Juan Antonio Parejo

La final de la incredulidad

1979, el año del lanzamiento de «Highway to Hell» de AC/DC y en el que Margaret Thatcher se mudó al número 10 de Downing Street, es también el año en que se disputó en Wembley una de las finales más memorables y dramáticas de toda la historia. Arsenal y Manchester United fueron los protagonista de la que se conocería como «la final de los cinco minutos».

 
1979, el año de la cabra para los chinos, del lanzamiento de «Highway to Hell» de AC/DC y en el que Margaret Tatcher se mudó al número 10 de Downing Street. En Londres aún resonaban los ecos de la explosión punk del 77 mientras que en Europa la hegemonía de los clubes ingleses alcanzaba su clímax con las victorias del Nottingham Forest de Brian Clough. En aquel año, pelearían por la FA Cup en Wembley el Arsenal y el Manchester United, en una de las finales más memorables y dramáticas de toda su historia, que pasaría a la historia como «la final de los cinco minutos».
 

La de 1979 es recordada como «la final de los cinco minutos»

El Boring Arsenal se enfrentaba a un United que había descendido en el 74

Para cualquier neófito, es de obligación señalar que nada tiene que ver el Arsenal de hoy con el anterior a 1996. Hablamos del famoso “boring Arsenal”, de su gusto por el patadón y la pierna fuerte, no demasiado querido en Inglaterra, pese a tener a un regista de la clase y categoría de Liam Brady. Un equipo dirigido por el histórico Terry Neill y donde jugaba el incombustible arquero Pat Jennings , el ex ayudante de Wenger Pat Rice y el central irlandés O’Leary, el veloz y habilidoso Graham Rix por el costado izquierdo y la dupla de arietes conformada por Frank Stapleton y Alan Sunderland. Enfrente, un United que ya se había sacudido las cenizas del descenso de 1974 y donde destacaba Joe Jordan, aunque en la alineación de aquel día también aparecen otros dos escoceses de peso como el mediocentro Martin Buchan o el melenudo central Gordon McQueen, ex de aquel mítico Leeds United de Don Revie y Billy Bremner (que aquella Escocia ni siquiera fuera capaz de pasar la fase de grupos de los mundiales de 1974 y 1978 es aún un misterio sin resolver). Un Manchester United aún en tiempos de entreguerras pero que había sido capaz de eliminar al Liverpool en Goodison Park tras un duro replay.
 
Pese a utilizar su segunda equipación, como local comparecía el Arsenal y como tal pareció jugar el primer tiempo. Con su agresividad habitual y bien dirigidos por el excelso Brady, ni quince minutos tardaron los londinenses en adelantarse, con un tanto de Brian Talbot a puerta vacía. Poco antes del descanso, un cabezazo de Stapleton a centro de Liam Brady parecía dictar sentencia. La hinchada gunner respiraban tranquila y pedía las primeras cervezas, consciente de que el champán solo tardaría otros cuarenta y cinco minutos en descorcharse.
 

Durante el segundo tiempo había pocos indicios de que el United pudiera levantarse. Sin embargo, como si quisieran anticiparse en el tiempo, introdujeron lo que hoy conocemos como “The Fergie Time”. Estaba la final decantada para el Arsenal, más cerca de un tercer gol gunner que una hipotética reacción mancuniana. Pero por algo el partido pasó a los anales de la Historia del fútbol inglés. Cuando los aficionados del norte de Londres preparaban ya los festejos, una falta lateral a falta de cuatro minutos para el final, acabó en los pies de Gordon McQueen (sí, el mismo central que soltó un monumental mamporro a Manolo Clares en un Barça-Leeds de semifinales de Copa de Europa que hace poco comentamos), quien lo envió a la red. Dichos aficionados se resignaron a la agonía, a comprender que no hay victoria fácil y menos ante el Manchester United. Pero nadie les habló de lo perverso del porvenir de la final, que se enredaría aún más. Apenas dos minutos después, el mediocentro norirlandés Sammy Mcllroy recibía un balón en el área y tras esquivar a O’Leary y a Talbot, abatía a Jennings. ¿No les suena a la final de Barcelona de 1999?. “Unbelievable!” exclamaba Brian Clough desde su puesto de comentarista.
 
Incredulidad era lo que respiraban los aficionados de uno y otro equipo. Desolados los unos, alborozados los otros. En apenas dos minutos el United le había dado la vuelta a la tortilla y con la prórroga muy próxima, todo apuntaba a que inscribiría su nombre como campeón de la edición número 98 del trofeo más antiguo del fútbol. Ocurrió que aquel día el destino jugó a la ruleta con la suerte de ambos equipos y decidió que el guión del encuentro diera otro giro copernicano. Cuando el reloj apenas descontaba un minuto para el final, Brady, exhausto y con la única intención de que el United no robara el balón y fuera a por el tercero (eso declaró a posteriori), conservó el esférico y la dejó para Rix. El veloz extremo consiguió ganar espacio y envió un centro a la desesperada sin reparar en la existencia de posibles rematadores. Pero había uno: Alan Sunderland, que se aprovechó de la mala salida de Gary Bailey y anotó el gol de la victoria. No hubo tiempo para más y una de las finales más rocambolescas llegaba a su fin. Pat Rice acabó por levantar el ansiado trofeo de manos de la reina Isabel II.
 
Pese a la cruel derrota, el United aguantó el pulso y ya con Bryan Robson en el equipo pudo campeonar en Wembley dos veces durante los primeros y duros años 80´, enseñoreados por el Liverpool. Para rescatar a los red devils de esta postración, en 1986 llegaría un escocés de apellido Ferguson que aún hoy es quien manda en Old Trafford. Tras la victoria, el Arsenal volvió a jugar otra final al año siguiente, esta vez de Recopa, pero que perdió en Heysel ante el Valencia por penaltis tras empatar a cero. Liam Brady se marchó ese mismo verano y el equipo se desmadejó, deambulando con más pena que gloria hasta que otro agónico gol de Michael Thomas en Anfield en 1989 lo rescató de los avernos. Pero esa historia queda para otro día…
 

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Juan Antonio Parejo