Ilie Oleart

Un dilema moral sin solución

Tras dos años y medio, Ched Evans salió de la cárcel en octubre con el propósito de reemprender su carrera como futbolista. Sin embargo, ante la presión de aficionados y medios de comunicación, han sido ya una docena los clubes que han declinado la posibilidad de ofrecerle un contrato.

 
Comencemos por establecer los hechos. Ched Evans y su amigo Clayon McDonald, también futbolista, se encontraban de vacaciones en Rhyl, una ciudad balneario situada en la costa noreste de Gales. A las 4 de la madrugada, McDonald conoció a una chica de 19 años en un puesto de venta de kebabs y la convenció para acompañarle a la habitación del hotel Premier Inn que compartía con Evans. Una vez en el taxi, McDonald le envió un mensaje a Evans: «Tengo una chica» («I’ve got a bird»). Cuando Evans apareció en la habitación, McDonald y la chica estaban manteniendo relaciones sexuales. Le preguntaron si Evans podía unirse. Según Evans, ella consintió. El jurado no le creyó.
 
El hermano de Evans y un amigo estaban fuera de la habitación riendo tratando de grabar lo que estaba sucediendo en sus teléfonos móviles. Mientras Evans mantenía relaciones con la chica, McDonald abandonó la habitación. Evans hizo luego lo propio. Cuando la chica se despertó, a las 11 de la mañana, no quedaba nadie.
 
Esa misma noche acudió a la policía alegando que no sabía lo que había sucedido, ni siquiera cómo había acabado en el hotel. Los dos hombres que se acostaron con ella fueron acusados de violación alegando que la víctima estaba demasiado borracha para consentir mantener relaciones.
 

Evans pagó su deuda con la justicia pero la sociedad no le ha perdonado

Nunca admitió los hechos ni pidió perdón y su profesión juega en su contra

Hasta aquí los hechos, por los que Evans fue juzgado y condenado a cinco años de cárcel por violación, de los que ha cumplido la mitad. Una vez liberado por la justicia, se lanzó a buscar empleo en la única profesión que ha ejercido, la de futbolista. Su búsqueda arrancó en el Sheffield United, donde estaba jugando cuando sucedieron los hechos. Aunque el club le permitió entrenar, una petición en línea de los aficionados en contra de su contratación provocó que el club desechara la posibilidad de ofrecerle un contrato. Así comenzó un peregrinaje por los clubes de la Football League en busca de un contrato. Hasta llegar al Oldham, que podría ser el último en echarse atrás tras la presión de aficionados, patrocinadores y medios de comunicación.
 
Ched Evans ha cumplido su condena y tiene derecho a trabajar. Cierto. En el fútbol inglés no existen normas que prohíban a violadores convictos jugar a fútbol. Otra cuestión diferente es si deberían existir, pero ese ya es otro tema.
 
A pesar de su derecho a trabajar, dos argumentos de peso juegan en contra de Evans. En primer lugar, el hecho de que siempre haya negado haber violado a la chica. A tenor de lo oído en el juicio, se aprovechó del estado de embriaguez de una chica de 19 años para mantener relaciones sexuales con ella. Eso es una violación y él debería haberlo admitido y haber pedido perdón a la víctima.
 
En segundo lugar, su profesión juega en contra de Evans. Si fuera bombero, mecánico o panadero, ya estaría trabajando de nuevo. Quizás incluso habría recuperado su antiguo empleo. Pero ser futbolista tiene sus particularidades. Los futbolistas son modelos, espejos para la sociedad actual. Ningún padre querría que su hijo tuviera en su habitación un póster colgado con un violador convicto.
 
Ched Evans ya pagó su deuda con la justicia. Ahora debe pagar su deuda con la sociedad.
 

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Ilie Oleart