Alvaro Oleart

Mancini debe decidir entre karate y fútbol

 
A excepción de la oveja Dolly, pocos seres vivos han sido capaces de ser doblados. Ninguno humano. No existen dos personas iguales. Sin embargo, sí existen personas que, si bien son distintas, tienen ideas o gustos afines acerca de algún aspecto de la vida, desde la política hasta el fútbol. Se supone que su afinidad por un mismo deporte es la forma en que es crea cualquier equipo que compita en un deporte colectivo, cuestión que no aparece en los deportes individuales, pues se supone que todos somos afines a nosotros mismos (como bien he dicho, sólo se supone).

 

La afinidad ideológica es particularmente importante en el fútbol

Todos y cada uno deben saber cómo quieren jugar

La afinidad ideológica es particularmente importante en el deporte del fútbol. Once individuos a los que les guste jugar al fútbol y, aunque cada uno tendrá una tarea distinta a la de cualquier compañero, lo ideal es que todos los componentes del equipo tengan una filosofía de fútbol parecida. Todos y cada uno deben saber cómo quieren jugar. No importa que el estilo y la filosofía que tomen, la clave es que todo el equipo apueste por un mismo estilo y filosofía. Si quieren jugar al pelotazo, como el Stoke, que lo hagan todos.
 
Esta ideología común la debe imponer el técnico. Él es quien decide, en función de las características que tienen sus jugadores, qué filosofía debe tomar su equipo para lograr que el equipo funcione. La decisión resulta fundamental y, si se toma la correcta y se ejecuta al 100%, da sus frutos. No hay más que observar un partido del Barça o del Swansea, dos equipos que han apostado por un fútbol de posesión al 200%. No solo da gusto verlos, sino que están obteniendo magníficos resultados.
 
Sin embargo, cuando el técnico no se compromete a tomar una decisión al 100%, llegan los problemas. Precisamente es lo que le ha ocurrido a Roberto Mancini. Hasta el momento le ha salvado su magnífica pareja de centrales titular, formada por Lescott y Kompany, la fuerza de Yaya Touré, la imaginación de Silva y la efectividad de Balotelli, Agüero y Dzeko. Pero nunca ha logrado conformar un equipo. No existe una ideología futbolística común. Nigel De Jong (para los que no lo recuerden, el que cometió la salvaje patada sobre Xabi Alonso en la final del pasado Mundial) y Silva juegan a deportes diferentes. Y Mancini prefiere el deporte de De Jong, más cercano al Karate que al fútbol. Solo le faltan 10 karatekas más para conformar el mejor equipo de fut-karate del mundo. Y es que Mancini debe decidir si apostar por el karate o por el fútbol. Le auguro más futuro en las artes marciales, pero, puesto que entrena al City, un club de fútbol, debería tomar una decisión drástica, algo que no ha hecho en toda su carrera como técnico.

 

De Jong y Silva practican deportes distintos: Karate y fútbol

Mancini prefiere el de De Jong. Debe decidir a qué deporte dedicarse

Todo esto quedó en evidencia el domingo, cuando el City perdió frente al Swansea. Los galeses, un club con unos recursos económicos mil veces inferiores a los de los «citizens», ganaron con justicia gracias a la confianza en su ideología común de posesión. Dominaron la primera parte sin problemas, y en la segunda se vieron ayudados por la cobardía de Mancini, un técnico solo apto para un equipo pequeño. El italiano no dio entrada a Adam Johnson y Dzeko hasta a falta de cinco minutos, cuando ya habían recibido el gol que les supuso la derrota. Uno de los sustituidos fue David Silva, el único jugador puramente creativo de los «citizens» (Nasri, o el chico que llevaba la camiseta con su nombre a la espalda, no cuenta). En cambio, Nigel De Jong jugó, inexplicablemente, todo el partido. Y eso que recibió una tarjeta amarilla antes de llegar a los 20 minutos. 
 
Afortunadamente para los aficionados «citizens», Mancini no ganará la Premier League. Este hecho llevará al jeque Mansour a llamar desde su lujosa y carísima mansión a otro entrenador, que seguro hará un mejor trabajo que el italiano. Probablemente solo Alex McLeish sea capaz de igualar el calamitoso trabajo de Mancini. Hacerlo peor es difícil. Difícilisimo. Podría ser la cuarta entrega de «Misión Imposible». 

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Alvaro Oleart