Recientemente,
el FC Barcelona fue sancionado por incumplir normas relativas a la contratación de menores para sus categorías inferiores. En el seno del club catalán mostraron su extrañeza e indignación por el castigo impuesto por la FIFA, según el cual los catalanes no podrán fichar jugadores durante dos periodos de contratación. Lo cierto es que lo extraño es que el FC Barcelona no haya sido sancionado antes. Así como otros equipos que hacen lo mismo.
A pesar de que no deja de ser curioso que un organismo tan corrupto como la FIFA haya sancionado al club, la contratación de menores en el extranjero es una práctica habitual. No es más que una muestra más del neoliberalismo económico en estado puro que predican hoy en día las derechas políticas europeas. «El mercado se regula solo, cuantas menos reglas, mejor», dicen. Los resultados de esa postura los hemos podido comprobar con la crisis económica que sigue azotando al mundo. Sin unas reglas, las empresas privadas hacen y deshacen a su antojo, la única meta son los beneficios. Y si en el proceso de obtener ingresos (o victorias, en el caso del sector que nos ocupa), unos cuantos niños se quedan sin la posibilidad de estudiar o acaban vagando por Europa, no deja de ser un daño colateral inevitable. Estas empresas privadas (los clubes de fútbol) creen que el fin justifica los medios.
«El mercado se regula solo, cuantas menos reglas, mejor», dicen
Los futbolistas han dejado de ser personas para convertirse en activos
Sea como fuere, el FC Barcelona (como otros clubes que llevan a cabo las mismas prácticas), lejos de arrepentirse, justifica sus acciones argumentando que «le damos una mejor vida al niño», sin hacer ningún tipo de autocrítica. De esta afirmación surgen dos preguntas: ¿En qué se basan para decir qué vida es mejor para el niño? Y, en caso de que así sea (que lo es en muchos casos, aunque habría que tener en cuenta que quizá tienen una mejor vida con 15 años, pero no con 24, pues han perdido toda oportunidad de estudiar), ¿por qué limitar el dar una mejor vida a unos pocos niños? ¿No sería más loable que los clubes ricos invirtieran en las academias de los clubes de países más pobres y así mejoraran el nivel de vida de muchas más personas? La actitud de muchos de estos clubes poderosos guarda un paralelismo asombroso con la política extranjera de algunos países. Los clubes tienen el mismo interés en los países pobres que Estados Unidos tenía en Irak y Afganistán cuando los invadió. ¿Pretendían intervenir para hacer de tales países un lugar mejor para sus ciudadanos? ¿Pretendían ayudar a esos países? No. Tanto para los clubes ricos como para Estados Unidos, su interés en esos países está en las materias primas. No es el mortífero colonialismo hispánico del siglo XVI, ni el inglés del XIX, pero sigue siendo colonialismo. Con la diferencia de que esta versión moderna camufla su verdadero objetivo. Los descubridores españoles reconocían abiertamente que el objetivo del viaje a las Indias era hacerse rico, al igual que los británicos en la India. Sin embargo, en el siglo XXI estamos asistiendo al auge del colonialismo encubierto. Es decir, públicamente el objetivo es «ayudar a estos países a desarrollarse», cuando la realidad es la contraria. El objetivo es aprovecharse de la falta de medios de esos países para extraer todas las materias primas posibles, sea petróleo o futuros jugadores.
Imaginemos que el Chelsea se interesa por un niño polaco de 13 años que juega como extremo derecho en las categorías inferiores del Śląsk Wrocław. El Chelsea ofrece a la familia del niño una considerable cantidad de dinero, 10.000 euros, además de varios viajes al año entre Londres y Wroclaw, donde viviría este niño imaginario. En cuanto al Śląsk Wrocław, no puede hacer nada para retenerlo, porque no hay contrato de compromiso alguno. La familia del niño acepta y el chaval, llamémosle Pavel, se marcha a Londres. Allí le va muy bien e incluso llega a debutar con 15 años con el primer equipo en un partido de Copa de la Liga. Dadas las circunstancias, Pavel decide dejar el colegio a los 16 años, pues es evidente que su destino es el fútbol. Con 17 años le dan ya un lugar en el primer equipo para toda la temporada. No tendría muchos minutos, pero como mínimo viajaría con el equipo y vería cómo es la Premier League por dentro.
Todo va muy bien hasta una semana antes de cumplir 18 años, cuando legalmente tiene el derecho de firmar un contrato profesional. En un entrenamiento, un compañero le hace una entrada y Pavel se rompe los ligamentos de la rodilla. Mínimo seis meses de baja. El Chelsea se niega a ofrecerle un contrato profesional, puesto que son conscientes que su mayor habilidad era la velocidad, que se verá mermada gravemente tras la lesión. Así pues, el Chelsea decide deshacer sus lazos con Pavel. Éste vuelve a su ciudad de origen con sus padres que, en su día, creyeron que la suma ofrecida por el Chelsea era más que jugosa. Sin embargo, cinco años después, todo ha desaparecido. Así las cosas, Pavel tiene que ponerse a trabajar en el primer trabajo que encuentre mientras intenta labrarse un futuro en el mundo del fútbol en su equipo local. Al haber abandonado la escuela, no tiene la oportunidad de estudiar en la universidad, gratuita en Polonia.
El imaginario caso de Pavel es la vida real de muchos otros futbolistas. De la transacción llevada a cabo cuando tenía 13 años, todas las partes han salido perdiendo. El Śląsk Wrocław no recibió nada a cambio de formar a Pavel hasta los 13 años. La familia de Pavel perdió de vista a su hijo durante cinco años a cambio de un dinero que para el Chelsea era una miseria y para ellos una fortuna, pero que ha desaparecido. Además, ahora tienen que ayudar a Pavel, que estará un mínimo de seis meses sin poder andar. Por último, y más importante, está Pavel. Un chaval que disfrutaba del fútbol sin dejar de ser un niño normal, de repente se vio en un país extranjero, sin hablar el idioma y, sobre todo, con el fútbol como centro de su vida. La experiencia probablemente le ha hecho una persona más fuerte, pues ha aprendido a hablar inglés y ha vivido en Inglaterra. Sin embargo, tras lesionarse y volver a tierras polacas, ahora se ha encontrado con que ha perdido el contacto con todos sus excompañeros de colegio y amigos, pues éstos, incluso los de nivel económico más bajo, ahora estudian en la universidad.
Los casos que involucran a futbolistas africanos suelen ser mucho más dramáticos, como narra fielmente la película
«Diamantes negros». Sobre todo durante los años 90, tras el éxito cosechado por George Weah, muchos clubes italianos se giraron hacia África para buscar a la futura joya del continente. Arrancaban a los niños de sus familias prometiéndoles un futuro de lujos y comodidades pero cuando los niños no cumplían las expectativas, se deshacían de ellos y acababan vagando sin papeles por Europa.
Y luego está el tema de los clubes de formación de estos chavales. ¿Cómo puede ser que clubes europeos lleguen a países más pobres y se lleven a los jugadores que quieren sin pagar contraprestación alguna? El resultado inevitable será un aumento de la distancia entre países ricos y pobres. Como en el esquema del world-system del ingenioso Immanuel Wallerstein, el sistema mundial tiene un núcleo y una periferia. El núcleo saquea la periferia como si de una colonia se tratara, lo cual provoca que los países pertenecientes al núcleo cada vez se desarrollen más, al contrario que los países periféricos.
¿Qué hacen con su vida los niños extranjeros que no triunfan en el fútbol?
¿Qué sector permite que empresas privadas contraten niños extranjeros?
El fútbol se ha convertido en una industria cualquiera. Con una peculiaridad: ¿en qué sector económico se permite que las empresas privadas contraten niños de 12-13 años procedentes de otros países? Ninguno. Ni siquiera las empresas de ropa que contratan a niños para sus fábricas en los dragones asiáticos contratan a extranjeros. Ni siquiera las empresas deportivas que fabrican balones de fútbol lo hacen.
Dicho todo esto, no deja de ser paradójico que el organismo que se haya erigido en perseguidor de estas prácticas relacionadas con menores sea la FIFA. El organismo liderado por Joseph Blatter ha permitido y sigue permitiendo que los trabajadores encargados de construir los estadios de fútbol donde se disputará el Mundial de Qatar 2022 trabajen en condiciones lamentables. Para colmo, parece ser que también están empleando a menores.
El Mundial de Brasil ya estuvo manchado de sangre. Lo de 2022 promete ser un baño.
Así es como funciona el fútbol hoy en día. Al haberse convertido en una industria que genera millones de euros, hay un grupo de empresarios que pone precio a niños. No nos vamos a engañar: es menos duro jugar a fútbol que ser minero. Pero en caso de que el niño no triunfe en el mundo del fútbol, el porvenir no es muy distinto. Además, la mayor parte de estos niños que cambian de país son separados de sus padres. ¿A cuantos niños han estropeado la vida los grandes clubes europeos en su búsqueda de la nueva estrella mundial?
La solución pasa por la solidaridad… y Wrexham
Para combatir las desigualdades apuntadas por Wallerstein, los clubes europeos deberían invertir en la formación de jugadores en el extranjero, en vez de poder llevarse a los jugadores que quieran prácticamente gratis. ¿Que el Manchester United quiere llevarse a jugadores de un club senegalés? Perfecto, que inviertan dinero en los centros de formación de tal equipo y, una vez el chaval que pretendían tenga más de 16 años, que se lo lleven.
Por otro lado, la única solución posible para que los futbolistas que no triunfen tengan otras salidas profesionales es obligarles a estudiar. La estela a seguir en este sentido es el Wrexham galés. Su director, Barry Horne, se licenció en química antes de convertirse en jugador profesional de fútbol (llegó a ser la estrella del Everton a mediados de los 90) y ha llegado a un
acuerdo con la Glyndwr University para que los jugadores del Wrexham no tengan que elegir entre jugar a fútbol y estudiar. ¡Pueden hacer ambas cosas! Es un win-win para todos. El Wrexham recibirá ayuda académica por parte de médicos, fisioterapeutas y otros profesionales, al tiempo que estudiantes de dicha universidad tendrán la oportunidad de jugar al fútbol.
Desgraciadamente, el del Wrexham es un caso aislado por ahora. Pero no hay que perder la esperanza. En un mundo del fútbol donde los aficionados fueran al mismo tiempo los propietarios de los equipos de fútbol, la cosa muy probablemente cambiaría. El fútbol perdería parte del cariz comercial que ha adquirido en los últimos años y los futbolistas dejarían de ser materia prima para volver a ser personas.