Y sí, ya tenemos a Inglaterra en casa. Nada nuevo, por otra parte. Y en penaltis, toda una tradición nacional. Circular por la izquierda, la chica en topless de la Page 3, las pamelas de Ascot… caer y hacerlo en penalties ya es todo un hábito cultural consagrado casi a la misma altura. Aunque digámoslo aún a riesgo de parecer algo tribuneros: fue justo, venció quien más méritos hizo para ganar, así de simple. ¿Debemos atizar a la selección de Inglaterra? A eso vamos, aunque si alguien lo espera, tememos que se llevará una desilusión.
Caer en penaltis ya es todo un hábito cultural en Inglaterra
Inglaterra se presentó con el peor equipo de los últimos años
Antes de entrar en valoraciones sí, habría que citar los descargos de esta selección inglesa que pareció tan pobre contra Italia. Y habría que reincidir en la abundancia de bajas de primer orden, como las de Gareth Barry, Frank Lampard, Jack Wilshere (probablemente, la más decisiva de todas) o de Gary Cahill, el central inglés con mejor salida de balón. A ello habría que sumarle la premura con la que tuvo que lidiar Hogdson para formar el equipo, siendo nombrado para el cargo el 1 de mayo de este mismo año. Hubo de trabajar (y lo hizo) a marchas forzadas y amoldar a su famoso 4-4-2 a jugadores que quizá no encajaban demasiado bien en el sistema, aunque ya no había más recursos disponibles. Vimos, por ejemplo, a falta de centrocampistas, como reubicó a Gerrard y a Parker en el mediocentro, cortando los bríos al capitán del Liverpool y aislando de capacidad de asociación al jugador del Tottenham por exigencias del guión. Realmente, Inglaterra se presentó en la Eurocopa con el peor equipo de los últimos años, muy por debajo, por ejemplo, de los que eliminó Portugal en 2004 y 2006 (en ambas ocasiones también en penalties, por cierto). La zona más poderosa estaba en la retaguardia y desde atrás el equipo intentó hacerse fuerte, con una pareja de centrales que, aunque siempre en la frontal del área, por momentos parecían inexpugnables y un portero, que ahora sí, parecía merecedor de llevar el jersey de los Tres Leones. En realidad, Joe Hart es la única mejora con respecto a otros torneos. Los tiempos de esperpento en la portería inglesa han terminado.
¿Caer en cuartos de final en penalties ante un equipo manifiestamente superior es un fracaso? Desde nuestro punto de vista, teniendo en cuenta además que Inglaterra superó las expectativas en la fase de grupos, no debería serlo. De Italia, decíamos, pesaban ciertas dudas a la hora de confeccionar el once y el esquema, por lo que incluso, quizá osados, otorgamos a Inglaterra un ligero favoritismo en la previa. Lo que sí era claro es que técnicamente el conjunto transalpino era muy superior al inglés, encarnado en un Andrea Pirlo magistral, en lo que probablemente sea la mayor actuación individual de un jugador en lo que va de año. ¿Deberíamos tomar como un fracaso la eliminación?
No, creemos que hay que realizar otra lectura bien distinta, con horizontes más amplios. Inglaterra se armó para esto, ofrecía poco más. ¿Pudo haber mostrado una cara más pulcra? Posiblemente, aunque no por ello hubiese obtenido mejores resultados. Realmente, poco se puede reprochar a estos futbolistas, a este equipo y a este seleccionador. Ya comentamos que era, junto a Grecia, el único equipo del torneo que parecía estar exprimiendo al 100% todo su potencial. Precisamente ahí radica el problema.
La clave del debate no está ahí. No lo consideramos un fracaso como tal, perder ante un equipo muy superior no debe serlo en ningún caso. Caer sí es una decepción, y más aún con la imagen tan pobre mostrada al final de la segunda parte y durante toda la prórroga. Pero transitando por ese sendero no creemos poder acercarnos a la verdadera magnitud del problema de la selección inglesa. Decepción sí, fracaso no. Nuestro diagnóstico es otro.
¿Decepción? Sí. ¿Fracaso? No
Desde el penalti de Southgate, Inglaterra vive resignada
Uno de los mayores enemigos al que se enfrenta cualquier equipo de fútbol no es otro que a una rebaja excesiva de sus niveles de ambición. Lo hemos visto en clubes como el Liverpool o el Atlético de Madrid, atados a un conformismo que poco a poco va carcomiendo las posibilidades de éxito. Con los “Pross” parece que sucede algo parecido. En particular parece que desde el penalti errado por Southgate que supuso la eliminación contra Alemania en 1996, Inglaterra se arrastra dentro de este estado. Fue la última gran decepción inglesa, un equipo que de verdad parecía destinado a algo grande. Desde entonces, cada derrota parece interpretarse desde un prisma de resignación, de un “bueno, todos sabíamos que pasaría tarde o temprano”. Parece como si el papel de actriz secundaria, más allá de los titulares ampulosos de la prensa sensacionalista que nadie se cree( y que por primera vez en muchos años, durante esta Eurocopa ya no aparecieron), ya hubiese sido asumido inconscientemente por jugadores, técnicos y la misma afición.
Ese es el mayor enemigo al que se enfrenta la selección inglesa, entre otros muchos, claro. Porque por ejemplo, Inglaterra malgastó torneos con grandes generaciones de futbolistas sin jugar absolutamente a nada, salvo en la última Euro, donde jugó a algo horrible, pero ya era jugar a algo. De modo que la enfermedad que afecta al fútbol inglés de selecciones no es algo coyuntural, sino que se trata de una tenia instalada desde hace ya mucho en sus intestinos. Resulta paradójico, ya hablamos de la liga más poderosa del mundo, con equipos que con frecuencia, reinan en Europa. Y tampoco podemos hablar de un bajo nivel de futbolistas, porque con los Tres Leones hemos visto pasar a jugadores del nivel de Alan Shearer, Paul Scholes, Tony Adams, Steven Gerrard, Frank Lampard, Wayne Rooney o más recientemente, Oxlade-Chamberlain. Mientras clubes y jugadores ingleses han sido mundialmente reconocidos, el nivel de la selección se erige muy poco por encima de lo irrisorio, teniendo en cuenta el peso y la importancia del fútbol en Inglaterra. Países con mucha menor tradición balompédica como Croacia o República Checa, seamos francos, no están demasiado lejos de Inglaterra. O a la misma altura.
Así pues, el castigo sobre esta esforzada selección que acaba de hacer las maletas sería solo mirarse el ombligo y buscar el titular fácil. El problema es mucho más complejo y difícil de sanar. Claro que a nosotros, desde humilde nuestra cabina de opinadores, no se nos exige ningún tipo de cura, y solamente nos hemos avenido a presentar un posible diagnóstico. ¿Una revolución puede ser el antídoto? Quizá. Alemania lo experimentó con Low tras el fracaso (aquí sí podemos calificarlo como tal) de la Euro 2004. Italia se puso manos a la obra tras no haber sido capaz ni de ganar a Nueva Zelanda en Sudáfrica 2010. Francia, tras fracasar y dar el espectáculo en 2010, parece inmersa en un período similar. No parece haber más opciones.
Y es que navegar dentro de este mar de resignación conformista no ayuda sino a ahogar las posibilidades de un equipo, independientemente de su nivel.