Mark Clattenburg señaló el final del partido en Stamford Bridge y ahí acabó la emoción en la Premier League 2015/2016. La edición más épica. El relato narró el desenlace. El Leicester fue campeón.
Se podrían mencionar las intrahistorias de cada uno de los protagonistas del cuento. Pero están desgastadas. Todos conocemos el periplo de Riyad Mahrez en Francia con sus malos hábitos alimenticios. Todos sabemos que hace un lustro Jamie Vardy pululaba por los campos de Conference con la camiseta del Fleetwood Town. Y todos entendemos de hace semanas el periplo de Wes Morgan, rechazado por el Notts County por sobrepeso y reclutado por el Nottingham Forest antes de pertenecer a la institución que se ha labrado un lugar en la historia.
En la temporada del Leicester todo ha funcionado a la perfección. La directiva se ha inmiscuido de una manera muy positiva en la sinergia de los aficionados y los jugadores. Los famosos donuts y cervezas del propietario Vichai Srivaddhanaprabha para celebrar su cumpleaños. La animosidad de los fans en cada partido y en cada visita. Incluso los vendedores de los aledaños del King Power Stadium vendiendo las bufandas de “Champions” semanas antes del título.
También se ha visto la sincronía a través del staff técnico y los empleados del club. Las ruedas de prensa de Claudio Ranieri han ido cogiendo un carácter festivo e incluso reverencial hacia el entrenador italiano mientras ha ido fraguando el mayor hito de la historia del fútbol moderno. Incluso alguien tan secundario y privado de protagonismo como el jardinero (o los jardineros) ha conseguido cierta fama en el fútbol europeo y/o mundial con sus estrafalarios diseños del césped en cada partido de los Foxes.
También los jugadores han mostrado una solidaridad formidable. En cada lamento por una asistencia mal concluida se ha visto el sollozo gestual de cada compañero ante el error de su camarada. Dicho en otras palabras, cuando Vardy corría a por un balón perdido y asistía a Shinji Okazaki antes de que el nipón pusiera todo su ímpetu y voluntad antes de fallar la ocasión. Esa empatía funcional. Ese sentimiento de equipo.
Ha sido como un cuento. Irreal. Perfecto. Se podrían haber variado ciertos matices del final pero hubiera dado lo mismo. El hechizo hubiera tenido el mismo efecto habiendo ganado la liga el sábado ante el Everton en casa o con Jamie Vardy como delantero. La gesta es de tal calibre, que estas nimiedades dejan de tener importancia.
Ayer, los más escépticos mostraban su recelo rememorando al Nottingham Forest bicampeón de Europa de la mano de Brian Clough. Cierto es, que a nivel de títulos no es comparable conociendo la historia y reverberación de la Copa de Europa. Sin embargo, si es justo argüir que la hazaña del Leicester se produce en un marco temporal con características muy diferentes.
En la época dorada del Forest, los métodos de entrenamiento eran mucho más generales. El fútbol no estaba tan estudiado como ciencia. No era tan estratégico ni se conocían los entramados futbolísticos con tanto detalle. La meticulosidad en cada aspecto del juego no existía. Hoy en día se conocen los pasaportes biológicos, las necesidades en el entrenamiento de cada jugador, los automatismos tácticos con una precisión milimétrica y se realizan análisis de los rivales con mucha más precisión y perfección que en los ochenta.
Los equipos fuertes están mucho más preparados hoy en día. Se cuidan todas las dietas, los horarios, los minutos jugados. Se cuentan las entradas, los pases acertados, los kilómetros recorridos. Los baremos de medición en cada aspecto del juego son soberbios y concisos. Trasluce las virtudes y carencias de cada equipo. Esto hace treinta años no se conocía. El fútbol era algo mucho más simple e intuitivo. Hoy es más racional y medido. Y ello aumenta exponencialmente la relevancia de la empresa del Leicester.
Por ejemplo el equipo de Claudio Ranieri ha sido el segundo equipo de la Premier League con menos acierto en el pase de la competición. Sólo por detrás del West Brom de Tony Pulis. Pero ha sido el equipo más goleador de la competición al contragolpe. Y aún con estos datos, se puede afirmar de manera contundente y categórica que el Leicester ha realizado un gran fútbol. Ha sido un equipo. Un colectivo con una idea clara de juego y bien ejecutada. Con pocos errores y muchas virtudes.
El año que viene llegará la inaudita experiencia de la Champions League a Leicestershire. Muchos, aún incrédulos, nos preguntamos que harán las estrellas de este inolvidable equipo. ¿Pensará marcharse N´Golo Kanté del King Power cuando se le haya pasado la resaca? ¿Qué planes tiene Mahrez (el mejor jugador de la temporada)? Surgen las lógicas interrogantes mientras se saborean los últimos vestigios de la mejor ración futbolística que se recuerda por su nivel de dificultad.
El Leicester ha logrado la heroicidad. Y ha sido un modelo de valores. De humanidad. De labor grupal. Han demostrado que nada es imposible. Que todo se puede lograr. Nos han enseñado que puede pasar cualquier cosa. Pero también que hay que disfrutar en el camino. Hay que creer. Hay que luchar. Hay que sonreír. Hay que empatizar. Al igual que hemos hecho durante todos estos meses con los Foxes. ¡Dilly ding, dilly dong! ¡El Leicester campeón!