitaneados por Paul Breitner y Pierre Littbarski, que abrió el marcador a los 17 minutos. Los franceses reaccionaron tras el gol y obligaron a los alemanes a retrasar su defensa paulatinamente y a multiplicar las faltas para detener la avalancha de juego de los «bleus». Fue precisamente el lanzamiento de un golpe franco el que propició el gol del empate, tras una clara falta dentro del área de Forster sobre Rocheteau cuando se disponía a cabecear. Michel Platini convirtió el penalti y puso el 1-1 a los 27 minutos, resultado con el que se llegó al descanso.
Quizás la más recordada sea la del Francia-R.F.A. del 82
No es común vivir una prórroga con 4 goles en un Mundial
La segunda parte depararía uno de los momentos más tristes, injustos y lamentables de la historia del fútbol. Los franceses sufrieron la lesión de Bernard Genghin al poco de remprender el juego, que fue sustituido por Patrick Battiston. A pesar de ser un lateral derecho, se vio obligado a ocupar la posición de centrocampista a causa de las circunstancias. A los pocos minutos, Michel Platini abre magníficamente el juego para permitir a Battiston presentarse solo frente a Harald Schumacher, el portero alemán, que salió fuera del área a su encuentro. Harald Toni Schumacher era un portero muy agresivo que aquel día destinó una parte no desdeñable de sus esfuerzos a provocar a los jugadores franceses y su público ya desde la primera parte.
El disparo bombeado de Battiston no entró por poco, pero Schumacher prosiguió su carrera y acabó golpeando a Battiston con una violencia fuera de lugar. El francés quedó inconsciente sobre el césped y tuvo que ser evacuado del terreno de juego. Mientras, el árbitro se limitó a marcar saque de portería para los alemanes, erigiéndose de este modo en responsable de una de las peores decisiones arbitrales y una de las mayores injusticias de la historia de la Copa del Mundo.
Los franceses, revolucionados, arrollan a sus rivales. El público que abarrotaba el Pizjuán tomó partido por los franceses y se dedicó a silbar cada una de las intervenciones de Schumacher. A pesar del caudal ofensivo francés, los alemanes lograron resistir hasta el final del tiempo reglamentario. Y llegó la prórroga. Tal vez la más dramática de los últimos 30 años.
La prórroga comenzó muy bien para los franceses. Marius Trésor golpeó de volea un golpe franco y puso en ventaja a los «bleus» solo tres minutos después de la reanudación. Seis minutos después, Alain Giresse lanza un disparo durísimo desde el borde del área que se estrella en la base del poste antes de entrar en la portería alemana. La imagen de alegría de Giresse corriendo ebrio de felicidad es uno de los grandes momentos del fútbol galo. Con 3-1, los franceses se ven en la primera final de su historia. Sin embargo, solo cuatro minutos después del gol de Giresse, mientras los «bleus» siguen hostigando la portería alemana, el árbitro pasa por un alto una primera falta de Forster sobre Giresse y una segunda sobre Platini, y permite a los alemanes lanzar el contraataque. Rummenigge, que acababa de entrar, reduce la distancia con su pierna izquierda. Era el 3-2 y todavía no se había llegado a la media parte de la prórroga. La aparición de Rummenigge supuso un dolor de cabeza evidente para los «blues», incapaces de adaptar su esquema al cambio ofensivo de los alemanes. El partido cambió de repente. Los ataques alemanes se multiplican y los franceses aparecen desbordados. Nada más comenzar la segunda mitad de la prórroga, Fischer, desmarcado en el área francesa, logra el tanto del empate tras el centro del inevitable Littbarski. El marcador ya no se movería y este partido se convertiría en el primero que se decidió en la tanda de penaltis en la historia de la Copa del Mundo.