La confirmación del fichaje de Pep Guardiola por el Manchester City ha sido recibida por muchos periodistas españoles como la llegada del mesías que permitirá al fútbol inglés abandonar las tinieblas y abrazar finalmente la nueva luz del fútbol moderno. Guardiola es el misionero jesuita que se adentra en una tierra de impíos para convertir a las primitivas tribus indígenas. Un análisis tan simplista como falso.
Para comenzar, dejemos algo claro: la Premier League no es el fútbol inglés. La primera división inglesa es un club privado (literalmente, porque tiene forma de sociedad que cada verano cambia tres de sus socios) formado por 17 de los 30 clubes más ricos del mundo que es tan inglés como el jamón ibérico de bellota o el flamenco. La creación de la Premier League en 1992 generó los ingresos para fichar a los mejores jugadores y entrenadores del mundo, y la ley Bosman aceleró ese proceso. Hoy en día, los jugadores ingleses disputan un tercio de los minutos de la liga mientras que solo cuatro de los veinte entrenadores de la liga son ingleses (Eddie Howe, Alan Pardew, Sam Allardyce y Steve McClaren).
En la Premier League impera el juego asociativo desde hace muchos años. Esta temporada, once equipos han completado más de 300 pases en corto por partido. Esa cifra es de solo seis equipos en la liga española. Ocho equipos ingleses completan más de 350 pases en corto por partido esta temporada, una cifra que se reduce a cuatro en España (Barcelona, Real Madrid, Celta de Vigo y Las Palmas). La Premier League no necesita un adalid del fútbol asociativo y el juego de posición. Es el estilo imperante desde hace años.
Entrenadores como Manuel Pellegrini o Mauricio Pochettino han entrenado en la liga española y se han enfrenado al Barcelona de Guardiola. También lo hizo Jürgen Klopp en la Bundesliga. Ronald Koeman, José Mourinho y Louis van Gaal trabajaron en el Barcelona. Claudio Ranieri dirigió en España y conoce a la perfección el estilo del Barcelona, igual que Arsène Wenger, que fue el pionero de esa corriente en Inglaterra hace más de veinte años. Pensar que todos ellos van a descubrir algo nuevo con la llegada de Guardiola es absurdo.
El fútbol europeo está interconectado. Nada sucede en ningún rincón de Europa sin que la secretaría de cada club continental se entere. Herramientas como Wyscout o empresas como Opta o Prozone permiten a todos los clubes disponer al instante de vídeos y datos de todos los partidos del mundo. Los directores deportivos y entrenadores están al día de todo lo que sucede. Si un club alemán está utilizando con éxito una defensa con tres centrales y dos carrileros; si un club español está recurriendo a la salida lavolpiana para superar la presión de ataque rival; si un entrenador ha dado con una jugada de córner ensayada que parece funcionar cada vez; al día siguiente todo el mundo del fútbol está al corriente.
La enseñanza es más probable que se dé en sentido inverso. Estos primeros meses de Klopp en Liverpool nos han permitido comprobar lo difícil que resulta para un entrenador extranjero adaptarse a las particularidades del fútbol inglés: la ausencia de parón navideño, la participación en dos copas domésticas, el juego financiero propio de la Premier League, el tope salarial, la obligatoriedad de registrar jugadores formados en el país… En el caso de Klopp, estas nuevas reglas se han traducido en unos resultados mediocres, inactividad total en el mercado de fichajes y una plaga de lesiones musculares. Guardiola debería ir tomando nota.