Ilie Oleart

La inevitable nostalgia del adiós

Tras más de un siglo abriendo sus puertas para los partidos del West Ham, Boleyn Ground las cierra esta semana para siempre. El partido de liga ante el Manchester United será el último que el club dispute en el que ha sido su hogar desde 1904.

 
Durante los últimos años hemos dicho adiós a muchos estadios legendarios, como Maine Road, Roker Park o Highbury, escenario de batallas épicas y grandes hazañas durante el siglo XX. Ahora le llega el turno a Boleyn Ground.
 
Dejar un estadio siempre es un episodio traumático en la vida de un aficionado. Está indefectiblemente ligado a su existencia y estrechamente conectado con sus sentimientos. Es aquí donde peregrina cada dos semanas para padecer o exaltarse junto con padres, hijos, hermanos, pareja o amigos. Dejar un estadio es como cambiar de coche: aunque el nuevo sea un lujoso deportivo, jamás podrás evitar una cierta nostalgia al dejar atrás el viejo. Porque lo que dejas atrás no es un pedazo de chatarra o unos bloques de hormigón. Lo que dejas atrás es una parte de tu vida.
 
La primera vez que visité Boleyn Ground tenía catorce años. Era 1989 y el club atravesaba por uno de los peores momentos de su historia. Tras quince años al frente del equipo, John Lyall fue despedido a causa de la penúltima posición en liga y el consiguiente descenso. Solo habían pasado tres años desde la tercera posición con “The boys of 86”. Pero ya se sabe lo que pasa con las pompas de jabón, vuelan hasta el cielo y luego, como mis sueños, se desvanecen.
 
Boleyn Ground debe su nombre a una leyenda urbana, porque la desafortunada Ana Bolena, reina consorte de Inglaterra gracias a su matrimonio con Enrique VIII, jamás visitó Green Street House, rebautizada luego como Boleyn Castle, sobre la que se construiría el estadio en 1904. La reina acabaría perdiendo la cabeza en la Torre de Londres (literalmente) en 1536 mientras que Green Street House se construyó entre 1538 y 1546, así que la reina jamás pudo visitarla.
 
 
Desde sus inicios, el “Chicken Run”, la zona más cercana al campo de la grada este, adquirió fama de ser el lugar del campo con más ambiente. Mabel Arnold, aficionada centenaria del West Ham, acudió a su primer partido en 1934 junto con el que acabaría siendo su esposo. “El Chicken Run era el lugar más divertido en el que hayas estado nunca. ¡Qué comentarios! Las cosas que gritaban si alguien hacía algo malo: “¡Si tuvieras otra pata de palo, lo harías mejor!”. Siempre iba la misma gente, siempre los mismos comentarios típicos del East End”. La grada original, de madera y rodeada de alambre (de ahí el nombre de “chicken run” o corral) fue demolida y reconstruida en 1969.
 
En verano de 1944, los nazis lanzaron una bomba sobre el estadio. David Gold, actual copropietario del West Ham, vivía a escasos metros de allí. “Había vivido los bombardeos nazis de pequeño, así que no era una experiencia nueva pero lanzar una bomba sobre un estadio… ¡sacrilegio! Fui corriendo a ver qué había pasado. Vimos fuego y humo y personas corriendo por todas partes. Muchos estaban preocupados por las posibles víctimas pero por suerte no había partido”. El equipo no pudo volver a jugar en su estadio hasta diciembre de aquel año.
 
En septiembre de 1958 hizo su debut un joven de 17 años que acabaría disputando más de 500 partidos con el West Ham a lo largo de dieciséis años, amén de campeón del mundo con Inglaterra. Su nombre, Bobby Moore. Bajo su liderazgo, el club vivió una de sus épocas más brillantes, con la conquista de la Copa en 1964 (y la mítica victoria por 3-2 ante el Burnley en cuartos de final en Boleyn Ground) y de la Recopa de Europa el año siguiente.
 
Boleyn Ground entró en los anales de las competiciones europeas con motivo de otro partido de la Recopa de Europa. En 1980, su encuentro de vuelta de primera ronda contra el Castilla, filial del Real Madrid, fue el primero en disputarse a puerta cerrada. El periódico español El País explicaba así los motivos: “Los antecedentes de la sanción al West Ham están en el partido de ida de la eliminatoria […]. En el curso del mismo, los hinchas del equipo inglés promovieron diversos desórdenes. El más llamativo de ellos fue el provocado por algunos hinchas que orinaron desde el primer anfiteatro sobre los aficionados de la grada de preferencia. Antes y después del encuentro hubo en la calle importantes incidentes, entre ellos uno especialmente trágico cuando un hincha inglés fue atropellado por un autobús a la salida del campo, y falleció de resultas del atropello”. Eran los años en que los hinchas más radicales del club, agrupados bajo el nombre Inter City Firm, causaban estragos allí por donde pasaban.
 
Cuando Boleyn Ground tuvo que adaptarse a los cambios recomendados por el informe Taylor tras la tragedia de Hillsborough, en concreto la conversión en un estadio sin zonas de pie, la directiva consideró la posibilidad de abandonar el estadio para mudar el club a Beckton. Pero los aficionados se levantaron en armas e impidieron cualquier movimiento. En un partido en casa contra el Everton, un aficionado saltó al césped, agarró un banderín, lo plantó en el centro del campo y se sentó junto a él. En cuestión de minutos, un millar de personas se habían unido a él como protesta ante la propuesta de cambio de estadio.
 
También hubo aquella vez que un evangelista estadounidense organizó un evento cristiano en Boleyn Ground y regaló entradas por encima de la capacidad del estadio. El club tuvo que acabar aceptando que los fieles se colocaran sobre el césped. O la espectacular remontada en semifinales de la Recopa de Europa de 1976 ante el Eintracht de Frankfurt. O la goleada por 8-1 ante el Newcastle en la mágica temporada de los chicos del 86 con John Lyall en el banquillo. O aquel partido internacional entre Inglaterra y Australia que significó el debut con los Three Lions de Wayne Rooney, que acabaría convirtiéndose en máximo goleador de la historia de la selección.
 
Los recuerdos de más de un siglo se acumulan, acuden a la mente como una cascada. Boleyn Ground vivirá en la memoria de todos aquellos que una vez pisaron el estadio. Y cuando se extingan (nos extingamos), seguirá vivo a través de fotografías y vídeos que las nuevas generaciones que ni siquiera han nacido hoy podrán ver. Y sabrán de ese modo que una vez, muchos años atrás, un lugar llamado Boleyn Ground fue el hogar del West Ham United.
 
 

Sobre el autor

Ilie Oleart