Roy Hodgson no fue jamás un tipo intrépido y difícilmente comenzará a serlo cuando se aproxima a las setenta primaveras. Probablemente, esa fue una de las características que decidieron a la federación inglesa a nombrarle seleccionador nacional. La institución que rige los designios del fútbol inglés jamás ha destacado por su audacia. Ni en 1977 cuando prefirió al gris Ron Greenwood en lugar de al deslenguado Brian Clough ni ahora.
Desde que fue nombrado seleccionador, Hodgson se ha visto obligado a renunciar varias veces a sus propias creencias. Su amado 4-4-2, el que perfeccionó en los años 80 y tan buen resultado le dio en las décadas subsiguientes, tuvo que ser eliminado para aplicar un 4-2-3-1 más del gusto de la nueva generación. Y ahora le podría suceder lo mismo con los componentes de su plantilla. En lugar de recurrir a jugadores experimentados como es de su agrado, podría verse obligado a alinear a un puñado de jóvenes. Y ya se sabe que no se puede confiar en la juventud. Y menos en un torneo importante. O eso ha creído siempre Roy.
Pero esos jóvenes alocados están llamando a la puerta de Hodgson y no parecen estar dispuestos a dejar de dar mamporros hasta que se abra o la echen abajo. A lo largo de estas dos últimas temporadas hemos presenciado la irrupción de jóvenes talentosos y descarados en la Premier League que reclaman su lugar en la Eurocopa de Francia. Es el caso de Jack Butland (1993) en la portería del Stoke. El de Nathaniel Clyne (1991), fichado este verano por el Liverpool. Desde luego, el de John Stones (1994), por quien el Chelsea llegó a ofrecer el oro, el moro y medio Stamford Bridge en verano. O de las nuevas sensaciones de los Spurs, Dele Alli (1996) y Eric Dier (1994). Por no citar a «viejos jóvenes» como Harry Kane (1993), Raheem Sterling (1994), Ross Barkley (1993), Phil Jones (1992), Alex Oxlade-Chamberlain (1993), Jack Wilshere (1992) o Jonjo Shelvey (1992). A ellos cabría añadir a Luke Shaw (1995), que se perderá la Eurocopa por la grave lesión sufrida en Champions League con el Manchester United.
Esta hornada de jóvenes nacidos entre 1992 y 1996 viene pisando los talones a la generación anterior, que comienza a atisbar su ocaso. Jugadores de la máxima confianza de Hodgson como Gary Cahill (1985), Wayne Rooney (1985), Phil Jagielka (1982), Michael Carrick (1981) están viviendo una de las peores temporadas de sus carreras. Todos ellos han sido golpeados por las lesiones y han sufrido para conservar su puesto en el once titular. Si no logran recuperar su mejor versión en los próximos meses, Hodgson deberá encontrar una buena excusa para concederles la titularidad o incluso convocarles.
Una vez jubilado internacionalmente hasta el último componente de la mal llamada «generación dorada» del fútbol inglés con la renuncia a la selección de los John Terry (1980), Jamie Carragher (1978), Rio Ferdinand (1978), Steven Gerrard (1980) o Frank Lampard (1978), llegó el momento del relevo. Sin embargo, sus sucesores no han logrado superar el bagaje de sus predecesores. La generación de los James Milner (1986), Jermain Defoe (1982), Joe Hart (1987), Leighton Baines (1984) y los ya citados Cahill, Rooney, Jagielka y Carrick, si bien menos publicitada que la anterior, tampoco logró responder a las expectativas.
Ahora, una nueva hornada pide paso. Una nueva ola de futbolistas que se han ganado, por derecho propio, sus minutos en la Premier League. Los jugadores ingleses apenas disputan algo más de un 30% de los minutos de la liga. Disponer de oportunidades en la liga más competitiva del mundo no es tarea sencilla. Así que cuando un joven de menos de 21 años logra abrirse un hueco, es porque lo vale. Muy a su pesar, Hodgson no tiene más remedio que dar paso a estos jóvenes molestos.