Ilie Oleart

Juguetes rotos

Adam Johnson fue condenado por pederastia esta semana por un jurado de Bradford. La pena del juez oscilará entre cuatro y diez años, lo cual supone a la práctica el telón final de una carrera destinada a transcurrir bajo los proyectores de los mayores estadios de Europa y acabará en una cárcel inglesa. 

 
“Mi creciente desilusión con la Premier League, los constantes cambios de entrenador y el aburridísimo fútbol que se practica me decidieron a no renovar mi abono al final de la temporada pasada. La gestión de la situación del caso de Adam Johnson por parte del club ha sido la gota que ha colmado el vaso y, tras treinta años como aficionada, no tengo intención de volver al estadio a corto plazo […] me siento más alejada del club que nunca antes”. Estas son palabras de Lydia Jane Lowes, una aficionada del Sunderland que expresaba así en The Times su malestar tras la condena del exfutbolista del club Adam Johnson por pederastia.
 
El exinternacional inglés fue declarado culpable esta semana de haber mantenido relaciones sexuales con una chica de quince años (la edad legal en Reino Unido son dieciséis años) en su Range Rover. El juez fijará la pena del (ex)futbolista en las próximas semanas pero afronta una condena entre cuatro y diez años, lo que, considerando que está a punto de cumplir 29 años, prácticamente dará por finalizada su carrera profesional.
 
El caso ha despertado reflexiones de todo tipo en el país. En primer lugar, el club ha sido criticado por permitir que Johnson siguiera jugando a pesar de haber tenido en su posesión pruebas inculpatorias desde hace un año, cuando fue inicialmente arrestado por el asunto. En este periodo, el futbolista se ha embolsado casi tres millones de libras mientras la vida de su víctima, tachada de mentirosa y aprovechada, se sumía en un infierno.
 
Por supuesto, no ha faltado la tradicional reflexión sobre el talento desperdiciado y cómo Johnson ha arruinado una vida de éxito con su actitud estúpida e imprudente.
 
Otros medios han indagado en la vida privada de Johnson y le han convertido en la viva encarnación del mal. Estos días, la prensa le ha descrito casi como un depredador sexual que leía cómics pornográficos en el vestuario, un tipo abyecto que durante su relación con su novia se acostó con decenas de mujeres y que no le importó mantener relaciones con la víctima mientras su pareja estaba embarazada de su primer hijo. Pero esos árboles no pueden impedir que veamos el bosque.
 
Durante el juicio, el juez tuvo que llamarle la atención de Johnson tras bromear con uno de los presentes. En otro momento, se le pudo oír diciendo “espero que esto esté acabado para el viernes porque comienzo a aburrirme”. Estamos hablando de un hombre adulto que mantuvo relaciones sexuales en su coche con una chica que acababa de cumplir quince años apenas unos meses antes de ser padre. Algo falló estrepitosamente en la formación como ser humano de Johnson.
 
El exjugador del Sunderland (fue finalmente despedido cuando se declaró culpable al inicio del juicio) alegó durante su testimonio que los futbolistas disponen de “muchas horas libres” y que están acostumbrados a que “alguien siempre haga las cosas por ti”. Por escandaloso que parezca como excusa, esas frases encierran una terrible verdad.
 
La infancia y juventud del futbolista profesional no son un camino de rosas. A menudo, deben abandonar su hogar familiar para enrolarse en un club profesional donde crecen en un entorno hipercompetitivo, frívolo y frío que solo premia a los que llegan a la línea de meta del profesionalismo. No hay premio de consolación para los derrotados.
 
A pesar de que todos los clubes se precian de suministrar una formación intelectual a sus jóvenes promesas, la realidad es otra. El fútbol es un monstruo que absorbe la vida de esas futuras estrellas y deja poco espacio para las aulas y los libros. Salvo contadas excepciones, los futbolistas profesionales ingleses no cursan estudios superiores.
 
Privados de la guía familiar en una etapa crucial del desarrollo de la persona y del entorno afectivo propio del hogar, estos jóvenes crecen idolatrando a aquellos que recorrieron con éxito su camino antes que ellos. Ven llegar al entrenamiento a los jugadores del primer equipo con sus coches de lujo, les ven aparecer en las cenas de gala con sus despampanantes mujeres y les ven lucir sus sonrisas de ganadores en las pantallas de televisión. Y quieren ser como ellos.
 
Sin familia ni escuela que estructure sus vidas, su club de fútbol se convierte en su única guía. Y están fallando estrepitosamente. Jack Grealish, la joven promesa del Aston Villa, fue fotografiado inconsciente en las Islas Canarias recientemente. En el último año, Jack Wilshere ha aparecido más veces en la sección de prensa rosa que en la deportiva. Liam Ridgewell fue inmortalizado cubierto en billetes en el suelo de un casino. Tres jugadores del equipo filial del Leicester fueron despedidos tras organizar una orgía en un hotel de Tailandia durante la gira de post-temporada del equipo el verano pasado. Wayne Rooney casi se desnuca en su cocina tras ser noqueado por otro futbolista profesional. Confeccionar una lista exhaustiva podría llevarnos días.
 
El sentimiento de Lydia Jane es cada vez más común entre los aficionados al fútbol. Hubo una época en que los futbolistas eran miembros de la clase obrera, la misma que acudía a los partidos a animarles desde la grada. Para muchos aficionados, hoy en día no son más que niños caprichosos e inútiles. Es hora de que los clubes se tomen en serio su rol en la formación integral de estos jóvenes. O acabarán convirtiéndose en una fábrica de juguetes rotos.
 

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Ilie Oleart