¿Y bien? Ahora es ese momento crucial en el que deberíamos mojarnos. Pues sí, creemos que Fernando Torres es aún un delantero más que aprovechable y que aún conserva potencial suficiente para ser el delantero centro titular del Chelsea y ganarse su participación en la Eurocopa. No, ya quizá no vuelva a ser ese delantero letal que aterraba las defensas de Inglaterra y Europa. Quizá sus guarismos goleadores no lleguen a las sus cotas alcanzadas allá por 2008. Pero sigue siendo un futbolista de primer nivel, que participa en el juego ofensivo de su equipo, retrasando su posición, abriendo espacios, cayendo a bandas. De alguna manera, parece haber entendido que ha de desempeñar nuevos roles, quizá algo alejados de su protagonismo en el Liverpool. Pero sigue estando ahí. Una defensa que achique, un pase al espacio, un balón suelto, metro y medio de libertad y The Kid está ahí. Nunca dejó de pelear.
La encrucijada de Torres
En verano de 2007, Fernando Torres arribaba a Inglaterra dentro de un cierto clima de dudas. Su impacto fue instantáneo, como la quebrada cintura de Ben Haim puede atestiguar. Se trataba de un delantero de primerísimo orden: potente y rápido a partes iguales, fuerte, con buen golpeo y mejor cabezazo, mortal al espacio, dotado técnicamente y con gol, muchísimo gol. Treinta y tres en su primer año. Meses después, el tanto de la victoria de España en la Eurocopa era suyo. Nada menos. Hoy las dudas parece que se vuelven a evaporar definitivamente, pero en el sentido opuesto. Cada vez su regreso se antoja más lejano.
¿Dónde está Torres? ¿A dónde va? ¿Qué le ocurre? Difíciles preguntas. Primero, cojamos el bisturí, diseccionemos y luego podremos aventurarnos.
Sus problemas físicos
Como bien sabemos, Fernando es ante todo un delantero que destaca (o más bien destacaba) por lo físico de su juego, capaz en sus mejores días de ganar en carrera a un velocista como Lham, de chocar contra un muro como Terry y de elevarse por encima de una torre como Mertesacker.
Lo cierto es que tras años de mordiscos en forma de lesiones de medio plazo, los músculos de sus piernas cuentan ya con las muescas de un vinilo. A ello habría que sumarle la lesión anterior al Mundial de Sudáfrica, que según el mismo, quizá le haya quitado años de carrera.
Dicho de otra forma, ¿le volvería a ganar aquella carrera a Lham en la final de la Eurocopa? Ahora mismo, probablemente no. Esa aceleración brutal parece haberse ido al limbo. Su pérdida de velocidad es más que preocupante.
¿Solución? Difícil, más allá de una preparación específica que desde nuestra humilde posición de opinador amateur, ignoramos.
Su cabeza
Fernando Torres es, por descontado, un profesional íntegro, dedicado exclusivamente a su trabajo. Y muy al contrario que otros, es de los que rebobinan continuamente, de los que se come la cabeza por cada detalle, cada error. No es, digamos, un jugador del tipo Romario, que vive feliz, independientemente de que su rendimiento baje, pudiéndole ver en Copacabana, jugando a fut-volley, con una caipirinha y una señorita espectacular. No, no es de esos jugadores despreocupados.
Tres, cuatro, cinco partidos sin meter y su cerebro comienza a activarse… claramente en su contra. Si hablamos de su racha actual, ya es para echarse a temblar. Ansiedad, nervios, demasiadas ganas de agradar… e incluso excesos de agresividad, como en su entrada a Ángel Rangel en la primera vuelta.
Por no hablar de su pérdida de confianza. Donde antes intentaba (y por lo general, le salía) tirar un caño, ahora busca el apoyo del compañero. Donde antes soltaba un latigazo raso a la base del poste desde fuera del área, vuelve a buscar el pase fácil. La confianza, otro aspecto de su juego que parece haberse marchitado. Por si fuera poco, las enormes cifras que alcanzó su fichaje no sirve sino para aumentar la presión sobre su hombros.
¿Solución? Tampoco fácil. Quizá agradecería un entrenador que esté encima suyo, que le mime incluso. ¿No era la profesión de futbolista muy especial? Pues eso. Labor de Villas Boas.
Falta de fortuna
Entramos en el terreno de lo etéreo y lo inexplicable. Un par de detalles, ¿reveladores? Un espectacular disparo de exterior a la cepa de la madera que John Ruddy, portero del Norwich, en la parada de su vida, saca una mano prodigiosa. Su espectacular chilena que reventó el larguero contra el Sunderland que acabó en gol de Lampard de rebote. O su monumental pifia contra el Manchester United, tras un espléndido desmarque que rompió la línea de los “red devils”. ¿La suerte se busca? Probablemente. O eso se dice. En otros tiempos, la sensación es que esas tres pelotas van para adentro.
¿Solución? Unas velas negras, una sesión de ouija, un par de ajos en la red. Nada serio. Qué se yo.
A estos tres factores, habría que sumarle un cuarto, para el cual no tenemos receta médica, que no es otro que su repentino, controvertido e incluso traumático pase al Chelsea. En cuestión de horas, pasó de ser un héroe red a la altura de Rush o Souness a ser el peor de los traidores. Incomprendido y odiado por sus antiguos seguidores, engañado por sus anteriores dueños tras mil falsas promesas, llegó al Chelsea repentinamente un 27 de enero, donde aún no ha conseguido demostrar que vale ni la mitad de los 40 millones de libras pagadas por él.
¿Cuáles son las conclusiones, pues? ¿Hay soluciones? Las hay. Y varias. Depende del gusto del consumidor. De las necesidades económicas del Chelsea, que se antojarían desahogadas. Y de la paciencia de Villas Boas. O de Abramovich. Valientes o incluso temerarios, daremos dos.
La primera, cortoplacista, hablar con un jeque, mandarlo a París, vestirlo con la camiseta del PSG (por poner un ejemplo) y obtener unos 20-25 millones. Desecha la inversión, se sana una hemorragia económica reconociendo el fichaje como un error monumental. Portadas en los tabloides británicos, que se hartarán de chistes y fáciles juegos de palabras. Con esos 20-25 millones más otros 10-15 fichar a otro delantero, posiblemente del mercado inglés que no tiene por qué ofrecer más rendimiento (véase, Andy Carroll). El negocio es perfecto.
La segunda, realizar un trabajo específico en él, en el plano anímico y en el físico. Darle minutos y perdonarle los primeros errores. Confiar ciegamente en él y demostrárselo, que se vuelva a sentir importante. Pocas cosas hay peores para un futbolista que saberse prescindible. ¿Hay paciencia en Stamford Bridge? He ahí la cuestión.