Esta Navidad se conmemorará el centenario de un partido de fútbol que provocó una tregua durante la Primera Guerra Mundial. Los soldados alemanes e ingleses abandonaron las armas para disputar un encuentro de fútbol en terreno neutral en Flandes, Bélgica, el día de Navidad de 1914. Qué lejos quedan los tiempos en que el fútbol unía a las personas en lugar de separarlas.
El fútbol no solo se ha convertido en un negocio, sino que durante los últimos tiempos se transformado también en origen de odios tribales entre pueblos cercanos, provincias anexas o países enteros. Desgraciadamente, hay pocos jugadores como Didier Drogba, que hayan tenido el coraje de aprovechar su repercusión mediática para detener una guerra civil, como la que asoló Costa de Marfil. Desafortunadamente, la integridad demostrada por Drogba está lejos de ser la regla. El fútbol no utiliza su enorme poder por el bien de la sociedad, sino al contrario. En vez de fomentar valores de juego limpio, solidaridad, respeto, tolerancia, honestidad, sacrificio o superación, el fútbol de primer nivel incentiva exactamente lo contrario.
Lejos quedan los tiempos en que el fútbol detenía guerras
Hoy, el fútbol fomenta más el odio que valores positivos
Históricamente, los humanos siempre hemos disfrutado de algún pasatiempo compartido por gran parte de la sociedad. A principios del siglo XX, tanto en Inglaterra como en buena parte del resto de Europa, el fútbol actuó como nexo de unión. Para comenzar, es un deporte que requiere poca infraestructura: sólo hace falta un terreno de tierra o hierba, un balón y unos cuantos jugadores. Gran parte de la población acudía cada fin de semana a ver a su equipo de fútbol, y la relación entre aficionados y clubes era cercana. Tan cercana que la mayor parte de aficionados al fútbol también lo practicaba, a diferencia de lo que sucede hoy en día, en que el sedentarismo y la obesidad se han adueñado del mundo desarrollado. El fútbol era un deporte diseñado, creado y jugado por la clase trabajadora, como demuestra la evolución urbanística de Londres y la propia historia del fútbol inglés, sobre la que ya hemos escrito.Las clases altas ya tenían el cricket. No había televisiones ni abundaba el dinero, pero importaba poco. El fútbol no era una profesión, sino una diversión. Los jugadores tenían una profesión fuera del fútbol y precisamente por ello había tanta pasión por este maravilloso deporte.
En los albores del siglo XX, la relación entre jugadores y aficionados era cercana, pues ambos estaban en el mismo bando. Tanto jugadores como aficionados amaban el fútbol y querían ganar por la mera satisfacción de ganar, pues existía poco dinero de por medio. Era la diversión lo que contaba. Hoy en día, los aficionados nos hemos convertido en clientes de los clubes de fútbol. Ya no hay identificación posible entre jugadores y aficionados. ¿Cómo un recién licenciado que debe ganarse la vida como camarero puede sentirse identificado con personas que conducen un Ferrari gracias a su talento con el balón? Y no sólo es un problema de identificación desde el punto de vista socioeconómico, sino también futbolístico. ¿Cómo un aficionado del Chelsea podía sentirse identificado con Nicolas Anelka, una persona que ha gestionado su carrera en base únicamente al dinero? La situación va mucho más allá de lo que pueda parecer. Es lógico que un padre que trabaja seis días a la semana a cambio de menos de mil libras desee a toda costa que su hijo llegue a la cima en el mundo del fútbol, esa donde se trabaja dos horas al día a cambio de miles de millones.
La Copa de Europa, el punto de inflexión
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, la asistencia al fútbol creció exponencialmente debido a los pocos entretenimientos que la austera Gran Bretaña podía ofrecer. Y no sólo creció en Gran Bretaña, sino en toda Europa. Dejó de ser un deporte por el que sólo se interesaba la clase trabajadora y el dinero empezó a fluir. El fútbol se convirtió en una profesión. Además, en 1955 nació la Copa de Europa y todo cambió. La intención pudo ser parecida a la creación en 1896 de los Juegos Olímpicos, pues éstos fueron planeados con la finalidad de evitar futuras contiendas bélicas, siendo sustituidas por contiendas deportivas. Con la llegada de la mayor competición europea, equipos de toda Europa se enfrentaban sin que se hablara demasiado de política, y es cierto que hasta los años 80 y 90 no hubo excesivos conflictos bélicos en Europa. Dicho esto, algunos personajes, como Franco en España, quisieron utilizar el fútbol como arma política. No es positivo mezclar fútbol y política, pero mejor utilizar como arma un balón que metralletas. Aún así, el Stade de Reims de la democrática Francia liderada por el Primer Ministro socialista (líder de la SFIO) Guy Mollet no tuvo reparos en enfrentarse al Real Madrid de la España franquista en las finales de 1956 y 1959. El Partizán de Belgrado de la Yugoslavia comunista del Mariscal Tito tampoco tuvo problema alguno a la hora de competir con el Real Madrid. El fútbol parecía estar sustituyendo con éxito a las contiendas bélicas. Una lástima que la U.R.S.S. y EE.UU. no estuvieran interesados en el fútbol. Quizá nos habríamos ahorrados unos cuantos millones de asesinados.
Poco a poco, clubes y jugadores empezaron a ganar dinero, sobre todo gracias a la publicidad y a la televisión. El fútbol dejó para muchos de ser una diversión y se convirtió en una fuente de ingresos. Con el dinero llegó la corrupción y los aficionados comenzaron a perder su lugar central.
Al apartar a los aficionados de la gestión y de las preocupaciones de los clubes de fútbol, estos han perdido su carácter social. Lejos de erigirse en pilares de la sociedad en la que se encuentran ubicados, se han convertido en enemigos. Si existe un club tradicionalmente identificado con la clase obrera en Inglaterra, ese es el Liverpool, territorio anti-tchacherista por excelencia. Sin embargo, los sucesivos dueños extranjeros del club carecen de la sensibilidad con su territorio. Con el objetivo de remodelar el estadio de los Reds, Anfield, el club compró un grupo de casas anexas al estadio, las dejó deshabitadas y dejó que el barrio se degradara hasta lograr echar a todos los vecinos para derruir las casas. El ayuntamiento de Liverpool se posicionó a favor del club y de hecho participó activamente en la compra de los terrenos. Estos terrenos están siendo adquiridos por tres entidades distintas, el propio Liverpool FC, el ayuntamiento y la asociación Your Housing. La situación es tan escandalosa que el mismo alcalde de Liverpool, Joe Anderson, ha enviado un mensaje directo a los propietarios: «Ellos (los propietarios de las casas que impiden la remodelación de Anfield) tienen que entender que no voy a bajar mis brazos y dejar caer los planes por unas pocas personas. Estamos siendo justos, honestos y abiertos con ellos, y la realidad es que no vamos a echarnos atrás en este desarrollo (la remodelación del estadio de Anfield)».
La transformación del fútbol en un negocio ha generado consecuencias muy negativas. Los clubes han roto sus raíces con la comunidad en la que se encuentran, han convertido a los aficionados en clientes y, a través de los precios desorbitados del fútbol, están echando a las clases medias y bajas de los estadios.