Alvaro Oleart

Wenger busca su lugar en la Historia: ¿Será Churchill, Baldwin o Chamberlain?

 
Mahatma Gandhi. Martin Luther King. John Fitzgerald Kennedy. ¿Qué tienen en común estos tres personajes históricos? Todos murieron asesinados en la su momento de máxima popularidad. No han adquirido relevancia histórica por morir asesinados, pero sin duda el haber caído mártires les ha otorgado una reputación histórica superior superior a la que hubieran recibido de otro modo. Sobre todo Kennedy, el presidente estadounidense culpable de que la Guerra de Vietnam se alargara tanto, pues aunque no fue él quien la provocó, sí la alimentó durante su mandato, algo que poca gente recuerda. Pero no es necesario morir para imprimir un sello histórico a la existencia. Stanley Baldwin ya lo demostró hace 75 años.

 
Si uno busca en la enciclopedia la palabra «apaciguamiento», lo más probable es que aparezca una fotografía de Neville Chamberlain bajando de un avión con un papel en la mano (el acuerdo de Múnich firmado en 1938 con Adolf Hitler, por el cual Gran Bretaña permitía la ocupación alemana de una parte de Checoslovaquia bajo la condición de que fuera la última invasión). Apenas un año más tarde, Hitler hizo caso omiso del pacto de Múnich y atacó Polonia, obligando a Gran Bretaña a declarar la guerra a los nazis. Neville Chamberlain quedó como un crédulo y un ingenuo por haber creído a Hitler. De ahí que Chamberlain sea la viva imagen del «apaciguamiento» europeo a lo largo de la década de 1930.

 
Sin embargo, la realidad fue bien distinta. No pretendo justificar la credulidad de Neville Chamberlain en 1938. Nada más lejos de la realidad. Pero el el arquitecto y estratega del «apaciguamiento» británico fue Stanley Baldwin. Hombre clave del gobierno de Ramsay MacDonald entre 1931 y 1935 y Primer Ministro en tres períodos distintos (1923; 1924-1929; 1935-1937), Baldwin debería de ser la imagen que mostrara la enciclopedia bajo el término «apaciguamiento». ¿Por qué no lo es? Simplemente porque supo retirarse a tiempo. Obligó al rey pro-nazi Eduardo VIII a abdicar en diciembre de 1936, y en mayo de 1937 dejó su lugar a su colega y amigo Chamberlain, pasando él a la Cámara de los Lores. Es decir, ganó su última batalla y se retiró a tiempo.
 
¿Qué tiene esto que ver con Arsène Wenger? Pues bien, tras el pobre empate frente al Southampton, Wenger está en una posición muy parecida a la que estaba Stanley Baldwin a principios de 1937. El técnico francés todavía tiene una magnífica reputación, pues es la persona que ha llevado al Arsenal a 15 participaciones consecutivas en la Champions League, tres Premier League y cuatro FA Cup. Desgraciadamente, sus mejores años ya están a su espalda. Admirado por su administración económica, Wenger creía poder competir con los clubes millonarios con un capital muy inferior. Pero se equivocó. Ya son siete los años que el Arsenal lleva sin levantar un trofeo. Y lo peor ya no son las siete temporadas sin títulos, sino las perspectivas de futuro. 
 
Robin Van Persie costó al Arsenal menos de tres millones de libras. Cesc Fábregas llegó gratis. Thierry Henry costó once millones. Davor Suker, medio millón de libras. El fantástico ojo de Wenger con los fichajes explica la competitividad de sus equipos sin una gran inversión, aunque no hay que olvidar alguna pifia, como los 13 millones invertidos en Sylvain Wiltord. Sin embargo, últimamente Wenger ha estado un poco bizco a la hora de fichar como demuestran los casos de Gervinho (11 millones), Arshavin (15 millones) o Giroud (13 millones). Arshavin costó más que Van Persie, Fábregas, Henry y Suker… ¡juntos! 
Mantener sus principios a capa y espada es algo que honra a Arsène Wenger como persona. Y como entrenador. Pero también es algo que puede causarle una reputación posterior pésima. Los aficionados «gunners» están deseando que Wenger tire la casa por la ventana e invierta 40 millones de libras en un delantero centro como Falcao. Pero no lo va a hacer. Wenger ha sido tan aplicado administrativamente que ha logrado beneficios para Stan Kroenke, el dueño del club. El problema es que estos beneficios se han quedado en los bolsillos de Kroenke. Ello se ha traducido a su vez en un evidente declive en cuanto a títulos para el Arsenal. 
 
Wenger tiene ante sí un dilema con tres opciones posibles.
 
En primer lugar, asumir el papel de Churchill. En ese caso, se enfrentaría a la directiva del Arsenal y comunicaría públicamente estar a favor de invertir los beneficios que logre el club «gunner» en cuestiones deportivas. Esta opción le aseguraría popularidad entre los aficionados, aunque también pondría su cargo en juego.
 
En segundo, podría disfrazarse de Baldwin y retirarse a tiempo. Si se marchara ahora mismo, Wenger sería recordado como el técnico que llevó al Arsenal a 15 participaciones consecutivas en la Champions  League. Como el técnico del equipo de «los invencibles» de 2003-04. Como el técnico que descubrió a Henry, Fábregas y Van Persie.
 
Finalmente, Wenger podría convertirse en Chamberlain. Es decir, no cambiar nada. De seguir con la misma política de fichajes y mantenerse en el cargo, Wenger perderá la fantástica reputación que se ha labrado durante 15 años. Una pena. No merece acabar así. 
 
A juzgar por las declaraciones de Wenger, apuesto a que elegirá la tercera opción. Fue la que eligió Neville Chamberlain cuando con 67 años decidió tomar el relevo de Stanley Baldwin al frente de Gran Bretaña en 1937, después de casi 40 años metido en el mundo de la política británica. No retirarse a tiempo costó a Chamberlain aparecer en la enciclopedia como imagen del «apaciguamiento». En el caso de Wenger, podría aparecer en una nueva enciclopedia futbolística que incorporara el término «fracaso Arsenal». Wenger todavía tiene la sartén por el mango. Pero el tiempo se acaba.

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Alvaro Oleart