«Si, cuando era joven, me hubieran preguntado qué prefería, si meterle un gol desde 30 metros por toda la escuadra al Liverpool o acostarme con Miss Mundo, me habría costado decidirme. Afortunadamente, pude hacer ambas cosas», George Best
El otro día coincidí en un torneo de fútbol en Barcelona con varios amigos. Como no podía ser de otra forma, la conversación giró en torno al fútbol. Que si Bojan no sirve, que si Wenger tiene que soltar a Fàbregas, que si Shakira y Piqué se van a mudar juntos (bueno, esto último no tiene mucho que ver con el fútbol, pero hoy en día la línea divisoria entre la prensa deportiva y la rosa es muy fina). En éstas estábamos cuando Miquel, un buen amigo de Lleida (por cierto, aprovecho para darle mi pésame a todos los allegados y familiares de la UE Lleida) recordó la figura del chico de Belfast, George Best, uno de los mejores jugadores que ha dado la historia de este deporte.
Best marcó 137 goles en 361 partidos a lo largo de sus más de diez años en el Manchester United, entre 1963 y 1974. Logró dos títulos de liga con el United (1965 y 1967) y una Copa de Europa (1968). Pero, por encima de todo, se convirtió en una leyenda porque su vida fuera de los terrenos de juego estuvo a la altura de sus proezas sobre el césped.
Los futbolistas, igual que los artistas, deben demostrar en su vida el talento que muestran en su obra. Marilyn Monroe o James Dean fueron buenos actores pero alcanzaron la categoría de mito por sus ansias por vivir al límite. Ernest Hemingway o Scott Fitzgerald escribieron algunas de las novelas más importantes del siglo XX, comparables con la vida desenfrenada que llevaron.
Lo mismo se puede decir de los futbolistas. Maradona será siempre una leyenda del juego. Muy por encima de Zidane, a pesar de que el francés ganó más títulos en una época en la que la competencia en el fútbol era mucho mayor. Zizou ganó una Copa del Mundo jugando prácticamente solo, sin un delantero centro digno de ese nombre en su equipo, llevó al Madrid a ganar una Champions League con un gol de antología, pero todo eso se queda en nada ante los excesos del «pelusa». Maradona pasará a la historia, entre otras cosas, por «la mano de Dios». Pero meritorio de aquella jugada no es que hiciera trampas, eso lo pueden hacer muchos. Lo realmente genial de Diego fue que después excusara la acción diciendo que había sido la mano de Dios la que había empujado el balón. Ni siquiera Messi, que se convertirá dentro de poco en el mejor jugador de la historia de este deporte, llegará alcanzar a Diego en el imaginario colectivo. Porque Messi, igual que Zidane, es aburrido. Messi da la impresión de vivir de puntillas, sin querer molestar. A pesar de ganar una fortuna y ser aclamado a nivel mundial, no se acuesta con modelos, no se emborracha (o solo esporádicamente), no pronuncia declaraciones incendiarias. Así no se puede forjar una leyenda como Dios manda.
Hagan la prueba. Busquen en Google: George Best, 54 millones de resultados. Lionel Messi, 47. Best era alcohólico y mujeriego. Messi es introvertido, tiene pinta de buena persona, posiblemente sea buen hijo, done millones a causas benéficas y no tire papeles al suelo. Aún así, el día que me muera, no me busquen cerca de Messi. Estaré tomándome una pinta con Georgie. Acabaré con otra de sus míticas frases, que resume a la perfección su estilo de vida: «Me gasté una fortuna en alcohol, chicas y coches. El resto del dinero lo malgasté».