En 1991, el Nottingham Forest alcanzó su primera final de FA Cup bajo la batuta de Brian Clough. El legendario técnico inglés vivía su 16ª temporada al frente del Forest y su alcoholismo le había ya consumido por completo. Cloughie consideró que un triunfo en la FA Cup, el único trofeo que faltaba en un palmarés adornado con un par de Copas de Europa, sería un magnífico canto del cisne para su carrera.
Sin embargo, el Tottenham venció en aquella final por 2-1 en la prórroga y arruinó los planes de jubilación de Clough. El técnico continuó en su puesto y dos temporadas más tarde, en la primera de existencia de la Premier League (1992-93) y su 18º al frente del equipo, acabó jubilándose una vez consumado el descenso del club tras 16 años consecutivos en la élite.
La temporada pasada se rumoreó que un dilema similar rondaba por la cabeza de Arsène Wenger. Algunos medios especularon con que el técnico alsaciano podría abandonar el club dependiendo del desenlace de la final de FA Cup que enfrentó a Arsenal y Hull City. Los Gunners conquistaron su primer título tras casi una década y Wenger decidió seguir al frente del equipo.
Wenger perdió una ocasión inmejorable de despedirse tras la FA Cup
Históricamente, debería ser considerado a la altura de Herbert Chapman
Incluso para el propio Wenger debería resultar evidente a día de hoy que su época ha pasado. Cuando aterrizó en Inglaterra siendo un desconocido, muchos medios se cuestionaron su capacidad para liderar al Arsenal. Pero Wenger revolucionó el fútbol inglés basándose en dos pilares: un cambio radical de cultura y su profundo conocimiento de algunos mercados clave. Wenger impuso una férrea disciplina nutricional, incluyendo la prohibición del alcohol (hasta Tony Adams superó su adicción a la bebida) y de las barritas de chocolate Mars, muy populares en el vestuario del Arsenal. Por otro lado, sus contactos y su conocimiento del mercado francés le permitió atraer a algunos jugadores que resultaron fundamentales en la historia del Arsenal, como Robert Pirés, Sylvain Wiltord, Emmanuel Petit y, por supuesto, Thierry Henry.
Esas transformaciones convirtieron al Arsenal en el mejor club del país. Pero no podían durar. Todos los técnicos del país, comenzando por Sir Alex Ferguson, copiaron sus medidas anti-alcohol. Y el fútbol se transformó en un mercado globalizado a lo largo de los años 90 donde la competencia es feroz para hacerse con los servicios de la última perla mundial. Difuminados esos dos factores que diferenciaban a Wenger del resto, poco queda. O nada.
Desde la perspectiva histórica del club, Wenger debería ser considerado a la altura de Herbert Chapman, el hombre que revolucionó la historia de la táctica con su sistema W-M, además de muchas otras innovaciones como el alumbrado en los estadios, las competiciones europeas de clubes o la introducción de las camisetas numeradas. El Arsenal es un gigante mundial a día de hoy gracias al impulso de Wenger. Pero en el fútbol no se vive del pasado sino del futuro. Y Wenger no parece preparado para afrontarlo.