La selección inglesa aterrizó en Rio de Janeiro acompañada por 72 integrantes de la federación inglesa. Entre ellos, un psiquiatra, nutricionistas, un especialista en céspedes, un cocinero y un tipo cuya misión principal era rociar a los jugadores con agua cuando comenzaban a sudar. Antes de partir hacia Brasil, científicos de la Universidad de Loughborough estudiaron el patrón de sudor de cada jugador y diseñaron una bebida isotónica específica para cada uno. La convicción general es que poco más se podría haber hecho en cuanto a preparativos para el Mundial. La causa de los repetidos fracasos ingleses radica en otro lugar.
Como cada dos años, muchos analistas apuntan a la Premier League. Su argumento es sencillo: la liga es la más lucrativa del mundo pero le hace un flaco favor a los jóvenes ingleses. Al importar talento extranjero, los clubes restan oportunidades a los jugadores locales. Solo un 32% de los minutos han sido disputados por jugadores que podrían representar a los Three Lions.
Estos analistas defienden una cuota de extranjeros en la liga. Más allá de los problemas prácticos (no se pueden establecer cuotas a los jugadores comunitarios, así que una teórica norma de este tipo afectaría solo a extracomunitarios), resulta complicado defender que competir en una liga más débil sería positivo para los jugadores ingleses. Glen Johnson o John Flanagan compiten contra Luis Suárez o Philippe Coutinho en cada entrenamiento. Jack Wilshere o Alex Oxlade-Chamberlain comparten vestuario con Mesut Özil, Santi Cazorla o Mikel Arteta. ¿No es eso positivo para ellos?
Como cada 4 años, el coro anti-Premier afina sus voces
Hodgson está lejos de ser el único culpable de la debacle
Antes de anunciarse la convocatoria inglesa, se abrió un debate entre la vieja y la nueva generación. Muchos aficionados apostaron por la renovación y la convocatoria de nuevas promesas como John Stones, Luke Shaw, James Ward-Prowse, Adam Lallana, Ross Barkley o Raheem Sterling. En este sentido, Hodgson fue valiente y dejó fuera a jugadores como Ashley Cole para dar cabida a savia nueva. Aunque luego sus alineaciones no acabaron de rematar la faena: la media de edad del once inicial ante Italia y Uruguay fue de 27 años. En el segundo encuentro, tras los tres cambios, la media ascendió a 28. Renovación comedida en la convocatoria, todavía más tímida sobre el césped.
Muchos aficionados centran sus críticas en Roy Hodgson. El veterano técnico inglés abandonó su preferido 4-4-2 para apostar decididamente por el 4-2-3-1, un sistema más moderno y, sobre el papel, algo más ofensivo. Sin embargo, el estilo de la selección ha dejado mucho que desear. La selección ha defendida preferentemente en bloque bajo, apostando por el repliegue la mayor parte del tiempo. La presión en la zona alta ha brillado por su ausencia. Tampoco la elección de Steven Gerrard y Jordan Henderson como medio centros ha funcionado. Ninguno de ellos demostró ser capaz de dictar el ritmo de los partidos. La ausencia de Michael Carrick, el único medio centro inglés capaz de llevar a cabo esa función, ha resultado especialmente dolorosa.
El presidente de la FA, Greg Dyke, anunció meses atrás que su objetivo era que la selección ganara el Mundial de 2018, dando por perdido el de 2014. Muchos coincidimos entonces en que las probabilidades ingleses en Brasil eran prácticamente nulas. En lo que no tantos coincidimos es en que las cosas vayan a ir mejor en Rusia.
¿Qué debería hacer entonces la FA? En primer lugar, apostar por la formación de los técnicos de fútbol base del país. En segundo, eliminar las inútiles ligas sub-18 y sub-21, que carecen de competitividad, y buscar una solución intermedia entre la existencia de filiales como en el sistema español y la idiosincrasia propia del fútbol inglés. En tercero, apostar por un técnico moderno, en la línea de los entrenadores ascendentes en la Premier League, como Mauricio Pochettino, Brendan Rodgers o Roberto Martínez. En cuarto, apoyarse en la Premier League para evitar sobre todo la pérdida de jóvenes talentos tan común en el sistema inglés.
Es el momento de que la FA cierre acuerdos y sea valiente. O dentro de cuatro años, leeremos una vez más los mismos titulares.