Toño Suárez

Rebobinando una cinta de cassette con un lápiz: enganchado a una señal de bus

Los equipos de Liverpool vuelven a tener cosas que contar en la Premier League. Tras la dictadura impuesta desde Manchester en los últimos años llegan aires nuevos: desde Liverpool con amor.

 
Sentado a contraluz, rebobinando una cinta de cassette con un lápiz, me vino a la memoria una vieja foto en blanco y negro que hacía no demasiado tiempo había pasado por mis manos. En ella se veía a un policía con las manos entrelazadas a su espalda y gesto de sorpresa con un poso de incredulidad y miedo reposado, observando una inmensa bomba sin estallar caída en un patio vecinal cualquiera de la ciudad de Liverpool. Tres él, dos observadores casuales parecía que posaban para la instantánea haciendo acopio de toda la gallardía posible que pudieron recolectar para el momento, desparramada por el suelo no hacía demasiados minutos atrás.
 
Pensé en aquella bomba sin estallar, latente aún en el suelo, como una hermosa metáfora de lo que el fútbol había sido en Merseyside en los últimos tiempos, un inmenso patio de recreo dividido en dos parcelas a escasa distancia uno de otro. Pocas alegrías para el tiempo invertido, las ilusiones gastadas y vueltas a renovar al minuto, al segundo. Una bomba que quería estallar en las entrañas con la última decepción, con la última derrota pero que se mantenía intacta no se sabe muy bien porqué: la ilusión que hace de parapeto, de paraguas.
 
Liverpool vuelve a disfrutar del futbol de altura y desde las alturas. Nunca dejo de hacerlo, es verdad, aun cuando sus equipos solo arrastraban miserias: solo ha variado la panorámica: confortable ático con vistas al río el lugar del sombrío sótano con goteras y algún que otro roedor malintencionado intentando sacar partido de las desgracias ajenas. Es lo que hacen las ratas, además de saltar las primeras del barco y ser extremadamente repulsivas.
 
Sentado a contraluz, rebobinando una cinta de cassette con un lápiz, me sentí muy afortunado de que eso fuera así, de poder disfrutar del momento vestido de azul o de rojo, indistintamente; satisfecho por ser juicioso, a pesar de no parecerlo para quien me viera a través de las rendijas de mi cuarto y haber elegido que me gustaba el fútbol y solo el fútbol, dejando para otros las pesadas mochilas del forofismo y la intransigencia adquirida. Sería una lástima no disfrutar del juego de ambos por viejas rencillas no vividas, tradicionales rivalidades no sentidas.
 
El juego que despliega el Everton en una patada en las mismísimas entretelas de esos iluminados con carné de experto de tómbola que dicen con pomposidad y esa flema que los hace ridículos, fusilables al amanecer, que el fútbol inglés es arcaico, poco vistoso: futbol de barro y tibias volando; futbol de cigarrillo sin boquilla y pinta de cerveza: fútbol de obrero, fútbol proletario; quizá habría que recordar a las cabezas discordantes, a esas momias escandalizadas. que ese fútbol inglés grosero del que tanto reniegan fue el dominador del fútbol europeo durante casi una década y que probablemente lo hubiera seguido siendo durante más tiempo aún si la sinrazón de las masas y la desgracia no hubieran puesto su sello.
 
Sobre el Everton no hay mucho más que decir ni que alabar. Lo único que podemos hacer es repetirlo muchas veces para que quede constancia de ello: el show de Roberto Martínez, ese show que hasta el mismísimo Shankly querría ver en el jardín de su casa, sentado en su sofá y con las cortinas abiertas.
 
Sentado a contraluz, rebobinando una cinta de cassette con un lápiz, me vino a la memoria el policía de la foto, observando una inmensa bomba sin estallar caída en un patio vecinal cualquiera de la ciudad de Liverpool. Esta vez lo vi satisfecho, con un pie encima de ella, triunfante, como ese pescador que tiene que fotografiar sus capturas para enseñar a sus amigos, tan cansados de las increíbles aventuras marinas dominicales llenas de peces descomunales que siempre se escapan por poco.
 
Nos creemos la hazaña fluvial sin verla. El público en Liverpool está satisfecho.
 
Mientras tanto yo sigo enganchado a una señal de bus, sin saber a qué parte del patio ir pero no porque una estúpida rivalidad que no entiendo porque no la mamé me permita disfrutar de uno de ellos en concreto sino porque me cuesta elegir hacia donde ir, me cuesta decantarme.
 
El fútbol ha vuelto a Liverpool. Y esta vez ha vuelto para quedarse.
 

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Toño Suárez