Sentado a contraluz, rebobinando una vieja cinta de cassette con un lápiz, me dio por pensar en Greg Dyke. Cierto es que lo fácil hubiera sido pensar en Adriana Lima, la musa del sorteo del Mundial, sentado a contraluz, sin el lápiz con el que rebobinaba la vieja cinta de cassette ya en mi mano… pero no sucumbí a los encantos de la exuberante modelo brasileña que, con su sola presencia, hizo más llevadero un sorteo que alguien intentó convertir, sin éxito alguno, en un espectáculo de Broadway, con juegos de manos e ilusionismo incluido.
Mucho se ha hablado del gesto de Dyke tras conocer a sus rivales en el sorteo mundialista. Que un hombre curtido en los medios de comunicación se dejara sorprender por una cámara que recogía ese dedo pulgar recorriendo su cuello, esa sonrisa sarcástica, ese “estamos listos, chavales” que su cerebro gritaba a voces y que su cara se encargaba de retransmitir, ha traído consigo muchas interpretaciones, demasiadas. Y ninguna de ellas acertada.
Sentado a contraluz, rebobinando una vieja cinta de cassette con un lápiz, me dio por pensar en Greg Dyke: veía una y otra vez veía su pulgar, ese dedo ejecutor con el que el presidente de la Football Association nos mostraba su disgusto, no por sentirse prematuramente eliminado del mundial sino porque se había quedado sin vacaciones, ese asueto que nueve de cada diez encuestados querían ver en la participación mundialista de los Three Lions. Esos mismos encuestados que se conformaban con que la expedición mundialista regresara a casa sana y salva, con todos los miembros que embarcaron a la ida, en la vuelta y sin hacerse daño, no supieron interpretar en el gesto del máximo dirigente del futbol ingles.
Ese gesto que nos dice que sí se puede, que el grupo es difícil pero asequible, ese gesto que nos recuerda que nadie puede quitarnos el sueño de que nos eliminen en cuartos de final en la tanda de penaltis. Greg y su pulgar recorriendo su gaznate le decía a la expedición inglesa y al mundo que las vacaciones habían sido sacrificadas, que se puede pasar, que el fútbol ingles ha vuelto: ¡¡¡YES WE CAN!!!
El gesto de Dyke nos recuerda que nadie puede arrebatarnos el sueño
Y recordé el sorteo de la FA Cup, con un señor muy serio, un padre y un hijo
Sentado a contraluz, rebobinando una vieja cinta de cassette con un lápiz, me dio por pensar en mí mismo cuando me descubrí de pie, sudoroso y excitado, no por Adriana Lima, la musa del sorteo del Mundial, sino por el imaginario discurso de un dirigente que, en realidad, mostró al mundo con su pulgar y su gaznate que la confianza que tiene en el equipo que representa es nula y que, prácticamente ninguna combinación hubiera impedido que se vaya a pasar tres semanas de vacaciones en Brasil, viendo de vez en cuando algún partido de fútbol y poniéndose hasta las patas de los manjares autóctonos, en todas sus dimensiones, probablemente.
Y no me di buena impresión, la verdad.
Giré la silla, despacio: ya no estaba a contraluz y la vieja cinta de cassette que estaba rebobinando con un lápiz se paró en seco: igual era el momento de empezar a girarla para el lado contrario.
Y en estas estábamos cuando me vino a la memoria el sorteo de tercera ronda de la copa inglesa, la competición más antigua del mundo. Un sorteo sobrio, sin boato, sin Adriana Lima y sin juegos de ilusionismo. El elenco: un señor muy serio, un padre, un hijo, un saco de bolas y un pote de metacrilato transparente. Y Wembley.
La cosa era muy sencilla: el padre sacaba una bolita del pote de metacrilato, ponía media sonrisa cautivadora y gritaba el número que ponía en la bolita: “¡Tuentitú!”. Acto seguido, el hijo ponía la mitad de la sonrisa que hacía la completa, metía la mano en el pote, sacaba una bolita y gritaba “¡Fiftinguán!”. Eso era todo: se miraban, satisfechos. Habían hecho un buen trabajo.
El señor que estaba tan serio relacionaba los números que la familia refería, con equipos previamente asignados a los mismos y descifraba, con un imponente chorro de voz,los emparejamientos así sorteados: sencillo, directo, sin espectáculos añadidos. Quirúrgico.
Volvía a girar la silla.
Sentado a contra luz, rebobinando una vieja cinta de cassette con un lápiz, convine conmigo mismo que, muchas veces, el encanto de las cosas está en lo sencillo, en lo sobrio, en lo concreto. Que el sorteo de un mundial de fútbol ya atrae el interés de millones de personas por sí mismo, ya es grande de por sí y que no hace falta acompañarlo de aburridos espectáculos, de largas explicaciones: de tedio.
Después sonreí y me di cuenta que no había en este mundo un partido más sonoramente intenso que un Kidderminster Harriers vs Peterborough United ni competición mejor pensada y ejecutada que la FA Cup, a pesar de las canas.
Bajé la cortina.