Durante varios años yacía sobre Bastian Schweinsteiger un enorme signo de interrogación: ¿Qué era exactamente ese rubio bávaro? ¿Un centrocampista de banda? ¿Extremo? ¿Media punta? Todo y casi nada a la vez era el rubio, perla de la cantera muniquesa. Se le sabía con fuerza, disparo y llegada al área rival, pero permanecía en constante peligro de indefinición. Ni Jürgen Klinsmann en su breve etapa en el Bayern de Múnich ni en la Mannschaft ni tampoco Joachim Low en sus primeros años sabían sacarle jugo. Era como esa enorme cabeza olmeca que Mr. Burns regala a la familia Simpson: de aparente gran valía pero sin saber ni su utilidad ni sentido y que acabas poniendo en el salón, porque no sabes dónde casa mejor y porque allí tienes más espacio. En este caso, en la banda derecha, donde cuajó algún gran partido, como en la Eurocopa 2008 ante Portugal.

¿Sobre qué pilares descansaban la erección del edificio bávaro?. Uno de ellos es el que nos concierne, que no es otro que Bastian Schweinsteiger. Ya fuese por arte de birlibirloque, porque no quedaba otra tecla que tocar o tras semanas de trabajo y examen, Van Gaal recolocó sorprendentemente al jugador en el mediocentro, delante de los centrales. El rendimiento de la medida no es que resultase positivo, sino realmente extraordinario. A su portentosa capacidad física Bastian le sumó habilidad para la asociación, mezclar en largo y en corto, asomarse al área si tenía red a sus espaldas y de guarnecer a la defensa, quizá más por despliegue que por lectura.
El Bayern, con Schweinsteiger como bandera volvió a por sus fueros y aun con los titubeos actuales de Guardiola, continúa instalado en esa élite europea de tres o cuatro escuadras que parecen tan intocables como los dioses del Olimpo. De la selección alemana poco se puede añadir, actual campeona del mundo y que ya en aquel verano de 2010 con el actual centrocampista del Manchester United a los mandos insinuaba su potencial, como demostró al destrozar a Inglaterra y Argentina. Ambos conjuntos poseían el característico empuje germánico que siempre les ha caracterizado desde épocas pretéritas, pero con mucho mejor gusto y sentido a la hora de elaborar, donde el típico balón largo o centro lateral buscando al Hrubesch o Gerd Müller de turno era una alternativa más por si con el manual en la mano resultaba complicado avistar el área contraria. Un sistema de bóvedas apuntadas de pases verticales donde Schweini no solo engarzaba estupendamente, sino que resultó ser la piedra maestra. Ahora, ya inmerso en la treintena, llega al Manchester United.
¿Y Van Gaal? Tras salir del Bayern, ya saben, cosechó un gran tercer puesto con Holanda en Brasil para recalar en Old Trafford, donde le cuesta enhebrar la aguja. Después de un curso de altibajos en el que acabó jugando con Rooney y Fellaini en punta (¿Moyes 2.0?), el crédito se le agota. Le urge al tulipán obtener réditos inmediatos, más aún si nos atenemos a las fuertes inversiones realizadas por el Manchester United la pasada temporada y cuyo fruto fue un insípido cuarto puesto.
Es ahí donde puede entenderse el fichaje de Schweinsteiger, un fantástico futbolista de plena confianza de Van Gaal, aunque ya entrado en la treintena y que hace suponer que al menos 47 de sus 50 mejores partidos los ha jugado ya con otra camiseta. Pese a ello, el reloj corre para Van Gaal que necesita las prestaciones de uno de sus pretorianos para volver a guiar al United al triunfo. No piensen en proyecto ni en largos plazos ni nada por el estilo. Es aquí y ahora, como la canción de Fatboy Slim.
PD: no somos versados en la lengua de Schopenhauer, Goethe y Marx, pero en alemán «schweinsteiger» significa «criador de cerdos», así que ya tienen una idea de por donde caerán los titulares de la muy ingeniosa prensa británica si vienen mal dadas en Old Trafford.