Juan Antonio Parejo

Un yanki en la corte del Rey Arturo

Hoy en día estamos tan acostumbrados a sangre latina en la Premier que esta presencia masiva resulta un detalle que pasa desapercibido ante nuestros ojos. Sin embargo, no siempre fue así. Durante decenios, los jugadores no procedentes de las Islas eran una rara avis. En 1978, un argentino llegaría a Inglaterra no solo a repartir juego, sino a hacer saltar por los aires no pocos clichés y absurdos estereotipos.

 
Españoles, argentinos, brasileños, mexicanos, hondureños, paraguayos… Hoy en día estamos tan acostumbrados a sangre latina en la Premier que esta presencia masiva resulta un detalle que pasa desapercibido ante nuestros ojos, más aún tras la llegada de estrellas como Sergio Agüero, Javier Hernández, Carlos Tévez y compañía o la nueva invasión de jugadores españoles. Sin embargo, no siempre fue así. Durante decenios, los jugadores no procedentes de las Islas eran una rara avis. En 1978 un argentino llegaría a Inglaterra no solo a repartir juego, sino a hacer saltar por los aires no pocos clichés y absurdos estereotipos.
 
Osvaldo “Ossie” Ardiles. Sí, el mismo que en “Evasión o Victoria” compartía vestuario con Pelé o con glorias como Bobby Moore o Mike Summerbee y que era capaz de levantar el esférico por encima de un defensor en el carril derecho. Bajito y de complexión pequeña, pudiera haber parecido un aperitivo para los percutores de tibias del momento, en un momento en el que el fútbol inglés solo era apto para adultos y donde se respiraba dureza e incluso violencia en el césped y en las gradas. Por si fuera poco, tampoco contaba con una velocidad que le permitiese escapar de patadas rivales. Pero más que sus piernas, era su mente la que funcionaba a una marcha superior a la del resto. Su cerebro procesaba información y ofrecía respuestas, casi siempre correctas, a la velocidad de la luz. Su depuradísima técnica lo configuró como un excelente organizador y pasador, de los que proponía principio y cauce al juego de su equipo, siempre ordenado y pulcro. Físicamente no sobresalía en nada, carencia que suplía con su citada inteligencia sobre el rectángulo, habilitándole para la anticipación sobre el contrario y la contención.
 

Más que sus piernas, era su mente la que funcionaba a una marcha superior

No pudo ganar la FA Cup del 82 porque se tuvo que ir cedido a causa de la guerra

Tras ganar el Mundial de 1978 a las órdenes del Flaco Menotti, aterrizó en White Hart Lane junto con otro compatriota, Ricky Villa. Ossie llegaba procedente de Huracán, donde compartió vestuario con un genio tan peculiar como René Houseman. Un argentino en el fútbol inglés estaba casi tan fuera de lugar como Hank Morgan en la novela de Mark Twain. Solo una reunión de los Beatles hubiera sonado más impensable entonces. Pero por algo el lema del club es “Audere est facere” (“atreverse es hacer”). Desde que arribó al Tottenham demostró que su estilo alambicado tenía sitio y futuro en aquel universo tan lejano. Ocurría que Inglaterra quizá no era el sitio más adecuado del mundo para un argentino aquellos días. Más aún cuando Jorge Rafael Videla y Margaret Thatcher se inventaron una guerra absurda por unas islas de escaso valor. Una contienda que demandó una cuantiosa cantidad de sangre, como en el hundimiento del Belgrano, llegando a segar en total más de seiscientas vidas argentinas, entre ellas, la de un primo del propio Osvaldo, que hubo de marcharse cedido forzosamente un año al Paris Saint-Germain.
 
Acabado el conflicto, contados los muertos para ser honrados a los pocos días y olvidados con el tiempo (las guerras siempre son así), Ossie pudo volver a los Spurs, donde le esperaba Glenn Hoddle y a donde algo más tarde arribaría Chris Waddle. Un Tottenham que hacía las delicias de los propios hinchas de White Hart Lane y del aficionado neutral, siendo el equipo que posiblemente mejor fútbol hacía en Inglaterra durante los 80, Liverpool aparte. Pero como generalmente ocurre, solo en el cine el bueno se acaba llevando a la chica y los Spurs no pudieron traerse el entorchado liguero, aunque sí un triunfo en FA Cup y especialmente una UEFA en 1984 ante el Anderlecht, tras una infartante tanda de penaltis donde Gudjohnsen padre falló el lanzamiento decisivo e hizo campeón a los londinenses.
 
El objetivo y el sueño de alcanzar el título liguero (ansiado desde 1961 hasta hoy), no pudo ser alcanzado, pero el recuerdo de aquel Tottenham perduró. En muchos campos ingleses la nacionalidad de Ardiles hacía que le llovieran no pocos insultos y cánticos xenófobos. Sin embargo, en un rincón del norte de Londres, ese acento latino tan peculiar aún evoca tardes de buen fútbol.
 

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Juan Antonio Parejo