Con sus novelas «Un nuevo mundo», «1984» y «Fahrenheit 451», Aldous Huxley, George Orwell y Ray Bradbury llevaron a cabo una crítica brutal contra la sociedad en la que vivían. Intentaron concienciar a la gente del camino que había emprendido la sociedad. Sus obras tuvieron éxito pero el mensaje nos entró por una oreja y nos salió por la otra, como demuestra la situación que vivimos en 2014. Todos ellos coincidían en que los órganos que regían la sociedad fomentaban que todas las personas fuéramos iguales desde el punto de vista ideológico. Es decir, que pensáramos igual. O, más bien, que no pensáramos. Un mundo en el cual la gente no lea libros y, en parte por ello, no piense, es un mundo mucho más fácil de gobernar. En esta situación, es fácil para las empresas ganar dinero. Sólo tienen que decirnos qué tenemos que consumir para que, sin pensar, les hagamos caso.
En el caso del deporte, los libros son la prensa. Sin una prensa totalmente independiente de los clubes que explique a los aficionados la situación real del club, los dictadores del fútbol tienen el camino llano. Si desde la prensa no informamos de cómo algunos clubes explotan a los países pobres, llevándose a los mejores jugadores sin dar nada a cambio, ¿quién lo va a hacer? Los medios de comunicación nos mantienen entretenidos con historias sensacionalistas relacionadas con la vida privada de los futbolistas o nos animan a odiar un equipo o un jugador en particular. En vez de ello, quizá nos podrían recordar de vez en cuando que somos los aficionados los que tenemos el poder del negocio del fútbol. Sin personas que vayan a los estadios, miren partidos por televisión ni compren material deportivo, las empresas del fútbol y los propios clubes quebrarían en dos días. Que quede claro: somos los aficionados los que hemos hecho millonarios a Cristiano Ronaldo, Rooney y compañía.
Somos los aficionados los que hacemos millonarios a los jugadores
Los aficionados se han convertido en «colaboracionistas»
Vamos a hacer un Orwell (o un Huxley, o un Bradbury, como se prefiera). Pero en vez de imaginar cómo será la sociedad de dentro de unos años, imaginemos cómo ellos analizarán la situación actual que vive el fútbol. Imaginemos que es el año 2050 y un grupo de universitarios analiza el desarrollo del fútbol hasta llegar a 2014. Haciendo un análisis simplista, podrían pensar: «Un grupo de hombres ricos hace del fútbol un negocio y compra los clubes, anteriormente propiedad de los aficionados, las personas sin las cuales el negocio en el fútbol sería imposible. Estos dictadores luego deciden cambiar el nombre y los colores del club, con la promesa de que invertirán mucho dinero en ellos. Al mismo tiempo, algunos de estos dictadores aprovechan para comprar varios clubes de fútbol en Europa, infringiendo las leyes anticompetencia. Los futbolistas pasan de ser amantes del fútbol a cazarrecompensas. Los aficionados pasan de ser dirigentes del fútbol a ser clientes de estos dictadores del fútbol. No sólo no se manifiestan en contra de ellos, sino que, en el caso de que sus equipos ganen, les felicitan, les hacen ricos y encima les elogian. A todas estas, los clubes ricos visitan países pobres de los cuales se llevan a los mejores jugadores, sin importar la edad que tengan. Es decir, convierten a personas en objetos con un determinado valor económico. Para colmo, no les forman académicamente, de forma que aquellos jugadores que no llegan a la élite del fútbol (o sea, la mayoría) se quedan sin salida profesional alguna. Es decir, los aficionados (que son a la vez los padres de estos niños que sueñan con ser futbolistas pero que si no triunfan en el mundo del fútbol se quedan sin salida profesional) se dejan robar el fútbol frente a dictadores y todavía tienen el coraje de animar a sus equipos como si fueran todavía suyos, cuando en realidad no son más que sus clientes. Estos aficionados no debían ser muy listos…».
¿Están los fans dispuestos a vender su alma por una victoria?
El poder sigue en manos de los fans. Es momento de utilizarlo
Tal y como ocurrió en Francia tras 1945, los colaboracionistas podrían acabar arrepintiéndose. Desde jugadores y entrenadores hasta aficionados. Haber apoyado a dictadores y empresarios a cambio de fugaces recompensas no es un motivo de orgullo personal. Un aficionado del Chelsea de 50 años que haya visto cómo su equipo pasaba de ser un equipo de la zona media a ganar la Premier y la Champions League quizá esté contento por los títulos pero ¿estará orgulloso de un club que se ha transformado por completo? ¿Estará orgulloso de que el entrenador y la mayoría de la plantilla no sean ingleses? ¿Estará orgulloso de que haya un solo jugador (John Terry, que además empezó en el West Ham) en toda la plantilla que haya salido de la academia del Chelsea? ¿Estará orgulloso de que los aficionados no tengan ningún tipo de poder en el club? ¿Estará orgulloso de que su equipo invierta 50 millones de libras en Fernando Torres en lugar de utilizar ese dinero para desarrollar la cantera de equipos en países menos desarrollados? ¿Estará contento de abandonar Stamford Bridge para mudarse a un estadio nuevo para generar más ingresos? A menos que se haya contagiado del «todo vale» de Mourinho, probablemente no. De hecho, no tengo ninguna duda de que muchos aficionados del Chelsea (y cuando digo el Chelsea, digo cualquier otro equipo dirigido dictatorialmente) preferirían estar perdidos en la mitad de la tabla sin opción alguna de ganar la Premier pero siendo ellos los dirigentes del club que ser un equipo que lucha por ganar la Premier sin tener derecho a decidir de ninguna forma.
¿De verdad los aficionados vamos a permitir que un grupo de personas únicamente interesadas en el dinero nos roben el fútbol? ¿De verdad queremos seguir apoyando el fútbol en un mundo donde los románticos han desaparecido? Por lo visto hasta ahora, en el mundo del fútbol ahora mismo todo lo que importa es el dinero. Con el objetivo de resumir todo lo expresado en esta serie hasta ahora, ahí van ocho reflexiones:
1.- Sí, el fútbol inglés tiene un gran mercado. A pesar del gran aumento de los precios, las listas de espera para convertirse en abonado del Arsenal, Chelsea o Tottenham son largas. Siguiendo la lógica capitalista, los precios seguirán subiendo siempre y cuando la demanda sea mayor que la oferta. Sin embargo, ¿es esto algo positivo? El fútbol ya se ha aristocratizado bastante, ¿no debería ser momento de poner unas reglas, unos límites de precios? Quizá habría que poner también un límite en cuanto a los salarios de los jugadores se refiere para evitar la inflación y que los clubes pudieran reducir los precios de las entradas, por ejemplo.
2.- ¿Seguro que los aficionados queremos una liga en la que siempre ganen los mismos?
3.- Efectivamente, los propietarios extranjeros aterrizan con muchos millones bajo el brazo. Sí, millones que están dispuestos a invertir en los clubes de fútbol. Sin embargo, ¿hasta qué punto estamos dispuestos los aficionados a colaborar? ¿Debemos aceptar que un dictador cambie el nombre del club a su antojo? ¿O que cambie los colores del club? ¿O que cambie de entrenador cuando le plazca y a pesar de tener a los aficionados en contra? ¿No deberían los aficionados tener un poder de decisión considerable en los clubes a los que apoyan?
4.- Cuantos más ricos extranjeros compren clubes ingleses, más jugadores extranjeros llegarán para jugar en la Premier League. Ni siquiera en las academias de los grandes clubes los jóvenes jugadores británicos predominan. La urgencia rige la dirección deportiva de los clubes de fútbol. Los ingresos dependen de los resultados y los resultados se esperan para hoy, mañana será demasiado tarde. Por otro lado, fichar a jugadores extranjeros es mucho más barato para los clubes que fichar a jugadores británicos, pues el mercado del fútbol en Inglaterra vive en una burbuja. Por ello, los clubes prefieren fichar en el extranjero. ¿Tiene sentido que esto ocurra? ¿No deberían los jóvenes británicos tener las mismas oportunidades (o más, pues es su país natal) que los extranjeros?
5.- ¿Es justo que una persona sea dueña de varios clubes de fútbol? Si entre estos equipos se transfieren jugadores de forma gratuita, ¿están compitiendo en igualdad de condiciones con respecto a sus rivales? ¿Y qué sucede si esos equipos se enfrentan entre sí?
6.- Algunos aficionados han sucumbido al encanto de ver a sus equipos ganar, aunque fuera sin que ellos tomaran parte de ninguna decisión. Algunos jugadores han olvidado la pasión que sentían por el fútbol y han dirigido sus carreras profesionales en base al dinero. El equipo que más les paga es su destino, con la pantomima incluida de ir besando escudos. Algunos agentes se han olvidado por completo de lo que más les conviene a sus representados y llevan a cabo tejemanejes para sacarse unos milloncitos de sobresueldo. Asimismo, algunos periodistas se han olvidado de lo que es el periodismo para escribir sobre lo que más vende. Y oye, que si hace falta espiar a jugadores y publicar con quién se han acostado, pues perfecto. Siempre que paguen bien, no hay problema. Todos ellos son «colaboracionistas» de los clubes de fútbol regidos dictatorialmente y de las empresas deportivas, a los que no les interesa que sean los aficionados los que dirijan el fútbol. ¿Por qué? Pues porque entonces no ganarían tanto dinero.
7.- ¿Qué hacen los jóvenes que dedican toda su vida al fútbol pero que llegados los 20 años tienen una lesión o simplemente no encuentran un club dispuesto a ofrecerles un contrato? ¿No deberían tener los jóvenes la posibilidad de ir a la universidad? Por otro lado, ¿no deberían los organismos internacionales poner unas reglas en cuanto a la contratación de menores por parte de clubes extranjeros? ¿Son los jóvenes futbolistas personas o materia prima?
8.- Los aficionados conservamos el poder del fútbol. Sin el consumo de los aficionados, ni jugadores, ni clubes ni empresas ganarían una libra. ¿Está todo perdido para los aficionados? No. En la siguiente entrega llegan las propuestas para solucionar la situación.