Toño Suárez

Una historia de Navidad

Una vez más, las Navidades ya están aquí, recurrentes, fieles a su cita anual, cargadas de tantos significados distintos como cada uno de nosotros queramos que traiga, llena de historias, de recuerdos, recuerdos…

 
Recuerdo a un niño jugando en la cocina de la casa de sus padres, su casa. Eran tiempos en los que un palo tirado en la calle se convertía en una espada afilada o un envase de yogurt, pertinentemete acoplado a otro con un complejo sistema de cuerdas, se transformaban en puntera tecnología de telecomunicaciones inalámbricas. O casi. Eran tiempos en los que con una canica, una pared y una portería cuyos postes podrían ser, perfectamente, las dos zapatillas de andar por casa, aquel niño rubio y pecoso simulaba ser Sepp Maier en Maracaná…o en el Bernabéu…eso era lo de menos. Lo único que contaba era que había parado, tras soberbia estirada, el penalti decisivo que daba a su equipo la victoria en uno cualquiera de los mundiales (no tenía preferencias) y el público, enfervorizado, no cesaba de proclamar su nombre.
 

Un álbum de cromos inició su relación con el fútbol inglés

Allí estaban World Cup Willie, Bobby Charlton, Bobby Moore…

Pensándolo un poco, no resulta extraño que aquel niño que soñaba glorias futbolísticas en el sanctasanctórum de su madre, tuviera como primer recuerdo de ídolo al mítico portero alemán. Más si cabe teniendo en cuenta aquel álbum de cromos del Mundial de Alemania 74 que, en algún momento, cayó en sus manos. Recuerda las fotos de los jugadores de Zaire, las caras de Cruyff (que jugaba en un equipo que se llamaba Ajax, como lo que su madre usaba en la limpieza de la cocina), de un chileno llamado Caszely, que jugaba en Colo-Colo y a un señor uruguayo, de apellido Espárrago, que años después sería entrenador en España. A parte, claro está, de los Muller, Hoeness, Beckembauer, Vogts…y Maier.
 
Poco podría imaginar el muchacho que aquel álbum serviría para iniciar su relación, siempre de amor y nunca de odio, con el fútbol inglés. A pesar de que los muchachos de Ramsey no habían conseguido clasificarse para la cita mundialista, el álbum, en sus primeras páginas, rendía homenaje a la historia de los mundiales. Y allí estaban World Cup Willie (la sensación de perplejidad que sintió el muchacho viendo a un león patear un balón no se curó hasta años más tarde, cuando vio a una naranja en pantalón corto), Bobby Charlton y Bobby Moore (copa Jules Rimet en mano). Ese álbum ya no está, pero esos cromos forman parte, a día de hoy, de una ínfima colección de joyitas futbolísticas carentes de valor monetario pero de indudable valor sentimental para el niño, que aún lo sigue siendo, al menos para estas cuestiones.
 
Ese niño os contaría que aquellos cromos se mezclaron con su gusto por las películas de Ricardo Corazón de León y sus cruzadas, con Ivanhoe y Robin Hood, el bosque de Sherwood y el malvado sheriff de Nottingham que, a buen seguro, desconocía que unos siglos más tarde su ciudad se convertiría durante dos años, en la capital de la Europa futbolística, conquistada por un sheriff bastante más chulo que él y sin necesidad de derramar ni una gota de sangre. Aunque sí mucho sudor y lágrimas.
 
Sepp Maier pasó a la historia del fútbol y al limbo del pensamiento del chaval. Trevor Francis, Peter Shilton, Ray Clemence, Kevin Keegan, el gol de Alan Kennedy al Real Madrid de los García, las maniobras orquestales en la oscuridad de Kenny Dalglish, el estratosférico Graeme Sounnes, la tragedia de Heysel que presenció por televisión sin entender lo que estaba sucediendo…
 
Aquel niño que soñaba con Maier suplió el vacío infinito que dejó en Europa la sanción a los equipos británicos tras los acontecimientos de Bruselas centrándose más si cabe en el rugby, mucho antes incluso de que algún iluminado decidiera que en Italia saben jugar a ese deporte. Decidió que nunca había visto apertura como Jonathan Davies, ni zaguero como Gavin Hastings (aunque en su interior admiraba también a Serge Blanco, un zaguero que no lo hacía del todo mal para ser franchute) ni había sentido escalofrío semejante en su vida como la primera vez que escuchó el «Flower of Scotland» en Murrayfield ni el rugido de la plebe enfurecida en el Arms Park de Cardiff.
 

El álbum se mezcló con Ivanhoe y Robin Hood

Años más tarde, otro sheriff conquistaría Europa desde Nottingham

La vida para el niño siguió (Hillsborouhg mediante). Alan Shearer, Les Ferdinand, Teddy Sheringham, The Jam, The Smiths, los Dexys Midnight Runners y tantos otros le acompañaron en ese momento de transición indefinible del que dicen, con mucha pompa, que marcará el resto de nuestra vida. Tantas cosas, tantos recuerdos, tantas maldiciones de por medio porque a nadie se la había ocurrido inventar aún Ebay. Aquella parka con parches tan alucinante que había visto en Quadrophenia tendría que esperar unos años más, habría que conformarse con una gabardina negra de su hermana con unas hombreras inasumibles. Correr tras los rockers en esas condiciones no era lo mismo, pero bueno…¿Y lo bonita que estaba Estambul, dicen, en 2005?
 
Una y otra vez se pregunta el muchacho por qué Dios fue tan caprichoso con él y no consintió que naciera en Avalón. O en Innisfree, aunque fuera para trabajar en el bar de Cohan sirviéndole pìntas de cerveza a un hombre tranquilo cualquiera. Incluso quizá desvelando al mundo quién narices fue Jack el destripador o corriendo delante de la policía un día de “Trainspotting” cualquiera. Y no encuentra respuesta. No hay respuesta.
 
Quizás tú que me lees y que prefieres un Stoke-Reading a un Valencia-Sevilla o a ti que se te pone la carne de gallina cuando te recuerdan que “nunca caminarás solo”, tengas la respuesta.
 
O simplemente quizá esta sea otra historia. Otra historia de Navidad.
 

Sobre el autor

Toño Suárez