Escribo estas líneas en el aeropuerto de Gatwick, al sur de Londres, mientras espero que comience el embarque del vuelo que me llevará hacia España. A mi izquierda, una madre asiste imperturbable al berrinche de su hijo pequeño, que llora, gime y patalea, perforándome los tímpanos. Hago un esfuerzo titánico por concentrarme en el ordenador y repasar estos últimos diez días en Londres.
El jueves 26, antes de la final de la Champions, tuvo lugar en Craven Cottage, el estadio del Fulham, la final de la Champions League femenina, un evento que, incluso en Londres, pasó bastante desaparecibido. Las finalistas fueron las mismas del año pasado, Potsdam y Lyon, aunque el ganador no lo fue. En esta ocasión se impusieron las francesas por 2-0. La UEFA debería plantearse cambiar la fecha de esta final para darle más importancia. El hecho de celebrarla en el mismo lugar que la final masculina, apenas un par de días antes, es condenarla al olvido mediático. Hace ya años que la FIFA está impulsando el fútbol femenino en el mundo, y cosas como esta no ayudan a fomentar esta misión. Este verano, por cierto, se disputa la Copa del Mundo femenina, que seguiremos en La Media Inglesa.
El sábado 28 se celebró la esperadísima final de la Champions. Casi todo se ha dicho ya: que el Barcelona le dio un repaso al United, que Wembley es un estadio precioso, etcétera. Yo, que soy una persona con cierta tendencia a la queja y a ver las cosas desde un prisma más bien negativo, prefiero concentrarme en otras cosas. La reventa, como cada año, sigue descontrolada. Los precios que llegaron a pagarse por una entrada rozaron lo esperpéntico. En los días previos a la final me ofrecieron varias entradas por precios que oscilaban entre las 1.200 y las 2.000 libras. Más o menos lo que gana el español medio al mes. Uno no deja de preguntarse de dónde salen todas esas entradas en reventa. Es cierto que socios de los clubes finalistas aplicaron por una entrada con la única intención de revenderla y embolsarse un dinero extra. Pero también lo es que el día previo a la final, descubrieron a un noruego en el aeropuerto que llevaba 60 entradas para revenderlas. Algo huele a chamusquina.
Mención aparte merece la distribución de entradas que «perpetra» la UEFA cada año. Es triste ver cada año a miles de personas en el estadio a las que el fútbol ni les va ni les viene. Wembley tiene un aforo superior a las 80.000 localidades. Menos de 50.000 estuvieron destinadas a los aficionados de los clubes finalistas. Otras 10.000 se pusieron a la venta a través de Internet. Eso deja 20.000 localidades para la UEFA. Vergonzoso. A los estadios deberían acudir los aficionados al fútbol, que son los que pagan y ponen el color.
Dos días después de la final de la Champions, se celebró en Wembley otro partido a vida o muerte: la final del play-off de ascenso a la Premier League, entre el Swansea galés y el Reading. En este caso, la distribución de entradas fue mucho más sencilla: 41.000 para cada equipo. El resultado: un estadio repleto, dividido entre los colores blanquiazules del Reading y el blanco del Swansea, y un ambiente que ponía los pelos de punta. Para los que no lo sepan, victoria del Swansea por 4-2. Serán el primer equipo galés en jugar en la Premier League.
El niño de mi izquierda, que ahora está babeando sobre mi maleta sin que a su madre parezca importarle mucho, debe tener menos de cinco años. Quizás para cuando peine canas, el fútbol vuelva a estar en manos de los fanáticos de este maravilloso deporte, y no de señores con traje y arribistas que solo buscan su propio provecho. Aunque, no nos engañemos, lo más probable es que todo siga igual. Los patrocinadores seguirán recibiendo miles de entradas a cambio de sus millones, los organismos que gestionan el fútbol seguirán quedándose otras tantas miles para repartirlas entre aquellos a quienes les convenga y mientras, miles de aficionados deberán conformarse con ver los partidos por televisión. Otro día ya comentaré la decisión de la FIFA de concederle a Catar la Copa del Mundo de 2022, un país con una población de millón y medio de personas y una temperatura media en verano que supera los 40 grados. Mientras, Blatter ha sido reelegido como presidente de la FIFA con más del 90% de los votos. El fútbol necesita un golpe de estado.