La temporada 2015-2016 de la Premier League está siendo, sin duda, una de las más prolíficas en cuanto a sorpresas se refiere. A botepronto, el campeonato está liderado por el Leicester, colista a estas alturas del curso pasado, en que acumulaba solo diez puntos en comparación con los 38 actuales; el Chelsea decidió prescindir este mes de los servicios de José Mourinho tras dejar al club a un punto del descenso; los pupilos de Louis van Gaal (y el propio entrenador holandés) están más que nunca en el alambre; y el recién ascendido Watford de Quique Sánchez Flores es séptimo por delante de clubes tan superiores en historia, presupuesto y plantilla como Liverpool, Everton o el propio Chelsea, y a tan solo un punto de Champions League justo antes del Boxing Day. Pero, quizás, el que más llama la atención es el caso del Arsenal por una serie de particularidades.
Si hace exactamente un año Arsène Wenger tenía 27 puntos (siete victorias, cinco empates y cuatro derrotas; 30 goles marcados y 21 encajados), hoy suma 36 puntos (gracias a sus once victorias, tres empates y tres derrotas, habiendo anotado 31 goles y concediendo tan solo 14) y lo que el curso pasado eran empates contra Manchester City, Liverpool y Everton, y derrotas contra Manchester United y Chelsea hoy se traducen en doce puntos de los quince en liza contra estos equipos, aparte de haber podido ganar 2-5 al Leicester en la que ha sido, hasta el momento, la única derrota de los Foxes en esta liga. Los fríos números dan la razón a los londinenses para soñar con el título tras doce años alternando terceras y cuartas plazas pero, ¿qué hay de las sensaciones sobre el campo?
El paso que ha dado el Arsenal para convertirse en aspirante al título ha sido sustancial por dos factores: el primero es que ya no necesita desplegar su mejor versión para ganar partidos, condición sine qua non para un club que aspira a algo más que a conformarse con hacer los deberes de clasificarse a la máxima competición continental cada año. El segundo, mucho más importante, es que ha demostrado no echar de menos a baluartes de la talla de Santi Cazorla, baja hasta febrero, Francis Coquelin o Alexis Sánchez. Lo que antes era una gigantesca dependencia del talento del asturiano y los goles del chileno ahora se ha convertido en un sistema en el que, sostenidos por el sempiterno ángel de Petr Cech bajo palos, Mesut Özil pone la poesía (15 asistencias lleva el teutón a estas alturas de la temporada) y Olivier Giroud cobra los derechos de autor, con diez goles en 17 partidos por los 16 en 36 que tiene como mejor marca Gunner. Con Héctor Bellerín en proyecto de convertirse en uno de los mejores laterales del mundo y Theo Walcott recuperando su mejor nivel, cualquier sueño parece alcanzable.
Sin duda, y como ha venido ocurriendo años atrás, el peor enemigo del Arsenal es el propio Arsenal, un club capaz de ganar a Manchester City, Manchester United y Leicester pero que puede pinchar de forma inesperada en The Hawthorns o en casa ante el West Ham. El Chelsea, lejos de la cabeza, y un Liverpool lastrado por un paupérrimo primer tramo de temporada de Brendan Rodgers parecen estar casi descartados para la pelea, mientras que en Manchester la irregularidad está a la orden del día. Los analistas llevan semanas prediciendo el declive del Leicester igual que lo hicieron con el del Atlético de Madrid en la liga española hace temporada y media cuando acabó proclamándose campeón. ¿Quién nos iba a decir que, en el ecuador del torneo, la Premier se la jugarían entre Claudio Ranieri y Arsène Wenger?