En diciembre de 1978, el West Brom logró una las victorias más legendarias de su historia. Los Baggies se impusieron por 3-5 al Manchester United en Old Trafford con una actuación estelar de The Three Degrees: Laurie Cunningham, Brendan Batson y Cyrille Regis. El apodo procede de un grupo de soul de la época compuesto por tres chicas de color, como lo eran los tres jugadores de los Baggies. El partido ha quedado para el recuerdo por el resultado pero cuando uno revisa la filmación hoy en día, otra cosa llama poderosamente la atención.
En una época donde los jugadores de color eran minoría y el racismo campaba a sus anchas por los estadios de fútbol, cada contacto con el balón de uno de esos tres jugadores era recibido por la grada con insultos racistas. Hoy resulta chocante ver esas imágenes pero en aquella época no era vergonzante ser racista. Hoy, en general, sí.
Por eso, incidentes como los producidos en el metro de París, donde un grupo de aficionados al Chelsea no permitieron la entrada de un individuo de color en su vagón mediante empujones e insultos, resultan chocantes. Pero nos recuerdan que, a pesar de que hemos recorrido un largo trecho hasta aquí, todavía nos queda mucho para alcanzar la meta de un fútbol sin racismo.
El Chelsea ha realizado muchos esfuerzos durante la última década para desembarazarse de la imagen creada por sus aficionados más radicales, los Chelsea Headhunters, herederos directos de los Chelsea Shed Boys que aterrorizaron al país en la época de mayor apogeo de la violencia hooligan de los años 70 y 80 junto a los radicales de otros clubes como West Ham y Millwall.
En 2010, el club de Stamford Bridge lanzó la iniciativa “Building Bridges”, destinada a erradicar el racismo en el entorno del club. En todos los partidos como local, se colocan pancartas y vallas publicitarias contra la discriminación, y se proyecta un vídeo que fomenta la igualdad antes del partido. La página web del Chelsea ha pubicado en el último lustro artículos contra el racismo, la homofobia, el sexismo y todo tipo de discriminación.
Las cifras avalan la transformación del fútbol inglés. Aunque los aficionados del Chelsea ocupan el segundo lugar en la clasificación de aficionados a los que se les ha prohibido la entrada en estadios de fútbol (91, solo por detrás del Newcastle -127-), ningún individuo fue detenido la temporada pasada por cánticos racistas. De hecho, durante la Premier League 2013-14, solo nueve aficionados fueron detenidos por ese delito entre los 20 equipos de la liga.
Pero el incidente de París nos recuerda que no podemos bajar los brazos. Y los futbolistas constituyen un modelo de comportamiento para los aficionados. En 2012, la federación inglesa sancionó a John Terry, capitán del Chelsea, con cuatro partido por insultar a Anton Ferdinand durante un encuentro ante el Queens Park Rangers. Según la FA, está probado que Terry llamó «fucking black cunt» a Ferdinand. La reacción del club a lo largo de todo el proceso fue defender a capa y espada a su capitán, incluso una vez conocida la sentencia. Algunos aficionados llegaron a populizar una canción para defender a Terry: «He’s racist, he’s racist, and that’s the way we like him».
A los clubes les resulta sencillo expulsar a aficionados de sus estadios. Otros están fuera haciendo cola aguardando para ocupar el asiento vacante. Pero cuando se trata de condenar a sus futbolistas, llámese Terry, Luis Suárez o Perico de los Palotes, les cuesta más. Exterminar el racismo es responsabilidad de todos: de los aficionados que deben denunciar los hechos, como el expatriado inglés que grabó lo sucedido en París, de los futbolistas profesionales, de los clubes y de las autoridades. Si no trabajan juntos, el racismo siempre encontrará una brecha por la que colarse.