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El nacimiento del Association Football
Aunque practicado desde siglos atrás en tierras británicas, no fue hasta principios del siglo XIX cuando se popularizó un singular juego caracterizado por estar compuesto por numerosos jugadores y un balón. Este juego, conocido por aquel entonces en Inglaterra como football, se practicaba prácticamente en todas las escuelas públicas de Inglaterra, los miembros de las cuales procedían en su mayoría de las clases media y alta. Los trabajadores de clase baja no podían permitir que sus hijos fueran a la escuela, pues tenían que trabajar. El juego del football era utilizado por los profesores de las escuelas públicas como una forma de controlar el comportamiento social de los alumnos. Cada una de estas escuelas públicas utilizaba sus propias reglas, pues no existía un código universal. En algunas escuelas se permitía agarrar el balón con las manos; en otras no. En algunas había límite de jugadores; en otras no. En algunas el terreno de juego era limitado; en otras no. En algunas había una portería; en otras no.
El sistema funcionó de maravilla en las escuelas: prácticamente todas fomentaron el football. El juego despertó pasión entre sus practicantes. Sin embargo, cuando alumnos de distintas escuelas públicas coincidían en la universidad, surgía un grave problema: ¿qué reglas debían ser las utilizadas? En 1848 hubo el primer intento de estandarizar un juego de reglas, cuando se reunieron en el Trinity College de Cambridge representantes de las escuelas de Eton, Rugby, Harrow, Shrewsbury, Winchester y de la propia de Cambridge.

En aquella reunión se crearon las «reglas de Cambridge», muy próximas a las reglas actuales del fútbol, pero los participantes fracasaron en el intento de universalizarlas en Inglaterra. De hecho, algunas de las escuelas representadas en 1848 ni siquiera las adoptaron, como la de Rugby. Además, en 1858 surgieron las «reglas de Sheffield», en directa oposición con las de Cambridge. Todo ello complicó todavía más la difícil tarea de encontrar una fórmula única para practicar el football en Inglaterra. Más allá de que cada escuela quisiera imponer sus reglas, el problema era también una cuestión social. Los miembros de las clases aristocráticas condenaron el uso de las manos en el «football» por favorecer la brutalidad y la fuerza en vez de la habilidad.
Sin embargo, contrariamente a lo que pueda parecer, no lograr establecer unas reglas únicas para toda Inglaterra no resultó un obstáculo para que nacieran los primeros clubes de fútbol. El primer club de «football» fundado que practicaba, más o menos, el fútbol moderno tal y como lo conocemos, fue el Sheffield F.C, en 1857. Le siguió el Cambridge University Football Club en 1858 y el Wanderers FC en 1859. El nacimiento de estos clubes motivó la aparición de otros muchos, como el Nottingham FC (actual Notts County) en 1862 o el Stoke Ramblers FC (actual Stoke City) en 1863. Sin embargo, a pesar de la fundación de estos clubes, seguían sin existir unas reglas comunes, así que cada club jugaba con sus propias reglas.
En 1863 se estandarizaron las reglas actuales de fútbol
Las «reglas de Cambridge» fueron la base del Association Football
Era obvio que tarde o temprano deberían establecerse unas reglas comunes, puesto que, de lo contrario, los clubes nunca podrían competir entre sí. Por pura competitividad, para saber qué club era mejor, debían establecerse unas reglas universales. Esto sucedió cuando, gracias a la iniciativa emprendida por Ebenezer Cobb Morley (conocido como el «padre del fútbol»), se reunieron el 26 de octubre de 1863 miembros de distintos clubes de football en la Freemason’s Tavern de Londres. Allí se estandarizaron las primeras reglas de fútbol y se creó la Football Association (FA), el organismo que gobernaría el deporte recién creado en Inglaterra, llamado en sus inicios Association Football para distinguirlo del Rugby Football. Las «reglas de Cambridge» eran las que más se acercaban a las estandarizadas en 1863, en las que por primera vez se limitó a once los jugadores de cada equipo y se prohibió el uso de las manos, excepto en el caso del portero, en lo que significaba un triunfo de las clases aristocráticas.
Con la existencia de un organismo que gobernaba el juego recién creado, los clubes florecieron hasta 1900. A menudo, los clubes no eran más que un grupo de amigos que representaban a pequeñas localidades o a simples distritos dentro de las ciudades. Con once miembros prácticamente bastaba. Y es que, en los orígenes del fútbol, no existían los espectadores pasivos: todos los presentes estaban allí para jugar. Los primeros espectadores pasivos fueron miembros o exmiembros que, por una razón u otra, no podían jugar; así como amigos y familiares de los jugadores. Asimismo, en los primeros clubes de fútbol, la cuota de socio daba derecho a un abono para toda la temporada y concedía una participación democrática en la marcha del club. El dinero necesario para mantener vivo el club, utilizado para el desplazamiento de los jugadores, la vestimenta o los balones, era aportado íntegramente por los socios del club. Éstos recaudaban fondos a través de distintas actividades, como la creación de una lotería del club, que era una de las más populares.
La facilidad con la que se crearon los clubes de fútbol y la democrática forma de administrarlos apartó al fútbol de su origen aristocrático. Las clases trabajadoras, especialmente los obreros industriales, se hicieron pronto con el poder de la mayoría de los clubes de fútbol.
La popularización del fútbol

Pagar por ver un espectáculo deportivo no es una novedad del siglo XXI, como demuestran los gladiadores romanos. En la Inglaterra del siglo XVIII no existían gladiadores, pero sí habían otros espectáculos por los cuales los ingleses estaban dispuestos a pagar por el privilegio de disfrutar de ellos. Estos espectáculos eran fundamentalmente partidos de cricket y carreras de caballos. Sin embargo, estos dos espectáculos interesaban casi exclusivamente a las clases más altas. La clase media apenas tenía interés por ellos. Así que cuando apareció el fútbol, las clases medias y bajas se volcaron. La excitación intrínseca de un partido de fútbol, unida al sentimiento que los clubes de fútbol lograron sembrar en los aficionados de cada equipo, disparó la popularidad del deporte. Ahí radica precisamente el gran éxito del fútbol: los clubes lograron establecer con sus aficionados un sentimiento de identificación. Los seguidores de un equipo se veían representados por los jugadores, algo lógico teniendo en cuenta que la mayoría de aficionados eran también jugadores. Además, esta situación se dio en un contexto económico favorable, pues los trabajadores vieron cómo su salario real aumentaba entre 1870 y 1890, además de que comenzaron a gozar de media jornada de descanso los sábados. Es decir, los trabajadores tenían más dinero para consumir y más tiempo libre, una combinación que propició a que aumentara el público en los partidos de fútbol, jugados en su mayoría los sábados por la tarde, al igual que en la actualidad.
Y es que, ya a finales del siglo XIX, el fútbol era un producto perfecto. En palabras del historiador Richard Holt, «la sensación de comunidad, cohesión y entusiasmo experimentada por los espectadores de los partidos profesionales ofrecía una segunda identidad. A medida que se acercaban las tres de la tarde, los trabajadores tomaban brevemente posesión de la ciudad». El fútbol ofreció a los aficionados la emoción de sentirse representados por once jugadores, la posibilidad de ganar, la diversión de tomar unas cervezas con los amigos mientras disfrutaban del encuentro y, para aquellos que quisieran, la opción de apostar por el resultado.
El fútbol ofreció a los clubes la posibilidad de representar a sus ciudades
El fútbol se convirtió en el mayor tesoro del pueblo
Otro factor importante fue el social. Los trabajadores de clases medias y bajas habían logrado arrebatar el fútbol a las clases altas. Pocos de los aficionados y los jugadores pertenecían a las clases altas. Era el juego de los trabajadores. Se convirtió en el mayor tesoro del pueblo. Y se erigió en el peor enemigo de los aristócratas, que vieron cómo no podían comprar el control del fútbol con dinero. Ante esta impotencia, lo único que podían hacer era criticarlo. Y así lo hicieron. Por ejemplo, un jugador de cricket, llamado Ernest Ensor, escribió en 1898 que «el peor rasgo del fútbol profesional es su sórdida naturaleza. No se puede negar que este deporte tiende a la brutalidad». Ensor afirmaba que «el fútbol profesional está haciendo cada año más daño. Ya se ha extendido de norte a sur. El sistema es malo para los jugadores y peor para los espectadores, les daña física y moralmente. La salud de los trabajadores de las fábricas ya es suficientemente mala. Los gentlemen solo pueden jugar al Association Football entre ellos, no pueden arriesgarse a un abismo moral».
Pero esas críticas no fueron las únicas. A medida que fue creciendo la asistencia a los partidos de fútbol, algunos aficionados fueron criticados por no jugar, es decir, por asistir a los encuentros como meros espectadores. Estas críticas, de carácter fundamentalmente social, acabaron transformándose en críticas económicas. Tal y como apunta el historiador Steven Tischler, cuando el entusiasmo de los aficionados en los partidos entre semana comenzó a provocar el aumento del ausentismo laboral, las críticas arreciaron.
En respuesta a estas críticas, los aficionados al fútbol argumentaron que los valores del deporte hacían mejores a las personas que lo practicaban. De hecho, exalumnos de escuelas públicas y adeptos del cristianismo muscular (activistas religiosos de la era victoriana que creían que las actividades atléticas podían mejorar a las personas) promocionaron el juego del fútbol entre las comunidades de clases trabajadoras. Los valores del fútbol, junto con un físico sano, el espíritu de equipo y una alternativa a las apuestas y el alcohol eran sus principales bazas.
Desgraciadamente para este grupo profútbol, su efecto acabó siendo contraproducente. Ayudaron a que el fútbol se popularizara, pero lo hizo de tal forma en el último cuarto del siglo XIX que acabó profesionalizándose. La profesionalización, que ocurrió en 1885, provocó que muchos jugadores colgaran las botas y comenzaran a presenciar partidos de fútbol profesional con una cerveza en la mano mientras apostaban por el resultado. Es decir, lo contrario de lo que predicaba el cristianismo muscular.
A pesar de ello, algunos todavía mantenían que el fútbol, incluso el profesional, era una influencia positiva para los trabajadores. El fundador de la Football League, William McGregor, dijo en 1907 que «las esposas me han dicho que, después de los partidos de fútbol, sus maridos han sido más cuidadosos con su apariencia personal, y de hecho han cambiado para mejor en varias cosas».