Juan Antonio Parejo

La prisión de la victoria

El West Ham de Sam Allardyce está demostrando esta temporada cuál es el peligro de no evolucionar y quedarse estancado. Y es que de un año a otro, las fórmulas de Allardyce han mutado lo mismo que los dólmenes de Stonehenges. Nunca ha parecido aconsejable un cambio de entrenador cuando el mes de enero ya está bien entrado, pero al este de Londres sí que urge un giro copernicano.

 
En uno de los partidos más dramáticos de la Historia reciente de la Premier League, en mayo de 2011 el West Ham de Avram Grant acababa por dar con su huesos en el Championship, tras ver cómo el Wigan de Roberto Martínez le daba la vuelta a un 0-2 con el gol en el último minuto de Charles N’Zogbia. A falta de una jornada, los Hammers perdían toda opción de salvación y descendían a los inframundos de la segunda categoría del fútbol inglés.
 

No es Championship lugar para pusilánimes ni tibios, al contrario

De ese averno fue de dónde Allardyce rescató al West Ham

No es el Championship lugar para pusilánimes ni tibios. Muy al contrario, es una división larga, dura y muy difícil, con veinticuatro equipos y solo tres opciones de ascenso, la última tras un playoff entre cuatro equipos. Un terreno que separa a hombres de los niños y donde el talento no suele ser suficiente. Un limbo donde equipos de renombre reciente como Blackburn Rovers, Bolton, Birmingham o el propio Wigan se enfangan y deambulan con poca gloria y bastante pena. Fue de esos avernos de donde Sam Allardyce rescató al West Ham, tras quedar tercero en la tabla y vencer al Blackpool en la final de Wembley.
 
La receta de Big Sam para lograr el regreso a la élite fue sencilla: adaptarse al medio y sobrevivir como lo haría el más fuerte. Con un fútbol típicamente británico (inciso: cuando queremos hablar de un «fútbol típicamente británico», nos retrotraemos a los años 70), el West Ham se hizo un sitio con un estilo directo, físico y con Carlton Cole como referencia, quien no viene a ser precisamente un Nijinski con el balón.
 
Todos los caminos son correctos si llevan a Roma y los de Allardyce así lo hicieron. Es más, permitieron a los de Upton Park ir más allá y firmar una temporada de regreso a la Premier más que digna, apartados de problemas y cómodamente asentados en mitad de tabla. A nadie se le hubiera ocurrido un cambio de entrenador. La directiva, contenta con los objetivos o simplemente encadenada a los resultados positivos, convino básicamente en la máxima de no tocar aquello que funciona, decisión en principio acertada.
 
Sucede que anticiparse a los problemas es una de las mayores virtudes que puede tener a la hora de gestionar un equipo de fútbol profesional.
 

El West Ham se hizo sitio con Cole como referencia, que no es un Nijinski del fútbol

Las fórmulas de Allardyce han mutado tanto como los dólmenes de Stonehenge

Antes del Mundial de Alemania 2006, Pep Guardiola escribía en El País que hay camisetas, como la de Argentina, Brasil o Italia, que pesan más. La del West Ham, dentro del fútbol inglés, también pesa más de lo corriente. No sólo son las reminiscencias de leyendas como los campeones de 1966 o la célebre fábrica Hammer de talentos, The Academy (con productos como John Terry, Rio Ferdinand, Frank Lampard o Joe Cole, nada menos), sino de un respeto hacia unas formas de jugar, un estilo en las antípodas del patadón y tentetieso practicado en el Boleyn a día de hoy.
 
Una carga extra que se suma a lo que dijimos hace poco, el peligro de no evolucionar y quedarse estancado, bien por autocomplacencia o fe ciega en una ortodoxia. Y es que de un año a otro, las fórmulas de Allardyce han mutado lo mismo que los dólmenes de Stonehenge o las canciones de The Offspring. Un juego con pocas variantes, ramplón y previsible que además, no ofrece ninguna garantía defensiva, como se vio al recibir nada menos que once goles a en contra en sus visitas coperas a Manchester City y Nottigham Forest, posiblemente la derrota más humillante del año.
 
Admitimos que aventurarse a posteriori siempre es mucho más fácil, como da fe la célebre anécdota del huevo de Cristóbal Colón, pero en ocasiones hay tropiezos que pueden adivinarse desde la butaca del observador. La plantilla del West Ham no está ni de lejos entre las tres peores, más aún con el concierto de Ravel Morrison, pero su utilización y las vías por las que transita están agotadas. Nunca ha parecido aconsejable un cambio de entrenador cuando el mes de enero ya está bien entrado, pero al este de Londres sí que urge un giro copernicano. Y semeja que Sam Allardyce no era ni es el capitán apropiado para una nave cercana a naufragar.
 

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Juan Antonio Parejo