Hay infinidad de clasificaciones para encasillar a las personas. Con adjetivos calificativos, con halagos o menosprecios. También en función de su estética, potencial económico o capacidad de inventiva. O de su creatividad. Otra posible etiquetas está en función de la proactividad. Nos detendremos en esta.
Aquellos que ignoren el significado de proactividad, continúen leyendo. Los más avispados, por favor, pasen al siguiente párrafo. La proactividad es una actitud asumida por un sujeto que toma el control de su conducta. Su iniciativa. Y en la que el individuo toma la conciencia y la responsabilidad de que las cosas sucedan. Decidir qué y cómo hacer.
Un ejemplo esclarecedor dentro de esta clasificación es Jose Mourinho. O era. El portugués es un técnico con un puesto asegurado en el olimpo del fútbol. Ha ganado dos Ligas de Campeones en las situaciones más extremas y titánicas que se recuerdan. La primera, con el Oporto. Un equipo de una liga menor y con una plantilla de jugadores con un futuro prometedor. Poco más. Los Dragoes consiguieron la orejona en Gelsenkirchen ante el Mónaco.
La proeza desencadenó ríos de tinta. El entrenador que había llevado a la entidad lusa a ocupar un lugar en la historia del fútbol y de la épica del deporte en el siglo XXI firmaba por el Chelsea. Sin embargo, la intrahistoria es mucho más intrincada. ¿Cómo convencer a unos jugadores en potencia de convertirse en la élite europea de que son capaces de dar el salto a grandes clubes? ¿Cómo concienciarlos de que pueden eliminar a un titán del calibre del Manchester United con un entrenador legendario como Sir Alex Ferguson al frente?
The Special One (o The Happy One como gusta ser llamado ahora) siempre ha pensado en grande. Y siempre ha hecho pensar en grande a sus jugadores. ¿Cómo mentalizar a una plantilla avejentada de jugadores de que pueden conquistar la Champions League con el Inter de Milán tras años y años de mediocridad europea? ¿Cómo convencer a Samuel Eto’o, uno de los mejores delanteros centro de los últimos 20 años, de que se convierta en un extremo derecho? ¿Cómo conseguir que Diego Milito pase de ser un goleador en el Genoa a ser el ariete más decisivo del continente?
Mourinho lo consiguió. Creyó en su idea y sabía que lo conseguiría. Su fe en su método es indudable. O era. Sus certezas son su paradigma. Sus esquemas labrados, su meticulosa metodología de trabajo. Su sólida y fiable mentalidad. Sin fisuras, impenetrable. Regular y calculadora. La perspectiva ganadora como la de ningún otro.
Pasó al Real Madrid. Y fue el período más dificultoso de su carrera. Jose Mourinho había construido castillos de la nada. Paso a paso, sin altibajos, siempre regular, siempre tenaz, siempre constante. Pero llegó a un castillo que no había que construir. Sino que reconstruir. Quizá haya sido el factor determinante en esta pérdida de convicción en su trabajo o habilidad para los puntos de inflexión. Donde siempre había sido el mejor. Donde marcaba la diferencia. Donde se ganó un lugar en la historia. Cuando el balón parado del minuto 80 entraba en la portería del rival y no reventaba contra el poste con el consecuente estruendo del balón señalando que las cosas han cambiado. Que Mourinho ya no controla todo, que ha perdido influencia en el devenir más inmediato. En el qué va a suceder. En el que la astucia y la sapiencia táctica del entrenador portugués empiezan a suscitar cierto recelo.
Se puede afirmar con certeza que Mourinho le dio más al Real Madrid que lo que el Real Madrid le dio a Mourinho. O eso se puede apreciar desde que se separaron sus caminos en el verano de 2013. A su llegada del Inter de Milán, el Real Madrid era una entidad con enormes carencias psicológicas a nivel de institución. Y por supuesto sus aficionados. Durante casi una década, los aficionados madridistas se acostumbraron a ver la Champions League por televisión a partir del mes de marzo. Durante y después de The Special One, la Liga de Campeones se veía en el Santiago Bernabéu hasta mayo. Mejor perspectiva, parece.
Pero lo que más reseñable (aunque poco reconocible a nivel de títulos) fue reducción de la distancia de los blancos respecto al Barcelona. El revertimiento de la situación. En el período de 2008 a 2011, tras el paso de Fabio Capello por el club de Chamartín, los Clásicos fueron cayendo de forma paulatina en favor del Barcelona. Y cada vez con mayor alevosía. Victorias cada vez más contundentes, cada vez más definitivas. En las que el Real Madrid no podía hacer más que aceptar la supremacía nacional y continental de los culés.
Al marcharse el portugués, esta situación se volteó. Al menos en el nivel nacional. Los Clásicos se equipararon, se competían, se luchaban. Y sobre todo, en Chamartín no existía una sensación de inferioridad aplastante con su eterno rival. Trabajo y mérito de Jose Mourinho poco valorado.
Al salir en 2013 de Madrid, se vio a un Mourinho mucho más lastrado a nivel físico y profesional. Su cabello, mucho más cano y grisáceo simbolizaba el desgaste y la exigencia de una de las mayores instituciones del fútbol mundial. Había reconstruido el castillo, pero no había quedado como sus anteriores obras. No había ganado la Liga de Campeones. Su trabajo había perdido fiabilidad en el apartado del pragmatismo de los resultados. No fue histórico. Ni positivo para los más escépticos. Faltó lo más importante.
El Mou de cabello grisáceo que dejó Madrid estaba física y mentalmente lastrado
Su libreto en Chelsea ha comenzado a dar muestras de agotamiento
Parece que ese lastre sigue afectando a Mourinho en su retorno al Chelsea. Dos temporadas y tan sólo un título. La Copa de la Liga de la actual temporada. Deja un sabor de vacío para un entrenador con uno de los currículums más completos de la historia. El Chelsea cayó el año pasado en Liga de Campeones ante el Atlético de Madrid. En la ida todo parecía correr en favor de los Blues. El Chelsea buscó el empate a cero en el Calderón y lo encontró. La fiabilidad y el libro de estilo del técnico portugués enunciaba que su equipo estaría en la final. O así lo había planeado él. Y la mayoría de las veces le había salido.
Pero no fue así. Pasó el Atlético de Madrid. Y por primera vez se vieron ciertos rasgos de agrietamientos en el método Mourinho. El entrenador del Chelsea no ha producido ninguna innovación en el balompié. Sólo ha llevado lo existente al máximo exponente y ha sacado partido como nadie antes. Pero esta vez sí hubo uno, Diego Pablo Simeone.
Este año se acentuaron las dudas en su libro de estilo. Y se envalentonaron las voces de sus críticos. La eliminación del Chelsea a manos del PSG no tiene justificación para un entrenador con las dotes del técnico portugués. Una eliminatoria de 210 minutos en la que el equipo inglés tuvo un hombre más en el campo durante 90. Inexplicable. Injustificable. Incomprensible.
Nadie quita un solo mérito a la fortaleza mental y la capacidad de sacrificio del PSG. Pero si los franceses siguen en liza en la Liga de Campeones es en cierta medida por la incapacidad para competir del Chelsea. A la indolencia y abulia de su actitud grupal. Debilidades que jamás había padecido un equipo de Mourinho.
Hay vestigios de una crisis de identidad en el modelo del portugués. Carencias, sensación de inferioridad e incluso cierto matiz de incapacidad para revertir la situación. A pesar de que el Chelsea ganará la Premier League de nuevo, el sinsabor producido por esos dos partidos ante el PSG causan un recelo inconfesable para los devotos de Mourinho. Dudas y cierto temor de que no vuelva a llegar a lo más alto. Que no sucedan las cosas cuándo y cómo él quería. Que haya perdido proactividad, en definitiva.
Y están empezando a ganar cierta credibilidad sus mayores detractores. El bajo rendimiento de sus jugadores, sus dudas encubiertas en sus discursos. Parece que hay cierto desánimo o desconfianza hacia sí mismo. Como si The Special/Happy One hubiera perdido confianza en su capacidad, en su habilidad. En sus dotes.
La temporada acabará con dos títulos para el Chelsea. Pero en Stamford Bridge seguirá existiendo cierto clima de incertidumbre y temor por las dudas de su líder. Unas dudas que ni él ni nadie antes habían tenido en su modelo.