«Soy el primero, segundo y tercero mejor del mundo». Cristiano Ronaldo en noviembre de 2008
Para mí, un adicto al deporte y a la prensa deportiva, es imposible no analizar el fracaso de Lebron James en las finales de la NBA. El considerado heredero de Michael Jordan no dio la talla en el momento decisivo de la temporada, al sucumbir ante los Dallas Mavericks liderados por el alemán Dirk Nowitzki.
Llevo tiempo comparando la trayectoria de Lebron con la de Cristiano Ronaldo, el delantero portugués del Real Madrid. Ambos, a los que para no repetirme apodaré como «bad boys», son un prodigio físico, ambos han recibido la calificación tanto de «Mejor Jugador del Mundo» como de «Jugador más odiado», ambos son arrogantes y ambos son mediáticos. Por contra, nunca antes había relacionado a Messi con Nowitzki, pero la actuación del alemán en las finales de la NBA me ha hecho disfrutar tanto o más que ver al argentino en la final de la Champions League. A partir de ahí, empecé a entender cuánto se parecen realidad: ambos, a los que citaré como «beatos», parecen poquita cosa físicamente al lado de Lebron o Ronaldo, ambos son humildes de cara a los medios, y ninguno es una figura mediática, de ahí que el redactor-jefe de La Media Inglesa, Ilie Boeufve,
calificara acertadamente a Messi de «aburrido».
Pues bien, el triunfo en esta temporada de los «beatos» y el fracaso los «bad boys» (ojo, individualmente han hecho ambos una buena temporada, pero han fracasado en alcanzar títulos colectivos) me ha llevado a la afirmación que con tanta insistencia me hacía mi madre hace años: MÁS VALE MAÑA QUE FUERZA. La potencia física de los «bad boys» no ha podido con la habilidad de los «beatos».
No solo ha sido la maña de los «beatos» la que ha hecho fracasar a los «bad boys», también lo ha hecho su arrogancia. El diario americano «Daily Beast» ha hablado de Lebron como «el atleta más odiado de América»: si bien llevaba tiempo siendo criticado por su arrogancia, la manera de anunciar su traspaso a los Miami Heat, en un programa televisivo en «prime time», lo condenó a ser odiado por todos los aficionados americanos menos los de los Miami Heat (aunque tras su pésima actuación en la final de la NBA, ni los seguidores de Miami Heat). Por su parte, las declaraciones de 2008 en las que Ronaldo afirmaba ser «el primero, el segundo y tercero mejor del mundo», y sus constantes muestras de arrogancia no mejoran su popularidad positiva. Por ello, ha sido calificado por el diario probarcelonista «Mundo Deportivo» como el «futbolista más odiado del mundo», incluso antes de que fichara por el Real Madrid.
Esta arrogancia podría llegar a ser positiva en el caso de que los deportes en los que compitieran fueran individuales, pero tanto el basquet como el fútbol son deportes colectivos. El hecho de saber que los medios de comunicación están esperando el más mínimo fallo para morder suma presión a cualquier deportista, pero podría compensarse con el apoyo de los compañeros del equipo. El problema real es que la arrogancia que muestran los «bad boys» hacen que los compañeros pasen de verlos como líderes a verlos como enemigos, como el «cáncer» del equipo, como lo diría mi buen amigo Javi. Un líder no se autoproclama como El Líder, El Líder debe ser elegido por los compañeros, compañeros que no elegirán como líder a alguien que les infravalora.
La estrategia mediática y social de los «beatos» es totalmente distinta: hacen el menor ruido posible y en ningún momento han dado muestras de arrogancia. Han sido sus compañeros los que los han elegido como líderes de su equipo, de ahí que veamos constantemente a los compañeros de los «beatos» afirmando una y otra vez que son los mejores del mundo.
Otra clara muestra del carácter de unos y otros es su trayectoria profesional. Mientras que los «bad boys» han protagonizado los traspasos más sonados de sus respectivos deportes, los «beatos» comenzaron su trayectoria en un equipo y no se han movido de él, y ni siquiera ha habido rumores al respecto. Quién sabe si los «beatos» se sienten identificados con la entidad a la que representan, pero lo que sí sabemos es que han sido fieles a ella, a diferencia de los «bad boys». Y ya se sabe que la fidelidad es uno de esos valores que no tienen precio.