Alvaro Oleart

Mentiroso hasta que se demuestre lo contrario

 
Richard Nixon. Bill Clinton. Marion Jones. Estos tres personajes públicos forman parte del grupo de los mentirosos famosos. Mintieron para el bien de su carrera profesional. Pero fueron cazados. Sin embargo, un mentiroso no queda retratado como tal hasta que la mentira sale a la luz. Por tanto, uno no se puede fiar de nadie. Todos somos mentirosos en potencia.

 
Este asunto trasciende lo meramente deportivo o profesional. Quién sabe si todo el mundo miente o no. Pero lo que está claro es que el escepticismo y las dudas reinan en la sociedad capitalista del siglo XXI. Hoy en día, uno es un mentiroso hasta que se demuestre lo contrario. Sobre todo en una época de crisis como la actual, en la cual un gran porcentaje de la población está dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de lograr unos céntimos de más. Los valores morales cada vez se están quedando más anticuados. Reina el «todo vale» que predica el capitalismo. El mundo es una selva y cada uno tiene que buscarse la vida individualmente.
 
En este dramático panorama ha aparecido Steve Clarke. Este escocés de 48 años, de figura poco esbelta y cara de bonachón, disfrutó el pasado sábado en The Hawthorns, ante el Liverpool (equipo para el que trabajó como segundo entrenador hasta mayo de este mismo año), de su primer partido como entrenador jefe de un equipo de la Premier League (sin contar un breve período como entrenador temporal en el Newcastle tras la destitución de Ruud Gullit en 1999). No sólo se llevó los tres puntos, sino que cumplió con su promesa: «No quiero perder los puntos fuertes del club durante la temporada pasada. Eran difíciles de batir, bien organizados y disciplinados. Pero me gustaría añadir mi propia estampa e intentaré hacer al equipo un poco más ofensivo, sobre todo como local». Así fue. Le endosó un 3-0 a los Reds con un fútbol ofensivo y manteniendo una sólida defensa.
 
Steve Clarke es de los pocos que ha demostrado en la Premier League no ser un mentiroso. Ha cumplido su promesa, algo que pocos esperan de cualquiera que la haga. Es más, parece algo relativamente normal que la gente haga promesas y no las cumpla. Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, dijo que iba a lograr que el paro bajara y que no subiría los impuestos. Mintió. Deliberadamente. Por eso es tan loable como inusual lo que ha hecho Steve Clarke: dijo una cosa y ha sido coherente con sus palabras. Ya veremos qué pasa a lo largo de la temporada. Pero de entrada, se ha ganado mi respeto. Es mi favorito para lograr el título de mejor entrenador de la temporada 2012-13.  

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Alvaro Oleart