El West Ham no podía esperar mejor rival para despedir un estadio centenario como Boleyn Ground que el Manchester United, el club más laureado de la historia del fútbol inglés. La directiva del club había preparado una ceremonia de despedida tras el encuentro para que los aficionados dieran el último adiós a un estadio que ha sido escenario de sus hazañas (y alguna que otra decepción) desde su inauguración en 1904.
Sin embargo, los lamentables incidentes antes del partido empañaron una noche llamada a ser inolvidable para el club. Una cadena de errores acabó provocando una situación que se podría haber evitado fácilmente y una reacción tibia por parte del club. El autobús del Manchester United, como ya le había sucedido en White Hart Lane hace unas semanas, llegó con poca antelación a Boleyn Ground, cuando ya había miles de aficionados congregados en los aledaños del estadio. La policía demostró una preocupante falta de planificación y recursos ante un partido que prometía ser tenso y que además estaba programado para las 19:45 de la noche hora local. La presencia de aficionados borrachos se dispara a medida que la hora de comienzo de un partido se atrasa, como saben perfectamente las fuerzas del orden, que suelen programar los partidos más peligrosos en la franja del sábado a las 12:45.
Un grupo de pseudoaficionados lanzaron botellas contra el autobús del rival, recordando épocas pretéritas de un club asociado en los años 80 con los hooligans más salvajes del país. Al igual que Millwall o Chelsea, el West Ham lleva muchos años tratando de alejarse de esa imagen para presentarse como un producto familiar para todas las edades. La noche del martes hizo poco en su favor.
Pero la respuesta del club fue todavía peor. Dueños y directivos acusaron al Manchester United de provocar los incidentes al llegar tarde al estadio, y minimizaron la conducta de sus aficionados, en lugar de condenar enérgicamente lo sucedido. Tuvo que pasar un día para que el club anunciara que estaba trabajando con la policía para identificar a los culpables y que les impediría la entrada al recinto de por vida una vez condenados.
Ese es el pasado al que el club y la mayoría de sus aficionados no quieren volver. La época en que muchos acudían con miedo a los estadios, en que cada partido era una batalla campal, en que acudir con niños era una temeridad. Luego pudimos entrever lo que el futuro le depara al club.
Con un fútbol ofensivo y eléctrico, el West Ham venció por 3-2 al Manchester United. La ceremonia de despedida reunió sobre el césped a viejas glorias y llenó de lágrimas los ojos de más de un aficionado. Espera el Estadio Olímpico, cuya capacidad ha tenido que ampliarse antes de abrir sus puertas hasta las 60.000 localidades para responder a la avalancha de peticiones de abonos. Más de 52.000 abonos de temporada están ya vendidos.
La visión del West Ham es convertirse en el gigante del este londinense y competir de igual a igual con Chelsea, Tottenham y Arsenal. No es una idea descabellada. El club ha competido esta temporada por entrar en la Champions League y el aumento de los ingresos que el traslado al estadio olímpico provocará le dará los medios para aumentar todavía más su competitividad. La noche del martes unió en unas horas cuarenta años de historia, desde los años 80 del siglo XX hasta la próxima década de este siglo. Y nos permitió comprobar los avances del club en este tiempo… y por qué jamás hay que volver la vista atrás.