Javier Torres

Thierry Henry, una vida en rojo y blanco

Thierry Henry anunció su retirada del fútbol tras concluir su contrato con los New York Red Bulls. A pesar de haber cosechado numerosos éxitos allí por donde ha pasado, su carrera quedará indefectiblemente ligada para siempre a la etapa más gloriosa del Arsenal. 

 
Les Ulis es una pequeña localidad de extrarradio parisino situada a veintitrés kilómetros de la capital francesa. Es la clásica ciudad dormitorio en la que no hay mucho que hacer. La mayoría de sus veinticinco mil habitantes trabajan en el polígono industrial de Courtaboeuf, el más grande de Europa, y en el que tienen su sede compañías como Hewlett-Packard o Apple. Un lugar en el que los niños ocupan su tiempo montando en bici o jugando al fútbol en los enormes espacios peatonales entre edificios colmena. Uno de esos niños de Les Ulis no sólo se pasaba el día dando patadas al balón sino que lo hacía muy bien. Su nombre, Thierry. Y su apellido, Henry. Hoy es leyenda.
 
La pareja formada por Antoine y Maryse Henry, originario de Guadalupe él y de la isla de Martinica ella, no sabían aquel 17 de agosto de 1977 que su recién nacido retoño se convertiría en el máximo goleador histórico de Francia. Difícilmente podían imaginarlo cuando, a principios de los ochenta, Antoine las pasaba canutas para convencer al pequeño Thierry de que fuese a entrenar con el CO Les Ulis, su primer club. Al niño le gustaba gambetear entre bancos y árboles con sus amigos, marcar goles en porterías delimitadas por mochilas, pero eso de ir a entrenar… no le divertía tanto. Finalmente, entre Antoine y Claude Chezelle, su descubridor, lograron que el pequeño se implicase con el equipo, en el que permanecería seis temporadas, batiendo todos los registros goleadores infantiles.
 
Con trece años, a Henry se le iba quedando pequeño Les Ulis y, tras un año en el US Palaiseau y otros dos en el Vity-Chatillon, un ojeador del Mónaco, de nombre Arnold Catalano, le vio marcar los seis goles de su equipo en un partido y enseguida le propuso fichar por el equipo de la Costa Azul. Pero antes decidió que la joven perla necesitaba un poco de disciplina. El chaval sacaba malas notas y era un poco rebelde, chulesco. Así que Catalano le envió un año al Instituto Nacional de Fútbol de Clairefontaine, la academia de élite del fútbol francés, a la que acuden los mejores jóvenes del país en sus doce sedes repartidas por todo el territorio galo, un lugar donde se exige tanto en el campo como en las aulas.
 
Por fin, en 1992, Henry llegaría al sur de Francia para formar parte del Mónaco, entrenado entonces por Arsène Wenger, que le haría debutar con el primer equipo dos años más tarde, cuando Henry contaba con solo diecisiete años. Pese a haber jugado toda la vida como delantero, Wenger decidió colocarle en banda izquierda para explotar su velocidad.
 
A partir de ahí, la carrera de Tití despegó: fue elegido mejor jugador joven de Francia en 1996, conquistó el título de liga en la temporada 96/97, marcó siete goles en la Champions League 97/98, en la que, además, su Mónaco llegaría a semifinales y, lo más significativo para ese chaval arrogante pero bonachón de veinte años, fue convocado por Aimé Jacquet para formar parte de la selección Bleu de cara al Mundial de 1998 que ganarían en casa, en Saint-Denis.
 
En enero de 199 llegaría uno de los momentos claves y a la vez más decepcionantes de la carrera de Henry. La Juve se hizo con sus servicios previo pago de unos doce millones de euros, una fortuna para la época. En la Vecchia Signora se encontraba ya desde el año anterior su mejor amigo en el mundo del fútbol, David Trézeguet, que le terminó de convencer para que firmase. La experiencia italiana fue óptima, como todos sabemos, para el francoargentino, pero no así para Tití, cuya aportación en los seis meses en los que defendió la zamarra bianconera se reduciría a tres goles en diecinueve partidos. Las férreas zagas italianas no permitieron a un tierno Henry demostrar sus cualidades. Ni Marcelo Lippi ni Carlo Ancelotti, que llegaría en febrero tras la destitución del eterno Lippi, fueron capaces de extraer todo el potencial del joven Henry.
 
Con esas, en verano nuestro protagonista tomaría la mejor decisión de su vida: volver a jugar bajo las órdenes de Arsène Wenger, su valedor, pero esta vez en el Arsenal. Wenger fue para Henry lo que Jorge Valdano para Raúl González. En cuanto Tití aterrizó en Londres, Wenger se erigió en su gran defensor ante una prensa que no entendía que los Gunners hubiesen desembolsado once millones de libras para fichar a un jugador que venía de fracasar en la liga italiana. Esta vez, el técnico francés, a diferencia de lo que había sucedido en Mónaco, le trajo para ocupar su puesto natural, el de delantero centro, sustituyendo a un Nicolás Anelka que había partido ese verano rumbo a Madrid para vivir la que a la postre sería una experiencia cuanto menos esperpéntica. Pero esa es otra historia.
 
Si Wenger defendió a Henry desde un principio, al final fue el propio jugador quien calló bocas hablando en el campo. Veintiséis goles en la temporada 99/2000, dejando al club segundo en la Premier League y finalista de la Copa de la UEFA (una final que perdieron contra el Galatasaray en la tanda de penaltis tras los errores de Davor Suker y Patrick Vieira). Ese verano, Henry ganaría la Eurocopa con Francia, lo que le permitió regresar motivado a Londres para afrontar la temporada 2000/01, la de su confirmación como estrella mundial y ojito derecho de Highbury.
 
El resto es historia. Con el Arsenal acabaría marcando 228 goles en sus siete temporadas en Highbury y una en el Emirates. Es el máximo anotador histórico de los Gunners, a quienes lideraría para ganar dos Premier League, tres FA Cup y para alcanzar aquella final de Champions League de 2006 en París, en la que Samuel Eto’o y Juliano Belletti dejarían sin orejona a Henry. Al final, el tiempo fue magnánimo con Henry, que conquistaría el título europeo tres años más tarde junto a los mismos jugadores que le arrebataron la gloria en París.
 
La temporada 2006/07, ya en el Emirates, no fue la mejor para un Henry al que frenaron las lesiones. Tras firmar un mal año, Tití dejó claro que se comprometía a recuperar su mejor forma para ayudar al club de cara al siguiente ejercicio pero, como todos sabemos, en el fútbol todo es volátil y, pese a sus palabras, los veinticuatro millones ofrecidos por el Barça bastaron para que iniciase una nueva aventura en la liga española, en la ciudad condal. Preguntado en su día por qué no había fichado por el Real Madrid, Henry respondió: «Aún no puedo jugar en el Madrid, ¡no tengo un Balón de Oro!».
 
Con el club blaugrana Tití jugaría hasta los treintaitrés años, marcando treintaicinco goles, ganando bajo las órdenes de Pep Guardiola dos ligas, una Copa del Rey, un Mundial de Clubes, aquella Champions en el Olímpico de Roma ante el Manchester United y, sobre todo, el cariño del Camp Nou, algo nada fácil.
 
Después llegaría su jubilación dorada en la MLS y aquel retorno mágico al Arsenal como cedido en 2012 que nos dejaría una de las imágenes de su carrera cuando, con el doce a la espalda, volvía a anotar con el club de sus amores, con el equipo de su vida, del que es hincha, el que le convirtió en una leyenda, contra el Leeds United en FA Cup. Uno de esos momentos bellos que el fútbol nos regala solo de cuando en cuando.
 
De Henry podríamos escribir libros, hablar horas de sus más de 50 títulos individuales, de sus goles, de su forma de celebrar esos goles (con esa fanfarronería que pese a todo no caía mal) de su penalti-pase con Robert Pirés o de aquella final del Mundial 2006 contra Italia.
 
Nos tendremos que conformar ya con ver sus vídeos, con revivir en nuestras mentes las jugadas de un futbolista al que los nacidos en los años 80 vimos crecer y convertirse en mito. Nos tendremos que conformar, en fin, con recordar al que un día dijo: «En el fútbol, a veces hay que marcar goles». Y así lo hizo.
 

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Javier Torres