En mayor o menor medida, todo el mundo recibe un mismo número de golpes de suerte. ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre los «sortudos» y los «desgraciados»? Ésta estriba en los que son capaces de aprovechar los golpes de suerte y exprimirlos al máximo y los que no. Por mucho que la gente se queje de «mala suerte», ésta no es determinante. El que busca la suerte, acaba encontrándola. El que espere tumbado en el sofá a que la suerte se le aparezca como si la Virgen María se tratara, siempre tendrá «mala suerte». Esto ha quedado retratado por enésima vez por parte del Everton y del hombre que dirige el timón del barco de Goodison Park: David Moyes.
Anthony Taylor arbitraba su tercer partido en la Premier League. Nunca había mostrado ninguna tarjeta en su carrera (de ningún color). Este dato aparentemente banal era sin embargo un factor a tener en cuenta por parte de ambos equipos. La forma en que Everton y Swansea jugaron con la poca experiencia del árbitro al máximo nivel retrató la diferencia entre ser «sortudo» o «gafe». Tener un árbitro tan inexperto podía ser una bendición o una desgracia para unos y otros en función de cómo se lidiara con él.
Uno puede considerar que fue «suerte» el hecho de que no señalaran mano en el primer gol del encuentro, dado que una vez por delante el Everton sufrió poco para mantener su ventaja e incluso la aumentó. Dicho gol fue anotado después de que Fellaini pusiera la cabeza (aunque acabó dándole con el codo) donde otros no pondrían el pie en el primer gol del Everton, situación que aprovechó Anichebe para poner por delante a los suyos. Pero, si bien fue un golpe de suerte para los «toffees», tomando algo de perspectiva es apreciable que es una suerte relativa, y buscada a largo plazo.
En el Everton, nadie es ni más ni menos que nadie
La única excepción fue Drenthe. Y ya sabemos cómo acabó.
De entrada, de los últimos 31 partidos que el Everton ha comenzado ganando, sólo ha perdido uno. Este dato deja claro que para el Everton no es «suerte» ganar un partido tras ponerse primero por delante en el marcador. Aumentando la perspectiva temporal, uno se encuentra que el verano de 2012 es el cuarto consecutivo en el que el Everton ha tenido un déficit positivo en los traspasos estivales. Uno puede pensar que lo lógico es que un equipo con esta filosofía económica baje progresivamente su rendimiento, puesto que vender cada verano a los jugadores de más valor de mercado y reemplazarlos por otros de menos valor no parece poder tener otro resultado posible. Pero nada más lejos de la realidad. Al contrario. Esta economía doméstica ha creado en el seno del Everton un clima familiar. Nadie es más ni menos que nadie. Nunca ningún escándalo mediático de ninguna índole a afectado a un jugador del Everton. Ni peleas internas ni escándalos externos han tenido lugar en Goodison Park. La única excepción ocurrió la temporada pasada con Royston Drenthe. No es casualidad que ni el holandés ni sus excoches de lujo (la mayoría debieron quedar siniestro total, dadas las habilidades automovilísticas del delantero) ya no se encuentren en Liverpool. Tampoco es casualidad que el Everton haya acabado en las últimas ocho ediciones de la Premier League entre los 11 primeros clasificados. Y, por último, tampoco lo es que se encuentre en lo más alto de la Premier League empatado a puntos con el Chelsea, el equipo que más dinero ha invertido esta temporada.
-Resumiendo a los «sortudos» del Everton: si bien puede considerarse «suerte» el hecho de que no anularan el primer gol del Everton frente al Swansea, han aprovechado este golpe de suerte a la perfección. Prueba de ello es su economía y su posición en la Premier League.
Por su parte, aunque en el Swansea la filosofía económica es la misma, no viven en un clima tan familiar como los «toffees». Parte de este hecho es atribuible a la cantidad de caras nuevas que visten los colores de los Swans este año (cinco de los titulares ni siquiera estaban en la plantilla el año pasado, y tampoco el entrenador, Michael Laudrup). Pero no todo es culpa de los nuevos. Frente al Everton, Nathan Dyer, probablemente molesto por su suplencia, se autoexpulsó por dos estúpidas acciones (con sus consiguientes tarjetas amarillas, una de las cuales fue por protestar) en doce minutos. Es todo el tiempo que el veloz extremo estuvo en el campo. Es decir, Dyer salió tras el descanso con su equipo perdiendo 0-2 en contra y se fue doce minutos más tarde con el mismo resultado pero un hombre menos. Bravo, Dyer. Para más inri, en su camino hacia los vestuarios, Dyer no fue capaz ni de mirar a Laudrup ni a ninguno de sus compañeros. Tampoco se le ocurrió pedir perdón.
-Resumiendo a los «gafes» del Swansea: si bien puede considerarse «mala suerte» el hecho de que no anularan el primer gol del Everton, crearon una espiral negativa en la cual obviaron por ejemplo el hecho de la (in)experiencia del árbitro. Esta espiral estalló con la expulsión por dos amarillas de Nathan Dyer, una de las cuales por protestar.
He aquí la diferencia entre los «sortudos» y los «gafes». David Moyes aprovechó la suerte de que no anularan el primer gol de su equipo, mientras que el Swansea no fue capaz de aprovechar el jugar como local ni la (in)experiencia del árbitro, el cual se estrenó a lo grande a nivel de sanciones, mostrando cuatro amarillas y una roja por doble amarilla al equipo local. El Swansea recibió una goleada (0-3) y el Everton el coliderato de la Premier League.
Sobre el autor
Alvaro Oleart
@Alvaro Oleart
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