Historia del Football (VI): El fútbol inglés toca fondo (1984-89)
Tras alcanzar su apogeo entre 1966 y 1984, el fútbol inglés cayó en picado. El «hooliganismo» y las malas condiciones de los estadios provocaron desastres como los ocurridos en Bradford, Heysel o Hillsborough. Estas catástrofes, agravadas por la omnipresencia de la televisión, provocaron que la imagen del fútbol inglés quedara dañada casi irreparablemente.
Tras alcanzar su apogeo con la victoria del Liverpool de Joe Fagan en la Copa de Europa de 1984, el fútbol inglés cayó en picado hasta tocar fondo un año más tarde, en 1985. El «hooliganismo» fue la causa principal de este declive.
Las peleas entre aficionados rivales en los partidos de fútbol nacieron prácticamente en paralelo al fútbol profesional. La mera presencia de un aficionado bebiendo cerveza junto a sus amigos podía desembocar en un enfrentamiento con hinchas rivales. Sin embargo, no fue hasta la década de 1980 cuando este fenómeno se agudizó en Inglaterra. Y es que, desgraciadamente para el fútbol inglés, durante esa época, el comportamiento violento por parte de los aficionados en los estadios de fútbol se convirtió en algo habitual.
Los hooligans se adueñaron de las calles y de los estadios
La mayoría de estadios no reunían las medidas de seguridad
La marcha de Denis Howell como ministro de deportes, cargo que ocupó entre 1974 y 1979, no contribuyó a frenar el aumento de la violencia. El político laborista fue el único ministro que se entrevistó personalmente con la NATFED, la Federación de clubes de aficionados (SC). La sucesión de cinco ministros de deporte conservadores (Hector Monro, Neil Macfarlane, Richard Tracey, Colin Moynihan y Robert Atkins) entre 1979 y 1992 no hizo más que empeorar las cosas. Ninguno de ellos prestó la más mínima atención a la Federación, que podría haber resultado de gran ayuda. La influencia de los ministros conservadores se notó particularmente en la actitud de la policía hacia los espectadores. En su junta anual de 1982, un miembro de la Federación llamado Ian Todd, dijo: «Existe una gran diferencia de actitud por parte de la policía cuando actúa contra los aficionados al fútbol. Creo que es algo de lo que deberíamos ocuparnos».
El caldo de cultivo para la explosión de la violencia estaba servido. Por un lado, el «hooliganismo» crecía por momentos. Por otro, la policía no contribuía a aliviar la tensión, sino más bien a aumentarla. La Federación de clubes de aficionados, carente de recursos, y los poderes públicos, aparentemente faltos de interés, se cruzaron de brazos. Para agravar la situación, este fenómeno se produjo en un momento de expansión de las telecomunicaciones. Todos los partidos de la primera división se retransmitían por radio y muchos de ellos también por televisión. Esto provocó que todo aquel que siguiera el fútbol inglés mínimamente estuviera al corriente del auge del «hooliganismo».
Los únicos que hicieron algo por evitar que este fenómeno se extendiera todavía más fueron algunos aficionados, como los miembros del club de aficionados del Celtic, que fueron agredidos por hinchas de la Juventus en los dieciseisavos de final de la Copa de Europa 1981-82 en Turín. Para evitar cualquier problema en su visita al Ajax de Ámsterdam la temporada siguiente en la misma ronda, enviaron emisarios a la capital holandesa, donde se reunieron con la policía local y otros representantes locales. Este procedimiento se repitió en alguna otra ocasión, pero existía un problema evidente: este sistema tenía un coste económico desorbitado y requería muchas horas de dedicación.
Sin embargo, a pesar de los problemas fuera de los terrenos de juego con los «hooligans», el estado de salud del fútbol inglés a nivel competitivo era espectacular. Todos los campeones de la Copa de Europa entre 1977 y 1982 fueron equipos ingleses. En 1984 repitieron título, esta vez el Liverpool de Joe Fagan, el sucesor de Bob Paisley.
Pero el elevado nivel futbolístico de los equipos ingleses no lograba esconder la dramática realidad del «hooliganismo». La violencia en los partidos de fútbol era cada vez más habitual. Uno de los mejores ejemplos fue el del derbi galés. La violencia en los encuentros que enfrentaban a Cardiff y Swansea era tan descontrolada que se llegó a considerar la posibilidad de eliminar su enfrentamiento del calendario. Ni siquiera la prohibición de vender alcohol en los estadios logró frenar la violencia entre aficionados. Lo único que logró fue que los aficionados pasaran de consumir alcohol y drogas durante los encuentros a hacerlo antes. Durante la semifinal de FA Cup de la temporada 1984-85 entre Liverpool y Manchester United, los aficionados llegaron a arrojarse bolas de golf los unos a los otros.
Además de la violencia que presidía los partidos, la gran mayoría de los estadios ingleses tampoco cumplían los requisitos de seguridad. La mejor muestra de sus carencias se produjo el 11 de mayo de 1985, cuando se desato el incendio del estadio del Bradford. El equipo local, el Bradford City, jugaba ante el Lincoln City un encuentro correspondiente a la Third Division, de la que el Bradford ya se había proclamado matemáticamente campeón. Así que el encuentro se antojaba más como una fiesta de celebración que como un partido de fútbol. Pero acabó en funeral. Cuando el encuentro se acercaba al descanso, con empate a cero en el marcador, un espectador lanzó una cerilla o una colilla de cigarrillo encendida que cayó sobre un montón de residuos acumulados debajo de las gradas, provocando un pequeño fuego que acabó convirtiéndose en un incendio descontrolado. Murieron 56 personas y más de 250 resultaron heridas. El suceso alcanzó tal repercusión que hasta la actual reina de Inglaterra, Isabel II, la primer ministro del momento, Margaret Thatcher, y el papa Juan Pablo II, dieron el pésame a las víctimas en público.
El desastre de Heysel
En este contexto de violencia e inseguridad en los terrenos de juego se produjo el desastre que marcó uno de los peores momentos del fútbol inglés en su historia. El 29 de mayo de 1985, el Estadio Heysel de Bruselas debía albergar la final de la Copa de Europa, que enfrentaba a Liverpool y Juventus. Fue la peor noche del fútbol inglés y europeo de la segunda mitad del siglo XX. Y no sería porque no hubieran existido síntomas previos.
El año anterior, el Liverpool ganó la Copa de Europa ante la Roma, anfitriona de la final, tras un agónico partido que acabó decidiéndose en la tanda de penaltis. Pero las escaramuzas entre aficionados de uno y otro equipo amenazaron con ensombrecer la victoria de los «reds». Afortunadamente, en aquella ocasión no se produjeron víctimas mortales. En Roma, fueron los aficionados italianos los que tomaron la iniciativa de los alborotos, algo que cambiaría en Bruselas.
Las ansias de «vendetta» entre italianos e ingleses eran recíprocas. Los italianos deseaban vengarse de la derrota romana ante el Liverpool, mientras que los ingleses querían resarcirse por el trato recibido en Roma. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Tampoco el estadio elegido por la UEFA para albergar la final reunía las condiciones necesarias para un encuentro de tal envergadura. El estadio estaba en tan malas condiciones que aquel debía ser el último partido jugado allí antes de proceder a su renovación.
Para acabar de rematarlo, la separación de las dos aficiones no se realizó correctamente. En algunas zonas del estadio se mezclaron hinchas de ambos equipos. Por si fuera poco, la actuación de la policía fue nefasta. Faltos de efectivos, no pudieron impedir la venta de miles de entradas falsas, lo que implicó un exceso de aforo en el estadio.
La UEFA prohibió a los clubes ingleses competir en Europa durante 5 años
En Hillsborough fallecieron 96 aficionados del Liverpool
La combinación de todos estos factores desembocó en un cóctel dramático que estalló antes del inicio del partido. Los hinchas más radicales del Liverpool, muchos de ellos en evidente estado de embriaguez, empezaron a tirar objetos y se abalanzaron sobre los hinchas de la Juventus, situados en la zona anexa. Se produjo una avalancha y los aficionados de la Juventus, intentando alejarse de los del Liverpool, se acumularon en el fondo de su zona, aprisionados por un lado contra el muro donde finalizaba la gradería, y por otro contra las vallas protectoras que separaban las gradas del terreno de juego. Cientos de hinchas de la Juventus quedaron aprisionados contra las vallas, que eran fijas y no tenían salidas de emergencia, ante la presión de miles de aficionados. Murieron 39 personas por aplastamiento (34 de ellos italianos) y 600 resultaron heridas.
El encuentro acabó disputándose con hora y media de retraso por decisión del jefe de la policía belga y del alcalde de Bruselas para evitar males mayores, a pesar de la negativa en pleno de los jugadores y el cuerpo técnico de la Juventus.
La tragedia de Heysel se saldó con una victoria por la mínima de la Juventus, cinco años sin poder disputar competiciones europeas para los equipos ingleses (diez para el Liverpool, que luego quedarían en seis) y un daño casi irreparable para el fútbol inglés. El país que se había erigido en dominador absoluto del fútbol europeo y mundial durante los últimos diez años se disponía a afrontar la etapa más crítica de su larga historia.
La prohibición de disputar competiciones europeas provocó que el fútbol inglés perdiera su hegemonía en beneficio de otras ligas europeas, como la italiana o la española, a causa de que algunos de los mejores jugadores del fútbol inglés se marcharon al extranjero. Es el caso de Gary Lineker, por ejemplo, que abandonó las filas del Everton para recalar en el Barcelona en 1986; de Ian Rush, que llegó a la Juventus procedente del Liverpool en 1987; o de Chris Waddle, que en 1989 abandonó el Tottenham para marcharse al Olympique de Marsella.
El desastre de Hillsborough
Aunque cueste creerlo, el fútbol inglés todavía no había vivido su peor tragedia. Cuatro años después de Heysel se produjo la mayor tragedia futbolística de la historia del fútbol inglés. El 15 de abril de 1989 debía disputarse la semifinal de la FA Cup de la temporada 1988-89, que enfrentaba al Liverpool, dirigido por Kenny Dalglish, y al Nottingham Forest de Brian Clough.
El encuentro apenas duró seis minutos, que fue el tiempo que tardó la policía en avisar al árbitro de la situación en el estadio. Fallecieron un total de 96 aficionados del Liverpool, aplastados contra las vallas del estadio a causa de una avalancha. Miles de aficionados escalaron las vallas y saltaron al terreno de juego para evitar ser aplastados.
A raíz de esta tragedia, se encargó a Lord Taylor que creara una comisión para investigar las causas del desastre. El informe resultante, conocido como «informe Taylor», determinó que la causa principal había sido el «fracaso del control policial». Entre otras recomendaciones, el documento propuso que todos los estadios tuvieran asientos, para evitar que los aficionados pudieran estar de pie como hasta entonces y dar cabida a más personas de las permitidas. Si los trágicos acontecimientos de Hillsborough marcaron el momento más negro de la historia del fútbol inglés, el «informe Taylor» marcó el principio de su renacimiento.
Consecuencias de las tragedias
Por si las tragedias de Bradford, Heysel y Hillsborough no habían sido suficientemente dramáticas, su difusión a escala mundial por televisión contribuyó a amplificar su repercusión. Muchos países del mundo asistieron en directo a la tragedia de Heysel y no tardarían en presenciar las de Hillsborough.
El fútbol inglés perdió su capacidad para atraer espectadores, patrocinadores e incluso jugadores. Los primeros huyeron de los estadios ante la inseguridad reinante. Los segundos se alejaron del fútbol por la imagen violenta asociada con el deporte. Y los terceros emigraron hacia otras ligas donde poder competir en Europa.
La media de asistencia a los estadios y los ingresos por patrocinio descendieron durante la segunda mitad de la década de los 80. Además, muchos de los mejores jugadores que competían en Inglaterra se marcharon al extranjero. El Manchester United vendió a Ray Wilkins y a Mark Hughes al Milán y al Barcelona en 1984 y 1986, respectivamente. Gary Lineker abandonó las filas del Everton para recalar en el Barcelona en 1986. El Liverpool hizo lo propio con Ian Rush en 1987, que se marchó a la Juventus. El Tottenham traspasó a Chris Waddle en 1989, que recaló en el Olympique de Marsella, y a Paul Gascoigne, que aterrizó en la Lazio en 1992. El fútbol inglés vivía su peor momento. Las ligas española e italiana les pasaron por delante. Pero no tardaría en llegar la solución. Un invento llamado Premier League que seduciría al mundo.
Sobre el autor
Alvaro Oleart
@Alvaro Oleart
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